Por Oscar E. Gastélum:
«Quiero que me hagan suyo, me tengan cerca y me acompañen en esta aventura para hacer de México una potencia».
— José Antonio Meade ante la CTM
Desde esta humilde tribuna quisiera celebrar y sumarme al luminoso tsunami de esperanza, regocijo y energía positiva que, gracias a la bienaventurada nominación del DOCTOR José Antonio Meade como candidato presidencial del PRI, ha recorrido hasta el último rincón del vasto territorio nacional. Desde los cinturones de miseria del Estado de México, hasta la más recóndita de las fosas masivas clandestinas en la sierra de Guerrero, y desde los manglares desecados de la península de Yucatán (hoy transformados en magníficos estacionamientos), hasta los áridos territorios fronterizos controlados por el narcotráfico. Y es que no creo que sea exagerado afirmar que el hábil dedo de nuestro querido y admirado redentor, Licenciado Enrique Peña Nieto, puso a todo el país en éxtasis cuasi clitórico con su atinada designación. Hace mucho frío al otro lado de la ventana mientras escribo estas emocionadas palabras, pero en mi corazón brilla el Sol. Y lo mismo sucede en el pecho de todos los mexicanos de bien, desde el más humilde hasta el más bendecido por la vida. Desde el plutócrata que evade impuestos en alguna hermosa isla del Caribe, hasta el feminicida que sueña con morir impune, desde el retoño de un líder sindical que recorre el malecón de Miami en su Ferrari, hasta el modesto huachicolero.
Sí, hoy todos los mexicanos dignos de ese patronímico celebran el honor de ser contemporáneos del DOCTOR Meade. Y nuestra prensa, siempre comprometida con la verdad y con el sagrado deber de informar verazmente a la nación, reflejó unánimemente en sus primeras planas el ánimo extasiado del pueblo mexicano, colmando a sus agradecidos lectores de perfiles dedicados a desmenuzar la vida y la obra del gran ex, ex, ex, ex Secretario de Estado. Piezas biográficas ecuánimes, objetivas y aderezadas con anécdotas conmovedoras y edificantes, protagonizadas, desde luego, por el santo DOCTOR Meade. Confieso que devoré todas esas hagiografías fascinado ante la insólita grandeza del personaje, pero quisiera compartir con mis lectores una viñeta que me emocionó hasta el tuétano y que escuché de una fuente muy confiable: Una fría mañana invernal, al descender del metrobús, nuestro doctorado héroe se topó con un grupo de leprosos a los que decidió curar aplicando el toque milagroso que aprendió en Yale. Hasta ahí la parábola es bellísima, pero lo que más me conmovió es que el DOCTOR ayudó a esas almas en desgracia a pesar de que sabía muy bien que su desplante de generosidad lo haría llegar tarde a misa en San Ángel. Enjúguese las lágrimas y sopese la moraleja detrás de esa emotiva historia, querido lector: aunque su fulgurante nobleza haga que lo olvidemos constantemente, el DOCTOR Meade es un ser humano de carne y hueso como nosotros y sí, a veces su afán por ayudar al prójimo hace que deje esperando al mismísimo Dios . No cabe duda de que nadie es perfecto.
Pero el pueblo y la prensa no fueron los únicos grupos que sucumbieron ante el deslumbrante magnetismo del flamante candidato priista. También la crema y nata de nuestra clase política se desvivió en elogios por el ungido. Su mejor amigo, el novato pero esforzado Canciller Luis Videgaray lo felicitó pública y afectuosamente y después le compartió el teléfono personal de Jared Kushner para que vayan planeando cómo apoyar al presidente Trump, ese gran amigo de México, en su reelección. El eficiente y honesto Secretario de Comunicaciones y Transportes Guillermo Ruiz Esparza le envió sus parabienes desde lo más profundo del socavón que tiene en el tórax (para albergar su gran corazón) y le deseó que no pase un “mal rato” durante la elección. Mientras que en la CTM, ese templo de la defensa de los trabajadores, el Secretario General Carlos Aceves del Olmo demostró su refinado sentido del humor recibiendo al Doctor Meade enfundado en una simpática botarga del grotesco Jabba the Hutt, y continuó la broma posando para las cámaras ataviado con una chamarra roja que seguramente era del tamaño de una tienda de campaña pero que parecía la chaquetilla de un torero a punto de reventar. Todo esto ante el beneplácito de los distinguidos matones, súbitamente transformados en entusiastas porristas, que los rodeaban.
