Tradiciones nacionales

Por Oscar E. Gastélum:

Entre los múltiples talentos exhibidos por el Señor Presidente de la República, Licenciado Enrique Peña Nieto de Rivera, en los dos primeros años de su mandato, quizá ninguno me emocione tanto como su admirable capacidad para avivar las tradiciones más arraigadas de nuestra querida y bendecida patria, revivir otras que estaban casi moribundas e incluso fomentar algunas nuevas.

El ejemplo más claro, desde luego, es el enorme impulso que el Señor Presidente le ha dado a la corrupción y a la impunidad, dos rancias tradiciones nacionales que se remontan a los primeros instantes de la Conquista.

Por supuesto que fue indignante que algunos desestabilizadores ingratos hayan obligado a nuestra dignísima Primera Dama a vender la hermosa Catedral Blanca que construyó amparada bajo el manto de un conflicto de interés, tan tenebroso, que se transformó en un clásico instantáneo de enriquecimiento inexplicable y tráfico de influencias. Pero afortunadamente nuestras tradiciones son tan sólidas que nadie será juzgado y mucho menos pisará la cárcel, y cuando la casa se venda (si es que se vende) el dinero bajo sospecha regresará a los bolsillos de la familia presidencial y seguramente servirá para comprar un refugio doméstico tan o más suntuoso que el anterior, pero lejos de la mirada entrometida de periodistas cizañosos, proles resentidos y perversos desestabilizadores.

Por eso, todos deberíamos darle la razón a Don Arturo Nuño, Primer Secretario de la Nación, cuando afirma que el caso de la “Casa Blanca” “está cerrado”. Es muy obvio que al incurrir en actos de corrupción impúdicos sin pagar las consecuencias, el Señor Presidente de la República sólo buscaba fomentar nuestras tradiciones y, como ya expliqué en otra columna, enriquecer nuestro patrimonio cultural. Además, creo sinceramente que nuestro redentor tiene derecho a robarse los millones que quiera porque salvar a un país no es una tarea fácil y merece ser generosamente remunerada.

Pero mi encomio obviamente no termina ahí, porque con el regreso del PRI, o su milagrosa transubstanciación en uno “Nuevo”, hemos tenido la fortuna de recuperar una tradición que tristemente estábamos perdiendo: las devaluaciones. ¿Quién no recuerda con nostalgia las terribles crisis económicas de antaño que solían dejar en la ruina a familias de clase media de la noche a la mañana y hundían aun más en la miseria a nuestros pobres? Hoy, gracias al hábil manejo de la economía del mejor Secretario de Hacienda del Multiverso, México ha vuelto a esa aciaga era dorada que tanto añorábamos.

No deja de ser una casualidad elegantemente poética que esta nueva devaluación llegue después de la heroica aprobación de un paquete de reformas “modernizadoras” muy similares a otras que terminaron en una hecatombe económica, política y social. Me refiero, desde luego, a las impulsadas a principios de los años noventa por San Carlos Salinas de Gortari, el profeta que transformó a México en un país de Primer Mundo (aunque algunos vándalos de intelectos encapuchados le regateen ese mérito) y multiplicó a los “billonarios” mexicanos que aparecen en la lista de Forbes con el mismo milagroso entusiasmo que Cristo aplicó en los panes y los peces.

¿Lograrán las reformas de nuestro admirado Señor Licenciado y Presidente hundir a México en una “modernización” tan espeluznantemente exitosa como la de su tío Carlos, Santo Patrono de los monopolios y la nueva Oligarquía? Tenemos cuatro largos años por delante para averiguarlo, pero me atrevería a pronosticar que el joven alumno superará sin problemas a su admirado maestro y consolidará una tradición más: la de aprobar periódicamente paquetes de devastadoras y aterradoras reformas “modernizadoras” que culminen en un desastre económico inolvidable.

Por último, no puedo dejar de mencionar una nueva tradición mexicana que, a pesar de no ser tan añeja como las primeras que mencioné, promete consagrarse en el calendario nacional con la ayuda del Señor Presidente de la República y otros políticos tan generosos y honestos como él. Me refiero al “Teletón”.

Sí, estoy consciente de que estamos hablando de un evento organizado por Televisa, pero la línea que separa a esa admirable empresa de la Presidencia de la República es tan tenue que resulta prácticamente imposible diferenciar a una de la otra.

Muchos malos mexicanos critican este hermoso evento exhibiendo así su mezquindad y bajeza de espíritu. Su paupérrimo argumento afirma que si nuestros creativos oligarcas, encabezados por el propio dueño de Televisa, dejaran de evadir impuestos, y sus cómplices en el gobierno no invirtieran el erario en mansiones blancas, México podría construir un sistema de salud universal, público y gratuito de primera categoría y ningún niño discapacitado tendría que pedir limosna en cadena nacional mientras un desfile interminable de politicastros emplea recursos públicos para hacer caravana con sombrero ajeno.

Qué disparate, si los niños discapacitados realmente quieren apoyo, lo mínimo que pueden hacer es ayudar a lavar la imagen y la conciencia de empresarios y políticos corruptos una vez al año. Lo único que se les pide es que sonrían, lloren y rueguen obedientemente frente a las cámaras. Nada es gratis en esta vida.

Pero ahí no termina la vileza de algunos detractores de esta maravillosa iniciativa caritativa, los más mojigatos se atreven incluso a citar las siguientes palabras de Jesucristo Nuestro Señor para sustentar su maledicencia:

“Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto”.

Lo que para nadie es un secreto es que los bondadosos organizadores y los dadivosos y exhibicionistas donadores del Teletón son, en su mayoría, católicos devotos e intachables, y es indudable que Jesús estaba bromeando cuando pronunció el horroroso sermón de la montaña, esa pieza de oratoria populista tan injusta y severa con los pobrecitos ricos. Además, uno de los principales ideólogos y promotores del Teletón fue el Padre Marcial Maciel y todos sabemos que su prestigio inmaculado y su cercanía con Dios y la aristocracia nacional bastan para legitimar cualquier causa.

Seguramente varios vándalos desestabilizadores, enemigos del sacrosanto Proyecto de Nación del Señor Presidente Emilio Enrique Azcárraga Peña, argumentarán que las hermosas tradiciones que acabo de enumerar en realidad son vicios que deberían ser combatidos y erradicados. Pero no hay que escuchar a esos eurocentristas intolerantes e imperialistas culturales que buscan acabar con nuestros usos y costumbres y reemplazarlos con valores extranjerizantes, aplastando de paso nuestra sagrada idiosincrasia. Afortunadamente el Señor Presidente y su incondicional escudero, el Regente de la Ciudad de México, cuentan con un ejército de gallardos granaderos listos para defender, le guste a quien le guste, nuestra frágil y amenazada identidad nacional.