La Constitución Nueva del Emperador

Por Óscar E. Gastélum:

“Los moralistas son personas que se rascan allí donde a otros les pica.”

—Samuel Beckett

Entre el caudal de disparates, vilezas y ocurrencias que arrojó la tercera campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador, sin duda la más preocupante y siniestra fue la promesa de redactar una “Constitución moral” para fomentar el “bienestar del alma” y “fortalecer los valores espirituales”. Sobra decir que en una auténtica democracia liberal a nadie se le ocurriría proponer, o votar por, semejante necedad, pues viola varios de los principios más sagrados de dicho sistema político (empezando por el que postula que el Estado no tiene ninguna autoridad sobre el “alma” de un ciudadano libre). Pero lo más repugnante y aterrador del asunto es el nivel de hipocresía y cinismo que necesitó el demagogo para erigirse en el moralista oficial de la patria.

Y es que estamos hablando del hombre que le concedió impunidad perpetua a Enrique Peña Nieto, Rosario Robles, Emilio Lozoya, Javier Duarte y un largo etcétera de criminales y ladrones. Que pondrá el futuro de los niños mexicanos en manos de Elba Esther Gordillo y TV Azteca. Que convirtió a Napoleón Gómez Urrutia, Germán Martínez y Ricardo Monreal en senadores de la República. Que pactó una cobertura a modo con Televisa sólo dios sabe a cambio de qué. Que sacó del basurero de la historia a Manuel Bartlett. Que transformó a la peligrosísima ultraderecha evangélica en la cuarta fuerza política en el Congreso. Que malversó los recursos de un fideicomiso para damnificados. Es decir, que le vendió el alma al diablo para saciar su obsesión presidencial. Y el hecho de que semejante personaje, sin un ápice de autoridad moral, se crea capaz de “moralizar” al país y con derecho a sermonear a sus ciudadanos, resulta sumamente preocupante.

Pero a pesar de que el demagogo es un narcisista cuasi patológico, no está tan desconectado de la realidad como parece. Y es que cada vez es más obvio que el verdadero objetivo detrás del denso follaje de distracciones, escándalos cotidianos y promesas rotas, es construir una autocracia, o una “democracia iliberal”, de esas que están tan de moda, en la que Morena funja como un partido de Estado, prácticamente único y capaz de arrasar fácilmente en todas las elecciones futuras frente a una oposición enclenque y dividida. En pocas palabras: la prioridad número uno del demagogo es quitarle cuanto antes el “casi” al poder casi absoluto que, irresponsablemente, le concedieron los ciudadanos en las urnas. Y todo lo que haga en los primeros meses y años de su mandato, incluyendo la redacción y publicación de la esperpéntica “constitución moral”, será un paso más en esa funesta dirección.

Y es que también es muy obvio que la verdadera intención detrás de la promulgación de la mentada “constitución moral” es fijar el tono autocrático del régimen, restarle autoridad en el imaginario colectivo a la verdadera Constitución y minar aún más nuestra paupérrima cultura democrática mediante la imposición de una visión primitiva y profundamente autoritaria de la relación entre el individuo y el Estado. Sí, socavar nuestros endebles valores democráticos puede ser el primer paso antes de acometer el debilitamiento o la destrucción de nuestras frágiles instituciones. No olvidemos que el demagogo tiene a un ejército de sofistas y propagandistas sin escrúpulos a su servicio, esos que hoy justifican la injustificable “constitución moral”, y que mañana seguramente estarán dispuestos a explicarle a los mexicanos por qué el INE no merece ser autónomo, o por qué el Congreso es inútil y oneroso, o por qué la Suprema Corte nunca ha hecho nada bueno por “El Pueblo”, o por qué la libertad de expresión no debe ser “absoluta”, o por qué la reelección no es tan mala.

Es por eso que es tan importante protestar en contra del circo de despotismo fariseo que es la “constitución moral” y denunciar a todo aquel que se rebaje a participar en el diseño y redacción de ese documento espurio. Pues ninguna persona intelectualmente decente o mentalmente sana podría prestarse a colaborar en esa patraña abyecta sin sentirse un imbécil o un farsante. Denunciar sí, pero también ridiculizar, emplear el sentido del humor para exhibir al demagogo como el payaso santurrón que es, despojándolo de esa aura de mesianismo hierático que tanto se ha esforzado en cultivar. Quizá esa sea la parte más fácil de esta lucha, pues no se me ocurre nada más grotescamente risible que la imagen que ilustra este texto: un grupo de momias mojigatas sentadas alrededor de un demagogo sin escrúpulos, todos posando beatíficamente para la cámara tras “compartir los sagrados alimentos” y discutir solemnemente, en pleno siglo XXI, la mejor manera de “moralizar” a México. Además, sospecho que el documento final será una fuente inagotable de cursilería y humor involuntario.

Seamos pues inclementes con el demagogo, su secta y sus sagradas escrituras, y exhibámoslos en toda su patética y gazmoña ridiculez. Pero no olvidemos que detrás de esa fachada irrisoria hay un hombre inmensamente poderoso, profundamente autoritario y con una determinación ciega. Su objetivo es amasar mucho más poder del que ya tiene, y eternizarse en él manteniendo a México en el atraso perpetuo. Y es que el demagogo siempre ha preferido reinar autocráticamente sobre un “Pueblo” infantilizado que le pone altares, le besa la mano y se deja “moralizar”, que gobernar democráticamente a una ciudadanía moderna, crítica y exigente. No será fácil, pero de nosotros depende que su fantasía despótica no se haga realidad…