Por Ángel Gilberto Adame:
Como parte de la iniciativa de una organización internacional encabezada por la cadena de periódicos de Randolp H. Leigh (EUA), el 8 de marzo de 1926 El Universal organizó su primer Concurso Nacional de Oratoria, mismo que se sumó a los realizados en Estados Unidos, Canadá, Francia e Inglaterra.
En El verbo y la juventud mexicana, a través de los concursos de oratoria de El Universal, Guillermo Tardiff menciona que el certamen tenía por objeto “promover mayor conocimiento de los principios fundamentales del gobierno de cada uno de los países participantes, cooperar a la buena inteligencia entre los pueblos, mediante un intercambio franco y amistoso de los puntos de vista nacionales, y estimular el interés de los estudiantes en asuntos de índole cívica y en ejercicios de orden intelectual”. En la primera convocatoria se estableció, entre otros requisitos, que no podían participar mayores de diecinueve años, los trabajos debían ser estrictamente oratorios y su exposición debía tener una duración no mayor de diez minutos. Los premios variaban entre dinero o pago en especie, como viajes a Europa y Estados Unidos. El ganador fue José Muñoz Cota.
Para 1927, las expectativas de los participantes y del público crecieron; sumado a ello, alumnos de diferentes escuelas y grados asistieron con el propósito de aprovechar cualquier error o acierto para poner a prueba el temple de los concursantes; llegando a convertir el área de butacas en un espectáculo aparte, digno de las puyas entre aficiones rivales en un evento deportivo.
En esa segunda edición, la Federación Estudiantil Mexicana se adhirió al grupo de organizadores. Diferentes ciudades hicieron sus eliminatorias para integrar el concurso nacional, siendo las más reñidas las de Morelia, Guadalajara y el Distrito Federal. Resultó ganador Antonio García Formentí, estudiante de Jurisprudencia.
Octavio Paz participó en el tercero. En una entrevista que concedió a Cristina Pacheco en 1984, el poeta narró lo sucedido:
Siempre tuve miedo a la palabra hablada. Cuando yo era adolescente estaban de moda los concursos de oratoria, algo pavoroso en lo que fracasé terriblemente. Mi experiencia no fue amplia pero la recuerdo: cuando estaba en la secundaria 3 participé en uno de esos concursos. Al pronunciar mi discurso olvidé una palabra y todo se fue al diablo. Desde entonces procuré jamás volver a la palabra hablada.
Esta experiencia ocurrió el 16 de mayo de 1928, a sus recién cumplidos 14 años y en su segundo curso de secundaria. En una nota de prensa titulada “Fue muy brillante el Torneo Interior de Oratoria en la Escuela Secundaria No. 3” se incluyeron los nombres de los concursantes, quienes fueron Armando Campos, Antonio del Valle, Octavio Paz, Arnulfo Martínez Lavalle, Fernando Pruneda, José Gutiérrez Velasco, Antonio Lomelí, Sixto Arteaga, F. Bremauntz, Virginia Chapa y Angela Bernal. El reportero calificó el desempeño de Paz en un renglón: “no demostró dotes oratorias”.
El vencedor de ese certamen fue Antonio Carrillo Flores, quien al paso del tiempo ocupó diversos puestos públicos, siendo el más destacado de ellos el de secretario de Relaciones Exteriores, donde fue jefe de Paz mientras este último se hacía cargo de la embajada de México en la India.
Una de las consecuencias de ese auge retórico fue la convivencia que se dio entre escolares de distintas edades e instituciones que coincidieron en la tribuna o entre el auditorio. Los fundadores de Barandal y de Cuadernos del Valle de México, entre muchos otros, se destacaron verbalmente antes de decantarse por la literatura.
La huelga de 1929 marcó un cambio drástico en la dinámica que caracterizaba a esos certámenes. Muchas de las sesiones fueron monitoreadas por la policía, pues se sospechaba que las encendidas arengas eran un llamamiento a ignorar a las autoridades. El 22 de mayo, fecha en la que se programó la eliminatoria correspondiente a la secundaria donde Paz cursaba su último año, la prueba debió cancelarse; ese día los planteles que integraban la educación media superior se sumaron al paro iniciado por Leyes.
En el resto de los colegios se celebró con normalidad. Un joven Adolfo López Mateos se convirtió en el principal animador en las guerras por el dominio de la elocuencia. Los biógrafos del expresidente dan por hecho que fue el triunfador, sin embargo los periódicos revelan como ganador en ese ciclo al oaxaqueño Roberto Ortiz Gris.
Ya como alumno de primer año de la Escuela Nacional Preparatoria, Paz volvió a competir en 1930 bajo la tutela de Horacio Zúñiga, entusiasta profesor de gramática. Su biógrafo, Clemente Díaz de la Vega, enlistó a sus discípulos más destacados:
Adolfo López Mateos, ex presidente de México, que tenía especial devoción por el maestro y a quien debió su magnífica oratoria; Tito Ortega, destacado político, poeta, jurista; Octavio Paz, literato, escritor magnífico; Francisco Larroyo, tratadista e intelectual; Muñoz Cota, escritor, orador, poeta; Efraín Huerta, prestigiado intelectual; Arturo García Formentí, orador, poeta, político; Lamberto Alarcón, exquisito poeta; Luciano Kubli, prestigiado intelectual.
La tarde de 20 de mayo de 1930 cientos de estudiantes de distintas escuelas de la capital invadieron el salón de actos ‘El Generalito’ de San Idelfonso y presenciaron la prueba. El jurado lo integraron los profesores Miguel Ángel Ceballos, José Luis Osorio Mondragón, Adalberto García de Mendoza y Hernández y Raúl Cordero Amador.
