Leer o no leer: de eso se trata

Por Isabel Hion:

¿Cómo incentivar el gusto por la lectura? Podríamos iniciar por utilizar un verbo distinto. En vez de incentivar, ¿qué tal contagiar? Se ha intentado de todo un poco en México por lograr que los niños, jóvenes y adultos tomen un libro y se permitan conectar con el mágico mundo de la cultura. O así es como nos lo han vendido: como algo extraordinario que no forma parte del día a día. De cierta manera, es así: la lectura consciente, la alfabetización funcional, no ha sido exactamente parte del día a día del mexicano promedio. Pero ese es un tema mucho más escabroso que no es posible abordar en tan poco espacio ni pertinente hacerlo con argumentos que puedan ser malinterpretados. Vuelvo a la pregunta inicial: ¿Cómo contagiar el gusto por la lectura?

Vale mucho la pena desentendernos de parámetros extranjeros, sobre todo europeos, a la hora de implementar mecanismos que integren lo que llamamos “cultura” a la cotidianidad del mexicano. En primer lugar, no compartimos la misma tradición intelectual y educativa que los europeos. Y en segundo lugar, es absurdo que invitemos a las generaciones más jóvenes a practicar algo que, para empezar, no ven en casa ni en sus escuelas. El profesor promedio de las escuelas públicas mexicanas, de nuevo, tiene una educación respecto a la lectura y la escritura que dista mucho de ser contagiosa. Responde a una necesidad meramente académica para lo cual necesitan aprender a leer y escribir; necesitan. No quiero generalizar, puesto que existen muchas excepciones, pero creo que hasta el momento sólo quien desee comenzar una discusión bizantina podría contra argumentar que sí existen profesores en México con gustos y hábitos genuinos por la lectura y escritura.

¿Escribir y leer como hábito y gusto tienen beneficios para nuestra vida cotidiana? Sí, pero no lo explicamos. Nos hemos centrado tanto en presentarlos como dos quimeras extraordinarias mágico-musicales, que el efecto es similar a cuando llegan los shows de freaks a algún pueblo olvidado. Suena drástico, suena directo, pero así ha sido. ¿No nos hemos cansado aún de las campañas lastimeras que incentivan-obligan a las personas a leer o se suben a un peldaño soberbio y de superioridad moral desde el que invitan-obligan a leer porque, “qué oso no leer”? Es de pena ajena. Mientras la lectura siga siendo una herramienta para el snob y el falso intelectual, incapaz de la consideración por el otro, de la empatía (sí, ya sé que pueden estar muy hartos del término, porque aún no entienden su función real y su importancia), la lectura en México seguirá siendo un objeto de coleccionista, un adorno, una manera de proclamarse mejor que los demás, y seguiremos fallando una y otra vez en la odisea de “incentivar” a los jóvenes y niños a tomar un libro.

Compartir el gusto por la lectura no tiene por qué ser tortuoso, amargo, complicado ni obligatorio. Deberíamos saber, por ejemplo, que estamos en todo el derecho a no leer, a no leer el libro que nos imponen. Si se va a fomentar el gusto por la lectura, considero, debe hacerse como un acto de honestidad, una invitación genuina, y ante la premisa de que no hay una receta, no existe una lista con libros de cabecera para iniciar a una persona. Adentrar a alguien al mundo de la lectura es poco a poco, con gentileza, voracidad, un tanto de ingenuidad. Y, sobre todo, amor por lo que se comparte. Todo aquello que no se hace con amor, sabemos perfectamente que tarde o temprano sale sobrando.