La agresión sexual, la gente, la otra gente y la política

Por Gerardo Pacheco:

Hace algunos días fuimos testigos de la lamentabilísima agresión que sufrió Andrea Noel en las calles de la colonia Hipódromo Condesa. Dicho evento fue terrible en cualquiera de sus crónicas: una mujer que camina sola a plena luz del día es alcanzada por detrás por un sujeto que, sin ningún pudor, le baja los calzones y huye. La víctima, desconcertada, apenas alcanza a caer al suelo y luego a incorporarse, vulnerable y vulnerada.

Andrea es víctima desde cualquiera de los cristales y el vil acosador es, desde el criterio común, un personaje tipo que no debería existir por más plurales que nos pongamos. El ultraje fue filmado por las cámaras de seguridad de establecimientos cercanos que tuvieron a bien proporcionarle las cintas a Andrea con el fin de poder identificar al agresor y, con ese video y a través de las redes sociales, se inició algo así como una campaña que, en términos generales, logró lo que se proponía: exhibir que en México, y además en uno de los barrios más bienqueridos y afamados de la Capital, el acoso es real y hay que combatirlo.

Hasta ahí el mensaje que caminó y sigue caminando en medios y redes sociales en búsqueda de justicia:

Otra vez, como pasa diario con mujeres en todo México, me acosaron en una calle linda y bien iluminada a plena luz del d…

Posted by Andrea Noel on martes, 8 de marzo de 2016

El micropost, a través de Twitter, cuenta con más de 4 mil 500 retuits, en tanto que en Facebook, el video ya casi alcanza las 60 mil reproducciones. Ha logrado un impacto como pocos y suma una oportunidad para visibilizar el problema. Sin embargo, al ser éste un video viral y al volverse el caso de Andrea Noel un asunto público, pasó lo que pasa con todo personaje que tiene cierta exposición en las redes sociales: uno que otro nadie sin apellido o avatar la amenazó y la ofendió al denunciar la ofensa recibida.

Hasta acá hay dos panoramas que tendrían que atenderse con cuidado. El primero: Andrea recibió franca solidaridad de amigos y desconocidos, quienes, en la medida de sus posibilidades, redistribuyeron el video de la agresión y lo hicieron un problema propio; y el segundo: Andrea recibió, y hay que decirlo, algunas amenazas grotescas que ponen frío hasta al más templado. ¿Qué habría que atender aquí? ¿Hay modo de hacer de una tragedia el estatus del país, el color del mundo? Si, por una parte, Andrea, sin omitir que es víctima, recibió una solidaridad que nunca antes había experimentado, ¿es México un país solidario? O, por la otra, donde Andrea fue vejada verbalmente por algunos usuarios de Twitter, ¿es México un país en donde, cuando denuncias, te humillan? ¿Vale alguno de estos dos juicios polares? ¿Es todo lo que tenemos que decir? Parece que sí.

A propósito de la noticia, el portal de BuzzFeed México publicó lo siguiente “Una mujer fue acosada en la CDMX y la reacción de la gente es un WTF”. La pregunta es: ¿Cuál gente? Evidentemente no las 4 mil 500 personas que retuitearon el video. La gente de la que habla BuzzFeed son los cuatro que amenazaron a Andrea. El sitio web de Sopitas también cubrió la nota: “Agreden sexualmente a reportera y la respuesta de la gente es aterradora”. De nuevo, ¿qué gente? ¿Yo soy la gente? ¿Quién es la gente?

Andrea no debió ser agredida y mucho menos debió de ser insultada por denunciar la agresión en su contra; pero pasó. Y también pasó que la gente, otra gente, una gente, le hizo saber que no estaba sola y la empujó a seguir denunciando desde las plataformas en las que ella expuso su caso. Cualquiera que haya vivido lo suficiente en las redes sabe que existen cuentas sin nombre dedicadas al odio: cuentas de alcantarilla que vituperan a cualquier usuario visible. ¿Es ésta la gente? ¿Merecen las ocho columnas? ¿Merecen ellos el honor de que los convirtamos en el diagnóstico del mundo?

Sin invertir mucho tiempo, haga usted una búsqueda con el nombre de usuario de cualquier persona pública y la palabra más horrenda de su diccionario:

@lopezdoriga y mueras:


@CarlosLoret y pendejo:


@LopezObrador y violen:


El resultado es el que es: esta gente existe porque, al margen de la maravillosa herramienta de las redes sociales, este espacio también es un facilitador para el ejercicio de la cobardía. ¿Mataron a López Doriga? No. ¿Loret de Mola es un pendejo? No. ¿Violaron a López Obrador? Tampoco. Pero no me crea a mí, haga usted su búsqueda.

Insisto en que, bajo ninguna circunstancia, puede justificarse este balbuceo del rencor pero, vaya, ya deberíamos de saber que existe y que hay que cohabitar la red y el mundo con 7 mil millones de personas, unas decentes y otras horribles.

Lo que quiero decir es que, así como no violan a López Obrador cada tercer día y no matan a López Dóriga cada seis horas, tampoco las cuatro amenazas que recibió Andrea pueden tener el protagonismo que recibieron. Son nadies escondidos en el anonimato escribiendo lo que pueden desde la cobardía y que, eventualmente y justo al dejar el teclado, vuelven a sus tristísimas realidades, donde no pueden ser bravucones porque los despiden de sus trabajos o los echan de sus casas.

Todavía no terminaba el día y uno, dispuesto al vocerío de la red, ya no sabía cuál era la noticia: si la agresión en contra de Andrea o la gente.

Thomas Mann dijo que todo es política y, hoy, apenas a una semana de la terrible humillación que sufrió Andrea, el discurso ya está en otro lado: esto ya se trata de la cultura de la violación, del feminismo, del heteropatriarcado, de la falta de equidad, de las cuotas al 50 y del eterno espantapájaros; ¿se vale?, sí, porque todo es política.