In the councils of government, we must guard against the acquisition of unwarranted influence, whether sought or unsought, by the military-industrial complex. The potential for the disastrous rise of misplaced power exists and will persist. We must never let the weight of this combination endanger our liberties or democratic processes.
Dwight D. Eisenhower
Empecemos por lo más importante: Los trece soldados norteamericanos que perdieron la vida en el diabólico ataque terrorista orquestado por “ISIS K” en el aeropuerto de Kabul la semana pasada son héroes en toda la extensión de la palabra, pues cayeron en la línea del deber cumpliendo una misión insólitamente noble y peligrosa. Durante dos semanas expusieron sus vidas tratando de salvar a miles de civiles afganos que se agolpaban desesperados a las afueras del aeropuerto tratando de huir del infierno. Y gracias a su sacrificio, decenas de miles de seres humanos (hombres, mujeres y niños) podrán rehacer sus vidas lejos del Talibán y de su barbarie vesánica. Ese jueves infausto, al recibir la noticia del atentado, dos cosas me vinieron instantáneamente a la mente. La primera fue la imagen, publicada por la prensa internacional unos días antes, de dos mujeres marines arrullando en sus brazos a un par de bebés afganos. La segunda fue la famosa frase que John Kerry pronunció frente al Senado de EEUU al volver de Vietnam:
“How do you ask a man to be the last man to die in Vietnam? How do you ask a man to be the last man to die for a mistake?”
En una de esas macabras coincidencias que tiene la vida, con el paso de los días se confirmó que una de las últimas guerreras que cayó en Afganistán, una de las últimas en morir por ese gigantesco error, fue precisamente la sargento Nicole Gee, aquella marine que había sido captada acunando afectuosamente a un bebé afgano. Que su memoria, y la del resto de sus compañeros caídos, sea una bendición para sus seres queridos y para las miles de personas a las que lograron evacuar.
Escribo estas líneas unos momentos después de que se anunciara que las últimas tropas norteamericanas finalmente abandonaron Kabul, poniéndole punto final a la guerra más larga en la historia de Estados Unidos. Y sigo sin tener la menor duda de que Biden tomó la decisión correcta. Antes que nada, la retirada fue un mensaje para el pueblo norteamericano, que llevaba años esperando este momento, y lo mejor que puede hacer un líder liberal en esta era de populismo rabioso es demostrarle a sus ciudadanos, con hechos, que los escucha. Pero esta decisión no sólo tiene como objetivo resanar el tejido social norteamericano sino también mejorar la posición geoestratégica del país. Sí, ya sé que China y Rusia se dieron un banquete propagandístico con el caos de las últimas semanas, pero su schadenfreude es pírrica, pues lo que de verdad les hubiera convenido es que Estados Unidos siguiera atascado en Afganistán, desperdiciando energía, dinero, vidas y cohesión social, en una misión sisifea, en un rincón del mundo en el que no tiene ningún interés vital. Porque ellos saben mejor que nadie que esta retirada es parte de un profundo cambio de paradigma geopolítico. Medio Oriente ha pasado a segundo plano frente al ascenso de China y por eso Biden y su equipo han decidido concentrar su atención en el Indo-Pacífico. No es una casualidad que mientras Kabul caía en manos del Talibán y el presidente trataba de lidiar con la tormenta mediática doméstica, la vicepresidenta Kamala Harris estuviera de gira por el sureste asiático, tratando de cementar, oh ironía, una alianza con Vietnam para enfrentar a China.
