Por Óscar E. Gastélum:
“The likelihood that your acts of resistance cannot stop the injustice does not exempt you from acting in what you sincerely and reflectively hold to be the best interests of your community.”
—Susan Sontag
“Nombrar mal las cosas es aumentar la desgracia del mundo.”
—Albert Camus
A pesar de que todavía no toma posesión como presidente, Andrés Manuel López Obrador ha aprovechado el larguísimo período de transición para sentar las bases de lo que será su gobierno. Ya que este interregno ha servido para que los grandes criminales del sexenio que termina queden impunes sin que el demagogo se ensucie las manos y para romper la inmensa mayoría de sus disparatadas promesas de campaña sin pagar el alto precio político que sus mentiras merecerían. Además, estos meses han confirmado lo que muchos sospechábamos desde la campaña, que el nuevo régimen será un carnaval de onerosas ocurrencias (Tren Maya), burda simulación (los senadores no aguantaron ni dos días sin edecanes y los diputados decidieron no bajarse el sueldo), impunidad (la sentencia del TEPJF a favor de Morena es una farsa obscena), cinismo (la integración de Bejarano al fideicomiso “Por los demás” es un escupitajo en el rostro de la ciudadanía), y autoritarismo (la designación de procónsules federales en cada estado, la orden que giró el demagogo para que se repitiera una votación en el Senado y se le concediera licencia al Gobernador de Chiapas, su gran amigo y cómplice, y el fraude parlamentario ejecutado por Morena y el Verde en la Cámara de Diputados, son tres claros ejemplos del rostro autoritario del nuevo régimen).
¿Qué hacer frente a este negro panorama? ¿Cómo conservar la cordura y mantener con vida nuestra comatosa democracia? A continuación propongo un puñado de medidas que me parecen indispensables para enfrentar al régimen autoritario que padeceremos. No será fácil y habrá que remar contra la corriente durante años, pero cruzarse de brazos no es una alternativa.
Defender el lenguaje: Es indispensable impedir que el demagogo y su secta corrompan el lenguaje torciendo el significado de las palabras hasta que se acomode a la realidad que buscan imponer. No, López Obrador no es un “liberal” sino un demagogo autoritario y socialmente reaccionario. No, la palabra “demagogo” no es un insulto sino un adjetivo que describe con precisión a un político que miente a mansalva y sin pudor, y que rompió una parte considerable de sus disparatadas promesas antes de asumir el poder. No, Napoleón Gómez Urrutia no es un “perseguido político”, sino un capo sindical corrupto hasta la médula. No, obtener cinco diputados del Verde a cambio de darle licencia al güero Velasco no es un acto de “pragmatismo” sino de prostitución política, además de un fraude legislativo. No, mentir todos los días y a todas horas en asuntos grandes y pequeños no es “honestidad” y mucho menos “valiente”. No, tratar de restaurar la antigua autocracia priista no es un “cambio verdadero”. Hay que estar muy conscientes de que frente a un régimen como el que viene, pocos actos serán más urgentes y genuinamente subversivos que llamarle pan al pan y vino al vino.
Defender los valores e instituciones de la democracia liberal: El demagogo y su secta desprecian todo lo que tiene que ver con la democracia liberal, y por eso tratarán de vendernos una versión autoritaria o iliberal de la misma, es decir, un simulacro pseudodemocrático. Es importantísimo estar alertas y protestar inmediatamente en contra de cualquier medida que socave o debilite nuestras débiles instituciones. En mi más reciente columna advertí que la verdadera intención detrás de la promulgación de una “constitución moral” es imponer una visión primitiva y antidemocrática (por autoritaria, confesional y paternalista) de la relación entre el Estado y el individuo, y minar aún más nuestra paupérrima cultura democrática. Pero el siguiente paso puede ser: tratar de convencernos de que el INE o el IFAI no tienen por qué ser autónomos, o de que el Congreso es inútil y oneroso, o de que la Suprema Corte nunca ha hecho nada por “El Pueblo”, o de que la libertad de expresión no debe ser “absoluta”, o de que la reelección presidencial no es tan mala como nos han dicho los intelectuales fifí.
