El derecho a huir de las buenas intenciones

Por Isabel Hion:

La cultura mexicana aplaude y congratula sin fin todas las buenas intenciones que, en el proceso, se lleva entre las patas a mucho de lo ya existente. En ese sentido, las buenas intenciones no escatiman y arruinan cosas por igual. Es el día 29 de un año que apenas está por terminar su primer mes: abundan las listas de propósitos de cosas que nunca has hecho en años anteriores y, con ello, la oportunidad de mejorar. A mí me sorprende lo buenos que somos para solapar las cosas mal hechas que, sin embargo, se hicieron de buen corazón. Cada proceso mal ejecutado, cada acción sin una planeación, cada desfiguro de cierto político que tiene consecuencias globales, pueden ser solapadas con justificaciones como: “Pero démosle tiempo”, “Nadie nace sabiendo”, “Lo hizo con buenas intenciones” y otras formas horribles en que, de una manera muy enferma, nos convencemos de que está bien hacer las cosas mal.

Vivimos en una sociedad que no se cansa de solapar las cosas mal hechas. No sólo las solapamos, sino que las estimulamos y después queremos el reconocimiento porque claramente pudo haber sido peor: pudimos haber perdido más dinero, pudimos haber perdido más vidas, pudimos habernos saltado más derechos universales, pudimos haber tenido más desorganización. El punto es hacer notar que pudimos haber sido aún mucho más cínicos e irresponsables, pero no lo fuimos: entonces, ¿dónde está mi premio?

La horrible costumbre de no rastrear, atacar ni solucionar desde la raíz -la aparente justa razón es que, entonces, todo tardaría más- es uno de los chistes mejor contados de nuestra cultura. Como ejemplo, están las campañas de lectura en la que el fomentor o, en dado caso, el lector, incita a los no lectores a leer como si se tratara de una droga dura que vale la pena probar. El contexto no entiende la lectura, no sabe lo que implica, no entiende por qué debería leer un libro y hacer volar su imaginación mientras lleva una vida horrible, sin servicios básicos tal vez, con un salario mínimo que es todavía un peor mal chiste que el no solucionar desde la raíz. ¿Vale la pena fomentar la lectura con buenas intenciones? No, lo siento; no vale la pena. Hacer las cosas bien: eso sí vale la pena. Claro que pocas personas están dispuestas a asumir todo lo que conlleva hacer las cosas bien: responsabilidad, disciplina, claridad, honestidad, humildad, y muchas otras cosas que, seamos sinceros, podemos ahorrarnos con medidas mediocres e imaginarias que solucionan problemas reales.

¿Se puede fomentar a la lectura con buenas intenciones? Claro que sí. Pero primero, por favor, planea, organiza, estructura, ten pensamiento crítico sobre tu plan de acción, y no quieras tener la razón. Actuar en beneficio de los demás no tiene nada que ver con tener la razón. Servir no tiene que ver con tener la razón. Ayudar no es ganar internamente. Progresar no significa hacer las cosas rápido, de buen corazón, darle gusto a quienes no saben cómo se hacen las cosas. Hacer las cosas bien: ese animal mítico en el cual nos negamos a creer.