La Traición de los Intelectuales

Por Óscar E. Gastélum:

“One has to belong to the intelligentsia to believe things like that: no ordinary man could be such a fool.”

—George Orwell

La larguísima, frustrante y tediosa campaña presidencial que llegará a su fin el próximo domingo dejó a su paso una estela de eventos y fenómenos muy negativos, y que seguramente terminarán socavando nuestra moribunda democracia a largo plazo. La lista es muy extensa e incluye el asesinato de cientos de candidatos y el uso faccioso de las instituciones del Estado para descarrilar a un aspirante a la presidencia. Pero en este texto quisiera concentrarme en el papel que jugaron algunos connotados intelectuales durante la campaña, ya que, a mi juicio, fue bastante nocivo y hasta bochornoso.

Y es que a lo largo de estos frustrantes meses todos fuimos testigos de cómo muchas personas a las que respetábamos y admirábamos por su inteligencia y su insobornable compromiso crítico se transformaron súbitamente ante nuestros atónitos ojos en auténticos porristas al servicio de un candidato presidencial, suspendiendo de manera indefinida sus facultades críticas  y sacrificando su prestigio en el altar de los intereses del partido. Quisiera decir que el fenómeno se ha dado en todos los bandos, pero si lo hiciera incurriría en una falsa equivalencia imperdonable. No, la verdad es que ese fenómeno ha sido muchísimo más marcado entre los intelectuales que decidieron apoyar a Andrés Manuel López Obrador. Quizá porque es la opción menos defendible racionalmente.

Algunos han tratado de justificar su nuevo rol propagandístico arguyendo que no podían ser “imparciales” ante una elección que va a marcar el futuro del país. Pero eso no es lo que se les pedía, pues la imparcialidad es una postura de la que quizás sean capaces los ángeles, pero no los mortales de carne y hueso. Sin embargo, podrían haber apoyado al candidato de su preferencia sin inmolar su integridad intelectual en el intento, criticando despiadada y públicamente sus errores para luego explicarnos por qué, a pesar de todo, seguían pensando que era la mejor opción, o la menos peor. Eso habría nutrido la cultura democrática de este país anémico y hubiera elevado el nivel de nuestro debate público. En cambio, las porras rastreras y las penosas contorsiones ideológicas que todos atestiguamos sólo lograron degradarlo. Uno puede simpatizar con un candidato o un partido, declararlo públicamente (como lo he hecho yo mismo en este espacio) y mantener su compromiso con la verdad y con los lectores.

¿Pero por qué alguien apoyaría ciegamente a un demagogo tan polémico e impredecible como López Obrador, exponiendo en el proceso un prestigio ganado a pulso? Las teorías sobran, pues el fenómeno dista mucho de ser novedoso o raro. Basta con echarle un vistazo al siglo XX para constatar que la mayoría de los intelectuales sienten una extraña e incontrolable fascinación por los líderes autoritarios y las ideas antiliberales. En un siglo dominado por los grandes totalitarismos, fueron poquísimos los intelectuales (de cualquier estatura) que no se dejaron seducir por el romanticismo político en su versión reaccionaria-fascista o revolucionaria-comunista. Gente como Gide, Orwell, Camus, Raymond Aron u Octavio Paz, pertenecen a un club microscópico y muy selecto de grandes intelectuales antitotalitarios. Y aunque hoy en día son monstruos sagrados e inmortales, en su tiempo pagaron con el ostracismo y la hostilidad de sus contemporáneos su compromiso con la libertad.

Se supone que los intelectuales deben ser los custodios de la razón, la inteligencia, la libertad, la verdad y la justicia. Esa ingenua pero noble convicción ilustrada es la que motiva a nuestras sociedades a invertir tanto dinero en universidades públicas y a becar a estudiantes de excelencia para que realicen postgrados en el extranjero. Es por eso que ver a esa gente brillante y ultraprivilegiada postrada frente a demagogos y deslumbrada por el primitivo carisma que proyectan, se siente como la peor de las traiciones. En esta campaña hemos visto a varios miembros de nuestra “intelligentsia” mofándose de la inteligencia, denigrando el historial académico de los rivales de su candidato desde sus atalayas doctorales y justificando todo tipo de ataques en contra de los valores y las instituciones de la democracia liberal.

Lo cual tampoco resulta tan sorprendente pues hoy el liberalismo, como en los tenebrosos años treinta del siglo pasado, es el gran villano de moda. No el caudillismo, no el patrimonialismo, no el paternalismo autoritario, no el clientelismo, no el corporativismo, no el sindicalismo gangsteril, no la demagogia cínicamente confesional, no la ultraderecha teocrática. No, el enemigo más aborrecido entre los intelectuales lopezobradoristas, supuestamente de izquierda, es el liberalismo, al que acusan de haber “fracasado” (una aseveración sumamente osada y refutada por montañas de evidencia) y basados en esa cuestionable convicción decidieron apoyar ciegamente a un demagogo autoritario y reaccionario que sueña con llevar al país a un pasado dorado que jamás existió.

Sí, aunque parezca mentira, los intelectuales lopezobradoristas (y aparentemente buena parte de nuestro electorado) están contagiados con el virus antiliberal global que produjo Brexit y llevó a Trump al poder. Una enfermedad que transforma la legítima indignación en contra del statu quo en un berrinche irracional que no aspira a profundizar y fortalecer la democracia sino a reemplazarla con alguna vaporosa quimera. Pero mientras que en EEUU, Reino Unido, Italia, y el resto de Europa, los ejércitos del populismo tienen sitiadas a democracias consolidadas que muy probablemente lograrán sobrevivir esta crisis, en nuestro país están a punto de asfixiar en la cuna a una democracia recién nacida.

A finales de la década de los veinte del siglo pasado, el filósofo francés Julien Benda publicó “La Traición de los Intelectuales”, uno de los grandes clásicos del pensamiento del siglo XX. En su lúcido y pugnaz opúsculo, Benda acusaba a los intelectuales del mundo de haber abandonado los valores universales por las miserias de la política, la verdad por los intereses del partido, la razón por la ideología. Y predijo, con escalofriante tino, que la humanidad se aproximaba a uno de los capítulos más lúgubres de la historia. Nuestra época tiene más de una similitud con aquellos tenebrosos tiempos, ojalá que la traición de nuestros intelectuales no desemboque en una larga era de autoritarismo y atraso para México. Y si es así, que la nación se los demande…