Evitar el tribalismo: El ser humano es un animal tribal por naturaleza pero, en cuestiones políticas, dejarnos llevar por ese instinto, y no por nuestras facultades racionales, es un disparate suicida. Porque la política no es un juego de futbol y los políticos no son goleadores o estrellas de rock que merezcan apoyo incondicional. Son nuestros representantes y empleados y debemos someterlos a una crítica constante y exigirles resultados. Por eso hay que luchar en contra de la comodidad de la manada y el pensamiento de grupo. Si nuestra familia o la pandilla de amigos a la que pertenecemos están alineados a favor del gobierno del demagogo, no debemos seguirles la corriente para no meternos en problemas y pertenecer, sino retar respetuosamente su consenso y jugar un papel activamente disidente que rompa la ilusión de unanimidad granítica que este tipo de regímenes y líderes suelen generar. No propongo practicar una beligerancia estéril y antipática, sino aportar los argumentos y la información que de otra manera jamás penetraría esas sólidas burbujas ideológicas en las que suelen refugiarse los ciudadanos del siglo XXI.
Mantengámonos BIEN informados: Es decir, busquemos voces y medios de información veraces y plurales, que no se limiten a confirmar nuestros sesgos y prejuicios, pues de otra manera terminaremos habitando nuestra propia burbuja ideológica. Si las peores sospechas siguen confirmándose y efectivamente estamos al borde de una restauración autocrática, la mayoría de nuestros medios masivos, empezando por la televisoras, estarán al servicio del demagogo y su régimen, y lo peor de todo es que algunos medios de izquierda que solían ser críticos y contestatarios ya se transformaron en boletines propagandísticos y en armas de desinformación del nuevo oficialismo. Pero a pesar de todo, seguramente subsistirán algunos recovecos de periodismo serio y pensamiento independiente, premiémoslos con nuestra lealtad, difundiendo su trabajo y amplificando sus voces, pero también con el bolsillo, a través de suscripciones o donaciones. De nosotros depende que subsistan y prosperen.
Combatamos las “Fake News” y los “hechos alternativos”: Este punto podría ser un apéndice del anterior y del primero, pero es que en la era de la “postverdad” todos tenemos familiares o amigos susceptibles de ser manipulados a través de Facebook, grupos de WhatsApp u otras vías virtuales. Y el demagogo es un mitómano contumaz que tiene a un ejército de bots, fanáticos mendaces y propagandistas sin escrúpulos apostados en las redes sociales, listos para esparcir sus mentiras, maquillar sus errores y justificar sus atropellos. Tratemos de educar a nuestros seres queridos en el difícil arte de separar las fuentes de información confiables de la basura conspiracionista y la propaganda. Una tarea titánica, sí, pero inaplazable.
Ejerzamos el sentido del humor: No solamente porque la ironía es la mejor arma para desnudar y exhibir en toda su ridiculez y miseria a los demagogos que se creen santos iluminados o paladines de la patria predestinados a la grandeza, sino porque además la risa será un remedio ideal e indispensable para mantener la salud mental en medio del tsunami de estupidez, mentiras, mojigatería, fealdad, cinismo y humor involuntario que desencadenará este régimen. Sí, el demagogo es una caricatura ambulante del típico charlatán latinoamericano y Morena es un Freak show dirigido nominalmente por una mujer que se llama Citlali Ibáñez pero se autobautizó como “Yeidckol Polevnsky”. Sí, Cuauhtémoc Blanco es gobernador de un estado y Sergio Mayer legislador federal. Sí, los miembros del gabinete del demagogo parecen el reparto de la película “Cocoon”. Sí, la futura titular de la Semarnat cree en duendes y la del Conacyt es una jipi que jura que el maíz tiene “alma”. Sí, Attolini y los enanos intelectuales que lo rodean son una versión fascistoide y exageradamente rastrera de Waylon Smithers. Pero a pesar de lo ridículos que nos puedan parecer los protagonistas de esta tragicomedia, no debemos subestimar el poder casi absoluto que tendrán, u olvidar que su potencial destructivo será infinito.
Este modesto manual no pretende ser exhaustivo y está abierto a adendas que lo enriquezcan. Pero lo ideal sería que todos los auténticos ciudadanos de este país lo pusieran en práctica, no sólo quienes votamos en contra de López Obrador. Pues no debemos olvidar que el demagogo triunfó con semejante ventaja gracias a que millones de electores independientes, que en otras circunstancias jamás habrían votado por él, le dieron su sufragio motivados por el hartazgo. Esos votantes no son fanáticos ansiosos por besarle la mano y ponerle altares, ni están dispuestos a seguirlo ciegamente al precipicio, son ciudadanos pensantes y capaces de arrepentirse o decepcionarse. El futuro de nuestra democracia depende en buena medida de ellos y de una oposición inteligente, insobornable y alerta que los reciba con los brazos abiertos.