Se inscribieron diecisiete oradores. Desde que inició la sesión, el público se involucró entonado porras por lo que los primeros discursos fueron casi inaudibles. Los organizadores advirtieron que si el bullicio no disminuía, suspenderían el acto y lo reanudarían a puerta cerrada.
El primero de los contendientes en exponer fue Lorenzo Caballero Ortiz, le siguieron José M. Iris y Manuel Valle; ninguno de ellos logró encender a los espectadores. Ricardo Pérez Gallardo fue abucheado y debió abandonar el escenario antes de terminar su disertación, al igual que Jorge Tamayo.
Después de evaluar a los expositores ya mencionados, el jurado, a causa del escándalo, detuvo el concurso y abandonó el local. Acto seguido, buena parte del público se marchó. Al notar que el ruido disminuyó, se continuó con la competencia. Tras la pausa, hicieron su intervención Félix Lara Rivas y Prado Vértiz, y ninguno tuvo éxito.
Llegó el turno de Antonio Lomelí, quien disertó acerca de la conveniencia de una Liga de Naciones Panamericana y se ganó los elogios. Cuando terminó, las porras lanzaban gritos de ‘viva el orador’.
Roberto Guzmán Araujo, Salvador Toscano y Gustavo Castillo Negrete no capturaron a la audiencia. Raúl Vega Córdova, al igual que Lomelí, arrancó la ovación.
El último en subir a la tribuna fue Octavio Paz. En la relatoría de lo acontecido se lee: “Con voz bellamente timbrada, trató el mismo tema que su antecesor y la concurrencia escuchó atenta su discurso perfectamente desarrollado y dicho con desenvoltura, que cautivó al auditorio. Fue muy aplaudido y por momentos se creyó que sería el triunfador”.
Al terminar la primera fase, se eligió a los cuatro mejores para que participaran en una prueba de improvisación, con un tema nuevo que les sería revelado diez minutos antes de tomar la palabra. El Universal reportó:
Fueron escogidos los jóvenes: Lomelí, Vega, Valle y Octavio Paz. El primero en hablar fue Lomelí […]. Hablaron Octavio Paz y Valle, con temas diferentes, sin haber logrado mejor éxito que en la prueba preparada, no así el estudiante Vega [quien] fue muy aplaudido porque tocó algunos puntos que fueron del agrado de las porras que reclamaban el triunfo para él. De pronto, un grito unánime de los partidarios del estudiante Lomelí acalló los de los partidarios de Vega, y el Presidente del Jurado Calificador hizo la declaratoria de haber sido seleccionado como Campeón de la Escuela Nacional Preparatoria para el año de 1930 y para representarla en la prueba del Distrito Federal al estudiante Antonio Lomelí; en segundo lugar, al estudiante Raúl Vega Córdova y a Octavio Paz en tercer lugar.
El ganador absoluto fue Javier Vivanco. Por lo que se refiere a Paz, cerró ese año con una presentación que ayuda a completar su imagen de orador en ciernes. El 17 de diciembre se conmemoró el centenario luctuoso de Simón Bolívar, por lo que el gobierno del Estado de México destinó un jardín a honrar la memoria del Libertador. Inocente Peñaloza García, cronista universitario de la entidad, recordó en Toluca sucesos del siglo XX que “el orador oficial de la ceremonia […] fue Adolfo López Mateos y en una velada que se efectuó en el Teatro Principal el discurso corrió a cargo de Octavio Paz”.
En 1931, El Universal canceló estos eventos, mismos que no reanudaría sino hasta 1948. El enrarecido entorno que vivió la ya entonces Universidad Autónoma, más la presión hecha por catedráticos e intelectuales, quienes cuestionaron los beneficios académicos, llevaron a esa decisión. Agustín Yáñez publicó en Bandera de provincias, un virulento artículo que tituló “Contra los concursos de oratoria y otros vejámenes”, en el que apuntó:
Cada año es más bochornosa la asistencia a esas pruebas parlantes que han venido a ser un serio problema para nuestros adolescentes. Desfile de cacatúas románticas, que dicen tonterías sin tasa, exhibición de una infame pobreza espiritual, tiradas patrióticas y cursis fuera de ponderación; nulidad de pensamiento, suficiencia pendeja y en el saldo final una vanidad intolerable. Cuando se habla de nuestra urgencia de técnicos no se concibe cómo subsisten estos focos de impreparación, estos lanza-tontos que abren de par en par las compuertas de la impudicia.
Sean llamados a cuenta los vencedores nacionales e internacionales de años pasados. Qué posición ocupan desvanecidos el reclame que los emborrachó. En la provincia han quedado para decir malos discursos oficiales de que nos avergonzamos. En la capital son agitadores de estudiantes o aduladores viles. ¿Para qué recorrer nombres de quienes pudiendo ir muy lejos, solo son desteñidos globos de goma, cautivos del efímero reportazgo?
Apoteosis del mal gusto, ya quisiéramos que tales certámenes se inspirasen en un afán sincero, por filisteo y ramplón que fuese, pero no en el bajo mercantilismo industrial que los hincha al sonoro rugir de platillo y timbales. Este es el capítulo principal de su fracaso y de su condenación.
A pesar de sus dichos de 1984, por lo ahora relatado no tengo duda en afirmar que el joven Paz hubiera participado en 1931. Tan sólo tendría 17 años y habría logrado mucho margen de mejora. Aunque el Nobel desestimó sus aptitudes orales confiando en su escritura, nunca dejó de cultivarlas, al grado que éstas llegaron a constituir parte inherente de su trabajo intelectual a partir de la década de los setenta del siglo pasado.