Desde luego, no podían faltar los envidiosos y amargados de siempre, quienes de inmediato salieron a criticar este folclórico ritual político, mofándose de su “primitivismo” y exigiendo el fin de tradiciones tan nuestras como el dedazo, el destape y la cargada. Pero debemos ignorar a esos maldicientes y resentidos malinchistas que desprecian nuestras costumbres y sueñan con reemplazarlas con “democracia”, y “transparencia”, y “rendición de cuentas”, y “Estado de Derecho”, y “ciudadanía”, y “elecciones primarias”, y otras exóticas ideas importadas, extranjerizantes y totalmente ajenas a nuestro vigoroso carácter nacional. Los griegos inventaron la famosa democracia y lo único que queda de la Grecia clásica son ruinas. En cambio nosotros, a base de corrupción, impunidad, desvergüenza y retórica acartonada, hemos fundado un régimen eterno (Made in Atlacomulco), y al que las monumentales y sutiles estatuas de Sebastián adornarán durante más de mil años. No, jamás debemos renegar de nuestras pintorescas tradiciones políticas. Es más, la UNESCO tendría que declararlas patrimonio de la humanidad y Pixar debería dedicarle una película animada a cada una de ellas. Estoy seguro de que nos harían llorar.
También hubo quienes osaron lanzar críticas personales en contra de nuestro candidato (¡nuestro DOCTOR de Yale!), acusándolo de oportunista por haber desempeñado un papel protagónico en dos gobiernos de partidos distintos, y por apoyar en su momento políticas públicas diametralmente opuestas. Pero esta chusma irrespetuosa no entiende que lo que ellos mezquinamente llaman oportunismo en realidad es el pragmatismo de un sabio, pues no olvidemos que es de sabios cambiar de opinión. También le reclaman el hecho de haber ocupado cuatro secretarías de Estado muy diferentes entre sí y que en países civilizados suelen ser encabezadas por expertos en cada materia. Sería mucho pedir que estos espíritus mediocres entendieran los alcances intelectuales de un genio. Y es que el DOCTOR Meade es un auténtico hombre del Renacimiento, de esos que ya no existen, y sus múltiples talentos y pasiones lo hacen perfectamente capaz de desviar recursos y repartir limosnas asistencialistas entre las fieles y miserables clientelas priistas desde la SEDESOL, o de desviar recursos y diseñar la política económica y energética de nuestro país desde la SENER y la Secretaría de Hacienda, e incluso de desviar recursos y encabezar los esfuerzos diplomáticos de nuestra patria desde la Cancillería. Así es, le duela a quien le duela, el DOCTOR Meade es el Leonardo da Vinci de la tecnocracia neoliberal. Y si no ha durado más de dos años en ninguno de sus cargos, como también le reclaman sus antipatrióticos detractores, es porque sus ganas de servir a México le impiden andar perdiendo el tiempo diseñando y ejecutando políticas públicas de largo plazo.
Sí, el Señor Presidente Enrique Peña Nieto, Redentor de México, Destructor de Instituciones (esos lastres malinchistas), Libertador de Atenco, Administrador del Caos, Señor de Odebrecht, Centinela de las fosas clandestinas, Hijo predilecto de Atlacomulco, Terror de las bibliotecas, Mordaza de los críticos incómodos, Imán de los aplausos, Mecenas de OHL y Santo Protector de los Roedores, nos ha regalado un sexenio mágico, plagado de retrocesos (a una era mejor que nunca debimos tratar de abandonar) y triunfos sin paralelos en la historia de nuestro amado país. Y el DOCTOR Meade es un dignísimo heredero de ese impoluto legado político, el prohombre ideal para tomar el timón de la nave y mantener el rumbo triunfal que nos ha traído hasta este paraíso que habitamos. Sí, aunque le arda a los enemigos de la Patria, México se sacó la lotería con el DOCTOR José Antonio Meade y sólo un “chairo” resentido podría desear el fin de este prodigioso régimen priista que tanto le ha dado al pueblo de México.
Así que muchas felicidades, admirado Doctor Meade, y permítame decirle que no sólo es usted el orgulloso dueño de un intelecto formidable, como aseveró mi admirado León Krauze con dignísimo tino (que algunos ridículos confundieron con lambisconería rastrera), sino que además posee una de las sonrisas más hermosas del mundo. Que el Tribunal Electoral y la Virgencita de Guadalupe me lo cuiden y colmen de bendiciones.