Por Óscar E. Gastélum:
“I will not serve in that which I no longer believe whether it call itself my home, my fatherland or my church: and I will try to express myself in some mode of art as freely as I can and as wholly as I can, using for my defence the only arms I allow myself to use – silence, exile, and cunning.”
—James Joyce
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”
—Augusto Monterroso
Finalmente pasó la tan temida y anhelada fecha, y lo primero de deberíamos de hacer todos es celebrar que por fin acabó el prolongado calvario de las campañas, aunque algunos pensemos que ahora empieza uno mucho más largo y tortuoso, que incluso podría durar décadas. En segundo lugar, como buenos demócratas, debemos reconocer el apabullante resultado y felicitar a los grandes triunfadores de la ejemplar jornada electoral del primero de julio. Y cuando digo “ejemplar” me refiero exclusivamente al orden y al respeto que imperaron en casi todos los rincones del país (lo que estamos viendo en Puebla es francamente preocupante), y a la amplia y entusiasta participación ciudadana que todos atestiguamos. Porque en mi humilde opinión, la decisión que la mayoría de nuestros compatriotas tomaron: regalarle un poder casi absoluto y firmarle un cheque en blanco a un demagogo impredecible, estuvo lejos de ser ejemplar.
Pero mejor procedamos a enumerar y a congratular a los verdaderos ganadores de esta amarga y dispareja contienda. Obviamente, cualquier lista de felicitaciones debe comenzar por el mismísimo demagogo tabasqueño, quien, doce años después de su primera derrota, finalmente satisfizo su enfermiza obsesión presidencial. Y no sólo eso, sino que ganó la elección con carro completo, y con unas cuantas maniobras políticas más, la Constitución estará en sus manos para que haga con ella lo que le plazca. ¿Qué tuvo que hacer para obtener semejante victoria? No mucho, sólo venderle el alma al diablo. ¡Enhorabuena! Muchas felicidades también para Enrique Peña Nieto, Rosario Robles, Emilio Lozoya y demás protagonistas del gobierno más corrupto de nuestra historia, pues su impunidad transexenal quedó asegurada.
Otros que merecen ser efusivamente felicitados son el expresidente Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala pues este devastador resultado electoral debe haber saciado su rencorosa y mezquina sed de venganza. Asimismo habría que felicitar a Televisa y a TV Azteca, pues le apostaron muy temprano al gallo ganador y el cerco informativo que levantaron en torno a Ricardo Anaya fue impenetrable. Muchas felicidades también para Poncho Romo, Manuel Bartlett, Napoleón Gómez Urrutia, “El Güero” Velasco, Elba Esther Gordillo, el clan Monreal, Manuel Espino, Germán Martínez, Layda Sansores, el inge Rioboó, el Cuau, la ultraderecha evangélica y el resto de las alimañas ponzoñosas a las que el demagogo acogió en su seno, porque su oportunismo craso rendirá frutos muy jugosos.
Aquí quisiera hacer un par de paréntesis. El primero dedicado al Señor Presidente de la República, pues considero que su eficaz intervención en la elección merece un reconocimiento aparte. Sí, quizá como Presidente haya sido inepto, ignorante, pusilánime y corrupto. Pero hay que reconocer que siempre que su pellejo estuvo en peligro, se defendió como gato boca arriba y se transformó en un estratega sorprendentemente hábil. En el delicado caso de su sucesión, supo reconocer que la tóxica atmósfera populista a nivel global favorecía a López Obrador, y seguramente apoyado en reportes de inteligencia y en encuestas internas de Los Pinos, decidió que su única oportunidad para no acabar en la cárcel era organizar una elección de Estado, pactar con el demagogo tabasqueño y usar facciosamente las instituciones en contra de Ricardo Anaya. Alguna vez nuestro querido Presidente, con la elocuencia que lo caracteriza, declaró que no se levantaba todos los días pensando en “cómo joder a México”. Y le creo. El problema es que se levantaba pensando en cómo garantizar su impunidad y la de su pandilla, y el efecto en este caso resultó igual de nocivo para el país que si hubiera tratado de “joderlo” intencionalmente. A lo largo de la historia, sólo un puñado de individuos privilegiados han tenido el honor de servir como presidentes de sus patrias, es una pena que Peña Nieto haya desperdiciado su oportunidad de manera tan ruin y mezquina. Nunca lo olvidaremos.
El segundo paréntesis es para dedicarle una merecidísima mención especial a la supuestamente alicaída Televisa. Sí, llevamos años burlándonos de su decadencia, de su menguante influencia, de la basura tóxica que produce, de su paupérrima cotización bursátil y hasta de los memes de Blim. Pero en esta elección, la vieja maquiladora de “televisión para jodidos” volvió a demostrarnos que aún conserva su olfato y su músculo político. Y es que Emilio Azcárraga y su gente también supieron reconocer muy a tiempo que el entorno local e internacional favorecían el ascenso de un demagogo populista, así que en lugar de combatirlo, inmediatamente tendieron un puente entre la televisora y López Obrador, e incluso infiltraron al suegro de Azcárraga en la campaña del demagogo. Esta inconcebible alianza se tradujo en una generosa y desproporcionada cobertura a favor de López Obrador, un descarado y eficaz cerco informativo en contra de Ricardo Anaya y un grotesco cierre de campaña en el simbólico Estadio Azteca. Al final de la jornada, por enésima ocasión, el candidato oficial de Televisa terminó convertido en Presidente de México, y además con el apoyo ciego de una izquierda que siempre había hablado pestes de la televisora. No tengo duda de que para Azcárraga Jean este fue un triunfo muchísimo más dulce que el de hace seis años.
