La gentrificación en la colonia Roma

Por: Juan Francisco Morán

Han pasado ocho años o quizás menos, pero recuerdo que los dueños de las constructoras, los comerciantes y los vecinos de la colonia Roma aludían constantemente a la gentrificación, un fenómeno urbano que se refiere al desplazamiento de la población originaria por una distinta, cambiando la esencia de un barrio a costa de precios más elevados. Si una colonia adquiere cierto prestigio, la llegada de nuevos habitantes con un poder adquisitivo más elevado modifica el estilo de vida original que la hizo atractiva en un principio.

Este hecho genera grandes cambios económicos, porque para el dueño de una vivienda será más rentable subir el alquiler o venderla, motivado por la plusvalía. Del mismo modo, se generan nuevos hábitos de consumo para suplir la demanda de los nuevos residentes, con nuevas propuestas gastronómicas, turísticas y culturales. Éste es un suceso que muestra las dos caras de la moneda; por un lado, la de los “beneficiados” (dueños de viviendas) que gracias a la gentrificación encuentran un mercado dispuesto a pagar por lo que ofrecen, argumentando una renovación urbanística y una descentralización de la pobreza; y por otro, la de los “afectados” (los lugareños) que tienen que desplazarse a otra colonia por la presión que surge por costos que ya no pueden solventar.

Aunque el término gentrificación es un neologismo, sus efectos han sido estudiados desde el siglo XIX, como lo documenta Thomas Piketty en «El capital en el siglo XXI”, haciendo referencia a la obra de David Ricardo, quien estudia la evolución del valor de la tierra. Piketty afirma que no debe soslayarse el análisis de la gentrificación en el contexto de la distribución mundial de la riqueza y en el valor de los bienes raíces urbanos en las grandes capitales, señalando que si la tendencia de gentrificación observada a lo largo de los años 1970-2010 se prolongara por el periodo 2010-2050 o 2010-2100, se llegaría a desequilibrios económicos, sociales y políticos de considerable amplitud, teniendo repercusiones en las relaciones internas y externas de los países, que no distan de evocar el Apocalipsis ricardino expresado por Piketty.

Este fenómeno se venía gestando en la colonia Roma con parsimonia, ajustándose a las reglas de la oferta y demanda del mercado inmobiliario, así como a la apertura de mercados y corredores culinarios con la intención de implementar un estilo de vida diferente, como un cinturón que va recorriendo sus hoyos a la medida de las exigencias. La gentrificación en esta colonia ya ha sido analizada en otras ocasiones. Basta recordar el artículo Gentrificación: el caso del Mercado Roma, para meditar sobre sus causas y consecuencias.

Por mi parte, he sido testigo de la forma en que este fenómeno ha afectado a la Roma. El paso del tiempo puso las cosas en su sitio. La moneda siguió girando hasta caer del otro lado, el lado de los “afectados”. Recorrer la colonia en bicicleta me permitió diseccionarla, como si dispusiera de un microscopio por el cual pudiera observarla a detalle. Un día me percaté de que había un nuevo comercio, otro día una nueva construcción, pero al mismo tiempo también vi el cierre de locales de antaño, y supe del éxodo de quienes antes los regentaban. Luego, la gentrificación ocasionó el desplazamiento de sus antiguos moradores por otros de mayor nivel adquisitivo.

La entrañable peluquería de años cerró porque el arrendador aumentó la renta, ya que el costo de manutención del local también se incrementó, dando entrada a que, en ese mismo sitio, ahora se encuentren barberías boutique especializadas en satisfacer las demandas de sus nuevos habitantes, dispuestos a pagar un costo más elevado. Mi amigo cubano se tiene que mudar de barrio porque no le alcanza para vivir ahí. En la calle Querétaro existe un pequeño establecimiento de comida y música afroantillana, en donde acostumbraba hablar de literatura, el cual es visitado solo por los pocos vecinos bohemios que sobreviven; en otras palabras, un sitio condenado al olvido. Si algo tenía esta colonia era un encanto ecléctico, un lugar en donde convergían diferentes culturas y formas de pensar. Ahora el cinturón apretó hasta asfixiar.

Por otro lado, los efectos que ha traído consigo la gentrificación, no caminan en el mismo sentido, no están equilibrados. La Roma es ahora un lugar caro; la demanda de un nuevo estilo de vida elevó los precios, creándose un desajuste económico. A pesar de su costo, la Roma es una colonia insegura: calles ornamentadas de basura, ocupadas por la delincuencia, sin desazolvar, con baches y sin alumbrado público, quedando expuestas las políticas de seguridad pública de las autoridades. Sin embargo, aún resulta atractiva por las propuestas culturales que minimizan la realidad, como un buen maquillaje que oculta sus imperfecciones. Los efectos que se han manifestado, poco a poco la han convertido en una zona clasista y sobrevalorada.

Por otra parte, he visto nacer en algunos empresarios una consciencia social contrastante. Asociaciones como «Barrio Unido» buscan un balance para evitar este desplazamiento urbano y lograr una profunda transformación que tome en cuenta todos los intereses implicados; por una parte, involucrando a los vecinos con su colonia, sembrando en ellos un valor de identidad y convivencia comunal; por otra, exigiendo a las autoridades el cumplimiento de sus obligaciones.

Hoy en día, la Ciudad de México vive un momento trascendental en su historia: el nacimiento de su primera Constitución. El fenómeno de la gentrificación debe tomarse en cuenta para equilibrar el desarrollo urbano, económico y social que sufren algunas de sus colonias, y en aras de conseguirlo, la próxima Constitución de esta nueva entidad federativa, debe contemplar dentro de sus principios rectores los mecanismos para controlar el desequilibrio y la pérdida de identidad.