“Only a virtuous people are capable of freedom. As nations become corrupt and vicious, they have more need of masters.”
Benjamin Franklin
Por Oscar Gastélum
En su más reciente libro: “First Principles: What America’s Founders Learned from the Greeks and Romans and How That Shaped Our Country”, Thomas E. Ricks nos recuerda que los Padres Fundadores de EEUU creían que la “virtud cívica”, un concepto que adoptaron de los pensadores romanos a los que veneraban, era el elemento esencial de la vida pública. Tanto los sabios romanos como sus discípulos norteamericanos entendían por “virtud cívica” la capacidad de un individuo para poner el bien común por encima de sus propios intereses. Dicha virtud es el cimiento indispensable sobre el que se construye la convivencia en una sociedad democrática. Por eso no me sorprendió que el gran intelectual conservador Robert Kagan usara la “virtud republicana” como el eje sobre el que gira el extraordinario e influyente ensayo que publicó en el Washington Post hace unas semanas, y en el que advierte que Trump y su secta están trabajando sin descanso para destruir la República, y que el país se encuentra sumido, desde ahora, en una profunda crisis constitucional.
Kagan eligió esta frase de James Madison como epígrafe para su desolador texto: “Is there no virtue among us? If there be not, we are in a wretched situation.” A lo que se refería el “padre de la Constitución” con esa sentencia es a que sin virtud (cívica, pública o republicana, no importa como la apellidemos) ni la Constitución ni el sistema republicano que emanó de ella podrían sobrevivir. Pero la virtud no se puede legislar, no había ni hay manera de consagrarla en la Constitución. Si el mayor peligro para una República es que un aspirante a tirano seduzca a las masas y conquiste el poder, la única defensa en su contra es una ciudadanía virtuosa. El resto de la cita de Madison lo deja muy claro:
“Is there no virtue among us? If there be not, we are in a wretched situation. No theoretical checks, no form of government, can render us secure. To suppose that any form of government will secure liberty or happiness without any virtue in the people, is a chimerical idea. If there be sufficient virtue and intelligence in the community, it will be exercised in the selection of these men; so that we do not depend upon their virtue, or put confidence in our rulers, but in the people who are to choose them.”
Y henos aquí, sumidos en una profunda crisis civilizatoria, producida en parte por millones de ciudadanos que desconocen o desprecian la virtud cívica y por eso son capaces de votar por personajes de la calaña de Trump, Bolsonaro, Duterte o López Obrador. Y la pandemia ha venido a agudizar nuestros problemas, sacando lo peor de los peores. Me refiero desde luego a esos subnormales que, mientras la mejor parte de la humanidad está ocupada combatiendo a un virus que ha matado a millones de seres humanos y provocado una severa crisis económica, han decidido declararle la guerra a la ciencia, rechazando el uso del cubrebocas y oponiéndose visceralmente a las vacunas. Si, como creían los romanos y los sabios Padres Fundadores, la virtud cívica consiste en poner el bien común por encima de intereses mezquinos, nadie está más alejado de ella que quienes se niegan a hacer sacrificios tan modestos como usar un cubrebocas o vacunarse para proteger a los miembros más vulnerables de la sociedad y reactivar la economía.
Lo peor es que estos cretinos, que suelen seguir fanáticamente a demagogos liberticidas, se ven a sí mismos como valientes y viriles defensores de la “libertad” y como disidentes de terribles dictaduras, aunque vivan en democracias ejemplares. Entre sus pasatiempos favoritos está usar las redes sociales, o los espacios que tienen en medios alternativos, para difundir desinformación y teorías de la conspiración, y para compartir videos sacados de contexto en los que según ellos exponen el infierno en el que viven los pobres australianos o los franceses, o los habitantes de cualquier otro país democrático que esté aplicando medidas de emergencia para salvar vidas. Son los especímenes más representativos de esta repugnante era pues en sus espíritus subdesarrollados se funde el narcisismo más pueril con un libertarismo insultantemente ramplón. De nada sirve tratar de explicarles que su libertad termina donde empieza la de sus conciudadanos y que así como nadie es libre de manejar alcoholizado poniendo en peligro a otros automovilistas y transeúntes, tampoco nadie debe tener derecho a exponer al prójimo a un virus potencialmente mortífero.
Lo más indignante de esta delirante farsa, plagada de malnacidos que “protestan” tosiéndole en la cara a policías, empleados de supermercados o comensales de restaurantes, es que está siendo puesta en escena en una época en la que abundan los auténticos héroes, esos que han sacrificado su libertad y expuesto su vida para enfrentar a regímenes verdaderamente monstruosos. Ahí está el pueblo bielorruso, que desafía cotidianamente al despiadado dictador Lukashenko. O Joshua Wong y sus camaradas activistas hongkoneses que languidecen en prisión por haberse atrevido a desafiar a la dictadura china. Para no hablar de Alexei Navalny que agoniza en el Gulag putinista tras sobrevivir a un envenenamiento. O de Maria Ressa la valiente periodista filipina y flamante Premio Nobel de la paz que está en la mira del sanguinario Neanderthal Duterte. Imagine usted lo que darían los venezolanos, o los cubanos, o los norcoreanos, o los nicaragüenses por vivir en un país como Australia, con una de las calidades de vida más altas del planeta y en donde sólo han muerto 1500 personas por COVID. O en la Francia del malvado Macron, cuyo pase sanitario ha salvado decenas de miles de vidas pero antes tuvo que pasar por la aprobación del congreso y ser revisado por el tribunal constitucional, como suele suceder en las dictaduras.
La verdad es que esa gentuza ridícula y detestable que se ha rebelado en contra del sentido común, la ciencia, la decencia y la virtud cívica, actuando como aliada del virus, no merece más que desprecio y mofa. Son mentecatos frívolos, mimados y nihilistas que no tienen idea de lo que es la libertad y que expusieron sin pudor su indigencia ética e intelectual en la primera crisis histórica a la que los enfrentó el destino. Ya me los imagino quejándose de los racionamientos y los apagones y tildando a Churchill de dictador si hubieran tenido que soportar los bombardeos alemanes durante la Blitz londinense, ese luminoso capítulo en el que el pueblo británico hizo un despliegue conmovedor y heroico de virtud cívica. Que la deshonra eterna descienda sobre estos canallas deleznables…