También es justo felicitar a todos los electores que se estancaron emocionalmente en el 2006 y se negaron fervorosamente a ver la nueva realidad política que emergió en los meses antes de la elección, incluyendo la súbita reconfiguración de las alianzas partidistas. Me refiero a la gente que no quiso enterarse de que Anaya destruyó al PRIAN y por eso se ganó el odio eterno de Peña Nieto y los Calderón. Y que cerró los ojos ante la aparición del PRIMOR, esa flamante alianza non sancta presentada en sociedad a través de una serie de declaraciones insólitamente cordiales y conciliadoras emitidas por el demagogo y por algunos de sus lacayos más cercanos, y sellada a base de votos perversos en el Senado. Sí, muchas felicidades a todos los que la noche del domingo celebraron embriagados de euforia porque reemplazaron al PRI con un monstruo casi idéntico, aunque confieso que su esquizofrénica alegría me produce tanta ternura como náuseas y exasperación.
Y es que aparentemente nadie nunca le explicó a esos mexicanos que el PRI no es sólo un partido, un membrete o unas siglas, sino que es una cultura política muy arraigada y un resistente virus ideológico, una versión muy mexicana de la autocracia. Y por eso son incapaces de entender que Morena no es más que una virulenta mutación de esa cepa viral. Todo está ahí: la ausencia absoluta de democracia interna, prácticas jurásicas como el dedazo, el vacío ideológico que atrae a oportunistas sin escrúpulos pero sedientos de poder, el manejo patrimonialista de los recursos públicos, la férrea y cuasi mafiosa solidaridad entre los corruptos de la “famiglia,” la inocultable aspiración hegemónica, la intolerancia ante los críticos, la compra de los opositores, la animadversión contra las instituciones autónomas y la sociedad civil, la adulteración de la historia, el culto a la personalidad, el uso y costumbre de la adulación rastrera, y un interminable etcétera.
La asombrosa disciplina tribal y la capacidad para el autoengaño que demostraron esos millones de ciudadanos que, teniendo las herramientas cognitivas para hacerlo, se negaron a ver la cruda realidad que tenían frente a las narices e insistieron en reemplazar a un dinosaurio moribundo con otro muchísimo más fuerte, sano y peligroso, rayó en lo patológico, pues en el proceso tuvieron que sacrificar todos los principios y valores que siempre se han jactado de representar y defender, y además renunciaron al derecho a la decepción. Porque su líder jamás los engañó, se desnudó impúdicamente frente a ellos y les mostró todas sus miserias. Pase lo que pase, nadie puede alegar que no sabía, estaban advertidos. Mientras tanto, lo único que nos queda a nosotros, la otra mitad que no votó por el demagogo y que no piensa someterse obedientemente a los delirios de la mayoría, es luchar por que ese dogmatismo crédulo e irresponsable le salga lo más barato posible al país.
Entre todas las cursilerías y lugares comunes que se emitieron la noche del domingo hubo dos que me exasperaron más que el resto. La primera es una frasecita idiota que pudo haber escrito Arjona: “Ganó la esperanza”. Nada más alejado de la realidad. El aplastante tsunami electoral que le otorgó el poder absoluto a un demagogo autoritario y narcisista (dejando a la Constitución a merced de sus caprichos), que dejó al borde de la muerte al sistema de partidos, que engendró a una oposición enclenque, y que ahogó a opciones independientes tan valiosas como las que representaban Kumamoto y Brito, fue nuestro colapso nervioso populista, nuestra versión tropical de Brexit y de Trump. Y, como en el caso de Trump y de Brexit, acá también triunfó el hartazgo justificado pero irreflexivo, la ira ciega, la irracionalidad y el resentimiento, el berrinche como expresión política. Quizá esta explicación no suene tan bonita y edificante como el cuento de la “esperanza” pero tiene la virtud de ser verdad.
Pero el segundo cliché me irritó incluso más que el primero, y aunque fue expresado de maneras muy diversas podría resumirse más o menos así: se acabó la elección, es hora de unidad. Desde luego que como demócratas debemos aceptar civilizadamente el traumático resultado y reconocer que Andrés Manuel López Obrador será Presidente de México. Pero eso no significa que debamos suspender la crítica o someternos ciegamente a su voluntad o a su alucinante visión del mundo. Sólo las autocracias y los regímenes totalitarios exigen “unidad”. La democracia es plural y polémica, y se nutre de la crítica constante y del choque, racional y pacífico de ideas. Exigirle silencio y sumisión a la ciudadanía de un país que en unos cuantos meses será gobernado por un hombre con tendencias autoritarias y que encabezará a un régimen sin contrapesos, es una irresponsabilidad suicida. Yo no pienso callarme ni dejarme intimidar o chantajear sentimentalmente, jamás dejaré de expresar mis ideas o de defender mis principios. Sí, la elección terminó, pero el reto que tendremos que enfrentar los auténticos demócratas de este país a partir de ahora es colosal. Se trata, nada más y nada menos, que de reiniciar la lucha en contra del dinosaurio, prácticamente desde cero…