Por Frank Lozano:
Al Papa Bergoglio le resultó muy costosa su gira a México. Nuestro país se erigió como una prueba compleja para el jefe de estado del Vaticano. Resulta complicado hacer un balance objetivo de la gira, pero hay claves que permiten llegar a las siguientes conclusiones.
En primer lugar, que el Estado mexicano no va a cambiar. Para el gobierno federal y los poderes fácticos, la visita de Bergoglio fue una suerte de tanque de oxigeno, un escenario ideal para pepenar los residuos de buena imagen que posee el prelado de roma.
El gobierno nacional no hará suyas las críticas, vertidas de manera muy tibia, respecto a la corrupción, los excesos y la concentración de poder. Todo lo contrario, la clase política no perdió oportunidad de derrochar recursos y poder en un intento bananero de mostrar un rostro de un país que no existe.
En ese sentido los políticos no nos defraudaron. Esperábamos de ellos el oportunismo, el arribismo y el uso de sus privilegios. El simple hecho de ver a gobernadores, legisladores y demás fauna en las primeras filas y en los mejores lugares de las locaciones provoca asco.
El papel de los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión abierta, fue lamentable. Las televisoras siguieron un guion y tampoco defraudaron. Cubrieron las minucias, los aspectos emocionales, no hicieron énfasis en la precaria parte crítica que acompañó el mensaje de Francisco en sus distintos eventos. La televisión, como nunca y como siempre, fue un pilar de la enajenación y de la manipulación social.
A la Iglesia mexicana, que dicho sea de paso no es un monolito sino un conjunto heterogéneo de personas y posturas, le queda mucho trabajo por hacer. No en balde los mensajes más fuertes que hizo Francisco tuvieron que ver precisamente con los de casa. Sin llegar a ensañarse, sí dejó ver que el papel de la estructura formal de la iglesia debe cambiar. Urge ampliar el trabajo social de la iglesia, especialmente el que lleva a cabo su ala más crítica. La iglesia tiene el poder de incidir en una transformación social más profunda. Tiene el peso específico de modificar conciencias, sin por ello rebasar los límites que le impone la constitución y el estado laico.
Como era de esperarse, el Papa no hizo suyos, al menos públicamente, los temas calientes de la agenda mexicana. Ayotzinapa, derechos humanos, abuso sexual infantil y protección de pederastas, desigualdad, aborto, matrimonio entre personas del mismo sexo; brillaron por su ausencia.
El Papa optó por mostrar su lado político y diplomático. Sin embargo, dicho silencio provocó enojo y escepticismo en muchas personas y organizaciones que vieron en él la oportunidad de llevar a otro nivel sus exigencias.
Al final la gira, como otros eventos que suceden en este país, pasará a la historia más por las anécdotas que por las consecuencias positivas que de ella se desprendan. El Papa regresará a Roma y nosotros nos quedaremos con nuestros problemas.
Católicos y no católicos, beatos y herejes, jacobinos y religiosos, sabemos que a fin de cuentas la solución no proviene de ningún mesías. Los grandes liderazgos espirituales sirven para inspirar, los que al final podemos transformar las cosas somos los mortales, los que estamos del otro lado de la valla.