Diez años de guerra

Por Frank Lozano:

Hace diez años comenzó la guerra contra el narco. No es, ni ha sido, una guerra convencional. El enemigo contra el que combate el Estado no tiene un solo rostro. Se presenta con múltiples facetas que se desdoblan bajo distintas denominaciones, según el territorio del que surjan. Esta guerra no convencional ha dejado un legado sangriento que enluta a miles de familias. Nadie se salva de la sangría. Lo mismo mueren criminales, que policías, militares o inocentes.

Los diez años que lleva esta carnicería, se pueden dividir claramente en dos fases. Una primera fase abierta, que duró lo que duró el sexenio de Felipe Calderón, en el que la narrativa y acciones del gobierno giraron en torno al tema y en donde en ningún momento se titubeó en plantear el problema de manera frontal, pero miope.

Felipe Calderón, por convicción o necedad, encabezó, defendió y llevó hasta sus últimas consecuencias la estrategia que él creía que era la correcta. Al final de su sexenio, los resultados fueron magros y el costo alto, sin embargo, se pudieron recuperar territorios y encarcelar a diversas cabezas de grupos delictivos.

La estrategia calderonista dejó en claro varias cosas. La primera, que muchos gobernadores se echaron a la hamaca. La segunda, es que la captura de líderes de los grupos criminales jamás iba a terminar con el problema. Capturado un líder, alguien más ocupaba su lugar, o peor aún, los grupos criminales se dividían. Lejos de extirpar el mal, la detención de las cabezas provocó una metástasis: la multiplicación de las heces.

La tercera, que la estrategia era limitada. Jamás se persiguió la ruta del dinero: congelar cuentas, detectar lavado de dinero. Jamás se esclareció el vínculo entre la política y el narcotráfico. No se fortalecieron las policías. No se avanzó en el debate sobre la despenalización de las drogas para uso medicinal y recreativo. Jamás se planteó una estrategia integral que atendiera las causas profundas que llevaban (y siguen llevando) a miles de jóvenes a formar parte de las filas de grupos delictivos: la desigualdad, la atención a la juventud, la marginación. También se perdió de vista que, al cercar la producción, tráfico, trasiego y venta de drogas, los grupos criminales ampliaron su modelo de negocio incorporando secuestros, extorsiones y toda clase de aberraciones.

En la segunda fase de la estrategia, ya con Enrique Peña Nieto al frente del país, la situación empeoró. En primer lugar, porque el gobierno del PRI decidió deliberadamente silenciar el problema. El nuevo PRI, muy a su estilo, pretendió que no hablando del tema y controlándolo mediáticamente, todo se resolvería.

Gracias a su estupidez perdimos dos años. Se volvieron a perder territorios completos. En algunos estados, como en Michoacán, el Estado solapó la creación de autodefensas, algunas de las cuales también estaban integradas o infiltradas por grupos criminales. Guerrero se descontroló al punto que diversas zonas del estado son un cementerio abierto. En el silencio del gobierno sucedieron y siguen sucediendo matanzas, desapariciones, secuestros.

A la incapacidad del gobierno y a su falta de credibilidad, se suma el reclamo del ejército, institución que ha visto caer su credibilidad, que ha sido expuesta a labores que constitucionalmente no le corresponden.

Hoy el PRI está impulsando en el cámara de diputados una iniciativa para darle orden y marco legal de acción al ejército afuera de los cuarteles. Es una medida apresurada y riesgosa que intenta dar certidumbre en el corto plazo, pero que terminaría por aplazar indefinidamente la ruta a seguir, que es la del fortalecimiento de las policías, el vuelco radical en la estrategia policial, por una estrategia de apertura, liberación del consumo, acompañada de un robustecimiento de la prevención y de la atención a consumidores en términos de salud pública.

A largo plazo funciona más fortalecer a la sociedad, fortalecer la salud pública, generar oportunidades y combatir la desigualdad, que militarizar la seguridad. A diez años de esta guerra, estamos por llegar a un callejón sin salida, de todos depende tomar otra ruta.