Por Alberto Sánchez:
Amigos, en esta época vivimos grandes acontecimientos que nos hicieron reflexionar acerca del real ejercicio de nuestros derechos.
En principio, el llamado Celebgate o para los adentrados en 4chan, The Fappenning, una serie de videos y fotografías en las que se recopilaban fotos íntimas de famosas desnudas como Jennifer Lawrence, Kate Upton o Ariana Grande.
Estas fotos fueron extraídas por un cracker de sus cuentas de icloud poniendo entredicho dos valores fundamentales del internet: la privacidad y el morbo.
El morbo, es la herramienta que la mayoría de páginas famosas como buzzfeed, Huffington Post o Sopitas utilizan para atraer visitas. Incluso el último, Sopitas, después de meses de postear fotos de filtraciones de otras famosas, decidió retractarse y pedir disculpas, pero sin borrar el artículo donde publica las fotos de Demi Lovato o Miley Cyrus. Dando a entender que su moral es una prioridad sólo después de haber conseguido los clicks y views.
Y después la privacidad. Más allá de una cuestión de género simplista que nos lleve a juzgar el porqué ciertas personas se toman fotos así, debería centrarse en por qué cualquier persona, no importando las precauciones o la importancia que tenga, es susceptible de ver violada su intimidad.
En un principio, cualquier mujer u hombre tiene el derecho de enviar cualquier tipo de dato privado, no importando su índole: una foto erótica o un secreto industrial, nuestro derecho a la privacidad debería prevalecer.
Es esta confianza bona fide a los que brindan servicios de almacenamiento la que nos hace replantearnos la verdadera protección de nuestros datos personales y cuya única percepción es que están a salvo porque no somos lo suficientemente importantes como para que alguien los saque a la luz.
El verdadero debate está en la vulnerabilidad de nuestros sistemas de seguridad y saber que nuestros datos personales en realidad y siempre están en riesgo, y que sólo basta un hacker para derribar una de las plataformas más grandes del mundo.
Por otro lado, y a modo de jiribilla, está en la discusión el uso del espacio público. Primero: los polémicos parquímetros que están ahí para recordarnos que el espacio de estacionamiento en la vía pública no es ni un derecho de propiedad, ni una servidumbre y mucho menos un derecho constitucional, lo cual contrasta significativamente con el uso del Zócalo como estacionamiento privado de los invitados al informe de nuestro presidente, que claramente manda un mensaje: «Éste es un espacio público que nosotros podemos privatizar según nuestros intereses, incluso anteponiendo las necesidades o los trabajos del ciudadano común y corriente. No hay en realidad un límite de lo público que pueda servir a nuestros intereses y el ciudadano no tiene nada qué hacer».
Y así, en el espacio privado y en el público, estamos completamente desamparados.
We are like rolling stones, no direction home, my friends.