Frente Nacional por la Ignominia

Por @Bvlxp:

Como todos sabemos, el pasado sábado 10 de septiembre, un adefesio autodenominado “Frente Nacional por la Familia” (FNF) marchó en diversas ciudades del país para expresar su inconformidad ante la discusión en el Poder Legislativo Federal de la iniciativa enviada por el Presidente Peña Nieto para codificar las decisiones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en materia de matrimonio igualitario. Como es común que suceda cuando se trata de prejuicios, este gólem de la abyección salió a las calles animado no sólo por mentiras que pueden esparcirse gracias a la certeza de que los marchantes jamás leerán en realidad de qué va la iniciativa del Ejecutivo Federal, sino por el soplo de la iglesia católica.

Desde el rincón histérico del otro lado del espectro ideológico, estas marchas fueron consideradas como homófobas y discriminatorias, e incluso comparadas por algunos con aquellas del KKK. Que sea para menos. Arranques y desgañites aparte, las diversas expresiones en contra de las marchas “pro-familia” indican que un sector importante de la sociedad mexicana está dispuesto a ver hacia el futuro, a vivir en un régimen liberal que no impone la moralidad desde el Estado y que deja que las personas vivan su vida en paz y de forma libre. Excelentes noticias para los que aspiramos a vivir bajo un régimen de derechos humanos; en un régimen de auténticas libertades.

Aunque respondan a intereses ruines, la realidad es que las marchas del FNF son excelentes noticias para la democracia mexicana. En los últimos años, las calles han sido tomadas para uso exclusivo de medrosos sectores radicales del activismo político y por los sectores biempensantes que sienten que tienen el derecho exclusivo para la manifestación y que sus causas son las únicas dignas de la calle. Las marchas del FNF tienen el ingrediente singular de haber logrado sacar a las calles a un millón de personas que normalmente forman parte de la “mayoría silenciosa” de México: gente que nunca sale a manifestarse, que aguanta vara ante los males que la aquejan y que normalmente aguanta las imposiciones de otros marchantes igual de convencidos de su bondad. Ver a la mayoría conservadora de México en las calles es una excelente noticia para el debate nacional.

La magia de la democracia liberal es que tiene espacio para contraponer todas las voces y para airear el debate nacional de forma racional. Es muy lamentable que los autodenominados progresistas condenaran que ciudadanos se expresaran e incluso amenazaran con desatar la violencia; tan poca fe en la propia capacidad argumentativa es de romper el corazón. Vale la pena recordar que estos progres son los mismos que exigen libertad sin cortapisas para sus marchas y que sin falta acusan histéricamente violencia contra ellas. En un régimen de derechos humanos, no hay marchas buenas o malas; no hay monopolio de la bondad en una democracia, únicamente gente que marcha por lo que le importa y cree que es bueno aunque esté equivocada.

Las marchas del FNF dejan al descubierto una realidad que nos gusta ignorar: México es un país profundamente conservador con pequeños reductos progresistas como la Ciudad de México. Tanto que este país cuenta con una izquierda que deja que un Presidente supuestamente de derecha abandere la causa del matrimonio igualitario y le escamotea el respaldo político; con una izquierda cuyo líder máximo declara que los derechos de igualdad entre los ciudadanos no son tan urgentes y que deben someterse a referéndum, un autodenominado líder progresista que es el político más conservador de México, un líder que quiere congraciarse con la llamada “derecha” en su ansia por gobernar.

Así, el debate desatado tanto por la iniciativa presidencial como por las marchas del FNF, ponen en la mesa la discusión del país que queremos ser. Por mi parte, voto por un país de plenas libertades para expresar todas las ideas, incluso las que me son odiosas; y por un país en el que se reconozca que todos los seres humanos son dignos y como tales merecen la oportunidad de amar en absoluta libertad e igualdad. La cuestión sin embargo es que, parafraseando a Macario Schettino[1], el problema mexicano es que nadie está realmente dispuesto a defender la libertad.

[1] Liberalismo optimista, quimera del siglo XXI. En La fronda liberal: La reinvención del Liberalismo en México (1990-2014). José Antonio Aguilar Rivera, comp. Editorial Penguin Random House. 2014.