Por Bvlxp:
Durante la campaña presidencial, Andrés Manuel López Obrador prometió que “separaría el poder económico del poder político”. Sus adoradores inmediatamente incurrieron en una suerte de éxtasis porque, como sabemos, los más intemperantes de sus fanáticos tienen al dinero y a sus señores como algo perverso: el principio y fin de todos los problemas; sueñan con el demonio neoliberal en las noches de pesadillas. Como toda buena promesa de campaña, nadie sabía bien a qué entendía el candidato por este divorcio o en qué consistía el matrimonio que quería terminar. Ya como Presidente electo, con la cancelación de la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAIM), descubrimos qué es lo que AMLO entiende por separar el poder económico del político: someter al capital a su santa voluntad, tan indiferente a las ataduras de la ley, y, más que separarlo, someterlo al poder político.
Todos los que creemos en el libre mercado detestamos el capitalismo de cuates, esa práctica que premia a los cercanos al poder con contratos de servicios y obra pública sin importar su oferta, atendiendo al único mérito de la simpatía o la componenda, del moche. El capitalismo de cuates es una perversión de las leyes del mercado y un inhibidor de la competencia que resulta en que unos se hacen asquerosamente ricos a costa del tesoro público y muchos se quedan sin posibilidad de competir limpiamente, es decir, ofreciendo más y mejores productos y servicios a menor precio. Cualquier creyente de las bondades del capitalismo votaría por alguien que prometa acabar con el favoritismo en la asignación de contratos de obras y servicios públicos por afinidades políticas o personales. En una palabra, terminar con el capitalismo de cuates.
Lamentablemente, AMLO no es, nunca ha sido, ese candidato y ese gobernante. Como sucede en muchos ámbitos de su propuesta y trayectoria política, el ahora Presidente electo no es creíble. Sus hechos y sus compañías no lo hacen alguien confiable ni un arbitrador neutral y desinteresado del mercado. Cuando fue Jefe de Gobierno del Distrito Federal quedó claro con la construcción de su obra emblema: los segundos pisos del Periférico; sin embargo, con la cancelación del NAIM, el Electo quedó completamente expuesto de lo que entiende por separar el poder político del económico: la arbitrariedad y la extorsión, esas prácticas que en el pasado llevaron al país a la ruina económica.
La forma en que se canceló la construcción del NAIM desnuda lo que será el gobierno de AMLO: la indiferencia ante contratos y compromisos vigentes, ante la estabilidad laboral de decenas de miles de trabajadores, ante el desarrollo económico de una zona muy necesitada de ello, ante el uso eficiente y cuidadoso de los recursos públicos, miles de millones de los cuales se fueron en un santiamén a la basura en uno de los manotazos en la mesa más caros de la historia. De ahí la preocupación y la reacción de los “mercados”: lo que entiende AMLO por separar el poder económico del político no es más Estado de Derecho sino menos.
Después de la pataleta presidencial, el vocero de la cancelación del NAIM ha sido un constructor cuyos conflictos de interés son más sólidos que la estructura que supervisó en la Plaza Artz Pedregal; un empresario que toma decisiones cruciales y que marcarán de principio a fin la próxima administración y cuyo prestanombres será el encargado de dirigir el proyecto que se dice sustituirá al fallecido NAIM. Curioso entendimiento de la separación entre política y dinero.
Con todo, lo más preocupante de la cancelación del NAIM vino después del anuncio presidencial: la forma en que AMLO “serenó” a los constructores perjudicados. Empresarios que fueron, en buen español, extorsionados por el Electo porque sabe que nuestro mercado interno es débil y porque el capitalismo de cuates que AMLO busca perpetuar los hace depender del capricho y la arbitrariedad presidencial. A ellos, López Obrador pareció decirles: si se calman y no me demandan, tendrán nueva y más obra, independientemente de que la adjudicación de obras esté sujeta a la ley. En este “nuevo” país vale más el puño presidencial que la balanza de la justicia; las adjudicaciones directas salen de la mano del Presidente a la vista de todos y donde la ley estorba, la ley se quita como en Tabasco. No es que se separe el poder económico del poder político, es que el poder político es ahora un solo hombre que tiene al país con un pie en el cuello.