El secreto de los dioses

Por Bernardo Esquinca:

Vivimos en un mundo en el que se ha impuesto la religión católica. Como mexicanos, independientemente de lo que creamos ya de adultos, la mayoría crecemos con la idea de Jesucristo, el pecado y la redención como parte de nuestra idiosincrasia. Aunque no vayamos a misa, estos conceptos están bastante arraigados en la sociedad, y es común que sean parte de las discusiones en el entorno familiar. Hay un dicho que proclama que “de política y religión nunca hay que hablar”, pero lo cierto es que estos temas siempre están en el centro de las polémicas.

¿Pero qué ocurre cuando un suceso nos mueve el tapete y cuestiona nuestras creencias de raíz? Es lo que le pasa al sargento Howie cuando tiene que viajar a la remota isla de Summerisle en Escocia para investigar la misteriosa desaparición de una niña. El choque cultural de este policía ultracatólico con una comunidad inserta en ritos paganos, es el tema central del filme de culto El hombre de mimbre, dirigido por Robin Hardy en 1973.

En Summerisle las reglas son diferentes. De hecho, parece no haberlas: desde su acuatizaje en el pequeño puerto de la isla, Howie atestigua extraños comportamientos de los lugareños: no hay tabúes respecto al sexo, la gente copula en grupo y al aire libre, y veneran a los dioses primigenios. Pronto el policía pasa de la indignación a la sospecha: algo parecen ocultar los nativos, y él está dispuesto a averiguarlo.

El hombre de mimbre posee varias cualidades que la han vuelto un clásico, una obra única e irrepetible (en 2006 Nicolas Cage protagonizó un remake bastante desafortunado). Es una singular mezcla de géneros: un thriller, pero también un musical, pues hay varios momentos en los que los personajes se expresan mediante canciones, incluida la inquietante escena en la que la hija del dueño de la posada en la que se hospeda Howie, le hace un ritual de seducción como si fuera una sirena de tierra.

No se puede decir más de la trama sin revelar los giros y sorpresas que esta cinta depara, cuyas perturbadoras secuencias finales son parte de la historia del cine. Lo importante es que El hombre de mimbre cuestiona un mundo en el que hemos olvidado a los dioses antiguos, y el papel fundamental que continúan desempeñando pese a nuestro desdén.

Como Howie va descubriendo en medio de sus pesquisas, hay ritos cuyo significado  desconocemos. Ignorarlos desde nuestra soberbia de hombres razonables y sofisticados, puede ser fatal. El hombre de mimbre que, como señaló Julio César, utilizaban los Druidas, sacerdotes de los celtas, en ciertas celebraciones, guarda un propósito atroz en sus extrañas. Algo que ni el dios católico al que Howie le reza todas las noches puede impedir.