Otra gran ventaja de la retirada es que Estados Unidos finalmente podrá reevaluar su enfermiza «alianza” con el inmundo régimen pakistaní. Si alguien quiere llegar a entender la enloquecedora irracionalidad de la guerra que acaba de terminar, debe empezar por indagar en esa relación sadomasoquista. Estados Unidos dependía totalmente del espacio aéreo de Pakistán para abastecer a sus tropas, así que durante todos estos años lubricó al único régimen islámico que posee un arsenal nuclear con cientos de millones de dólares en asistencia militar. Pero no me sorprendería que una parte nada despreciable de ese dinero hubiera acabado en manos del Talibán, pues esa pandilla de terroristas, asesinos y fanáticos medievales es una creación de los servicios de inteligencia pakistaníes, quienes jamás han dejado de financiarlos ni de brindarle santuario a sus líderes. Sí, sin el apoyo de Pakistán, el Talibán no habría podido resistir pacientemente durante dos largas décadas. Y por si eso fuera poco, no debemos olvidar que cuando Estados Unidos finalmente logró localizar a Osama bin Laden, más de una década después de iniciar la ocupación de Afganistán, no lo encontró enclaustrado en una cueva remota sino cómodamente alojado en una fortaleza en Pakistán, que además estaba ubicada a unos cuantos metros de la academia militar más importante del país. Con amigos como esos…
En el texto que publiqué hace unos días (y que usted puede leer aquí) aventuré que Biden no pagaría un precio político por atreverse a tomar una decisión delicada y riesgosa pero acertada y apoyada por la inmensa mayoría de los norteamericanos. Hoy sigo pensando más o menos lo mismo, a pesar de que la popularidad del presidente cayó en picada en las últimas semanas arrastrada por la infame cobertura de unos medios masivos que se dedicaron a darle reflectores y micrófonos a los arquitectos y promotores de la guerra, esos que se han equivocado en todo durante los últimos veinte años y que son los verdaderos responsables de este colosal fracaso. Los que gastaron ochenta mil millones de dólares en un ejército fantasmagórico. Los que llenaron de dólares los bolsillos de una clase política afgana ultracorrupta y despreciada por su pueblo. Los que encubrieron a los comandantes afganos que usaban a niños como esclavos sexuales. Sí, ha sido terriblemente decepcionante y repulsivo ver desfilar por todos los canales de televisión una y otra vez a Petraeus, a Crocker, a Karl Rove, al cínico miserable de H.R. McMaster y a tantos otros (hasta Henry Kissinger publicó una columna criticando a Biden. Henry FUCKING Kissinger), sin que sus aliados y voceros en los medios los tocaran con el pétalo de una pregunta incómoda o les recordaran su inmensa responsabilidad en este fiasco. Y es que Biden cometió un pecado imperdonable, se atrevió a desafiar a lo que aquel jipi pacifista llamado Dwight Eisenhower bautizó como: el complejo militar industrial. Pues la retirada no sólo humilló a los halcones y a sus propagandistas mediáticos exhibiendo el colosal fraude que encabezaron y promovieron durante dos décadas, un espejismo obsceno que le costó la friolera de dos trillones anglosajones de dólares a los contribuyentes norteamericanos, sino que además le cerró la llave al negociazo multibillonario que fue la ocupación. Por eso Biden tenía que pagar un precio muy alto por su osadía, para que los presidentes del futuro lo piensen dos veces antes de volver a meterse con los señores de la guerra.
Pero, como dije antes, creo que Biden va a recuperarse de esta crisis y que el pueblo norteamericano terminará aprobando el resultado final. Porque además la operación acabó siendo un éxito. Sí, las primeras horas fueron caóticas pues nadie esperaba que el gobierno y el ejército afganos se desmoronaran tan rápido. Pero después de la confusión inicial, la administración, las fuerzas armadas y sus aliados ejecutaron la mayor evacuación en la historia de Estados Unidos, una auténtica proeza logística que puso a salvo a más de 130,000 personas, la inmensa mayoría de las cuales son afganos que corrían peligro por haber trabajado para las fuerzas de ocupación. El éxito terminó siendo tan rotundo que hasta los medios tuvieron que reconocerlo. La corresponsal de CNN Clarissa Ward, por ejemplo, que había afirmado que evacuar a 50,000 personas sería un éxito pero que era poco menos que imposible lograrlo, tuvo que tragarse al aire sus sombrías predicciones y reconocer que: “it’s obvious that the Biden administration has made the best of a desperately-bad situation».
El futuro de Biden, de su partido y de la democracia norteamericana dependerá de muchísimos factores, principalmente del éxito de su plan de infraestructura y del presupuesto de tres y medio trillones anglosajones de dólares con el que tratará de transformar la economía norteamericana. Y no debemos olvidar que los republicanos podrían ganar las elecciones intermedias a base de puro gerrymandering, ni que tienen una ventaja de casi seis puntos en el colegio electoral y en el senado gracias a la polarización por nivel educativo. El panorama sigue siendo sombrío y la tarea por delante titánica. Pero creo que ponerle fin al atolladero afgano fue un acierto histórico que terminará fortaleciendo al país tanto a nivel interno como externo. El tiempo se encargará de desmentir o de reivindicar este análisis…