Nosotros los estúpidos y el futbol

Por Gerardo Pacheco:

«¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales».

—Eduardo Galeano.

«Hay quienes no heredan otra cosa que el adorado nombre de un equipo».

― Juan Villoro.

Soy aficionado al futbol desde que recuerdo y de entre mis auténticas alegrías se cuentan varias asociadas al balompié. Recuerdo, por ejemplo, el 10 de mayo en el que viajé a Guadalajara a ver ascender a los Leones Negros a la primera división y, de pasadita, visitar a Lolis para comer con ella el Día de las Madres.

Ahora, mis fines de semana se subordinan a los horarios de los partidos que importan en esta casa: Los Rayados juegan a las siete de la noche del sábado, los Leones Negros siempre reciben los domingos a mediodía y las Chivas, hasta la temporada que recién termina, jugaban los domingos a las cinco de la tarde si es que Televisa no decía lo contrario. Eso si somos locales. Las jornadas de visita complican todo.

Dije somos. ¿Por qué dije somos? Hace algunos días vi un meme caer en mi feed de Facebook que decía, palabras más palabras menos, que decir Ganamos cuando tu equipo gana es igual de estúpido que decir cogimos cuando ves porno. Y recordé la simpleza con la que todo puede reducirse al absurdo si se tiene la malintención y la argucia suficientes para la conversión.

Por ejemplo, hay quien dice que el futbol no es más que 22 hombres en calzoncillos corriendo detrás de un balón; quien se atreva a sostener una falacia tribunera como ésta también podría admitir que “Noticias del Imperio” no es mucho más que un kilo y tanto de papel manchado de incontados mililitros de tinta. ¿Se vale reducir la alegría ajena al absurdo?, ¿se puede pensar en que alguien es justo, o noble o poseedor de cualquier otra virtud que usted aprecie en sus admirados si es capaz de tomar la sonrisa del otro y pasarla por la ventajosa retórica de lo que a mí y sólo a mí me gusta?

Y eso me llevó a recordar a los inverecundos que se dieron cita en el Ángel de la Independencia cuando Leonardo DiCaprio ganó su Oscar en la más reciente entrega del galardón. Tengo claro que hubo quien los llamó estúpidos (tal como decía la imagen esa del futbol y nosotros quienes decimos ganamos), quien los culpó de los problemas del país (qué miopía) y, como todos tenemos un Napolencito que maneja nuestros más profundos odios, hubo quien llamó a lanzar una bomba en la glorieta (¿rotonda?) para acabar de jalón con la estulticia nacional.

Recordé también el desprecio con el que se mira (se oye) la música de banda. Qué delito confesar que, quizás, recuerdas la tonada o la letra de lo que los listos llaman música agropecuaria. Imagínate que te sorprendan moviendo el piecito cuando empieza a sonar el acordeón de Ramón Ayala: paredón, public shaming y ley del hielo.

Y que no se te ocurra perrear o decir que Arjona te da lo mismo (debes odiarlo) o recordar tus lecturas adolescentes porque Benedetti es para tontitos y van a mandarte a colorear sin salirte de la raya.

Pensando en todo esto caí en que el Necaxa está a punto de llegar de nuevo al máximo circuito del futbol mexicano. Necaxa, el equipo de Juan Villoro a quien nadie podría tildar de estúpido. O bueno, ya no se sabe. Ya todos podemos decir cualquier cosa. Como sea.

Pensé, entonces, que la gente que tiene más fobias que filias es la que no deja pasar un día sin pedir, desde el meme, la democratización de todo: del entretenimiento, de los medios de comunicación, de la política; el Demos al Kratos, tomémoslo todo. Pero hagamos cara de fuchi cuando algo, cualquier cosa, sea popular. Lo popular tiene pulgas y guácala. Democraticemos todo pero no traigan sus chingaderas a esta fiesta del pueblo en donde no cabe lo que le gusta el pueblo porque qué estúpidos todos si les gusta el futbol o cierta música o cierta literatura.

De pronto, desde mi genuino placer de hincha, no tengo ningún problema en que alguien me llame estúpido mientras grito un gol con las venas llenas de sangre. A nosotros, los estúpidos, nos bastan estas felicidades, las chiquitas, para sobrevivir al mundo.