Tout est pardonné

“The struggle for a free intelligence has always been a struggle between the ironic and the literal mind.”

Christopher Hitchens

 

La semana pasada, el PEN American Center, organización dedicada a la promoción y defensa de la libertad de expresión alrededor del mundo, aprovechó su gala literaria anual para otorgarle un merecido reconocimiento al semanario francés Charlie Hebdo, por el valor mostrado frente al fundamentalismo islámico a lo largo de los años, pese a las múltiples amenazas, e incluso después de que doce de sus caricaturistas y empleados  fueran masacrados cobardemente por fanáticos que cobraron con sangre las “ofensas” en contra del “profeta” medieval al que veneran ciegamente.

Predeciblemente, la izquierda reaccionaria occidental, encabezada en este caso por seis famosos escritores que trataron infructuosamente de boicotear el evento, puso inmediatamente el grito en el cielo y se abocó a repetir los mismos perezosos y mezquinos argumentos, por llamarlos de alguna manera, que hemos venido escuchando en los últimos años. Un potaje tóxico que mezcla cobardía, marxismo trasnochado, relativismo ramplón rayano en nihilismo adolescente, masoquismo cultural y condescendencia racista, todo esto aderezado por la indispensable avalancha de “peros” con los que suelen rematar sus siniestras necedades.

¿Pero qué es exactamente lo que alegan estos brillantes imbéciles? ¿Cuál es el origen de su indignada inconformidad? Trataré de resumir brevemente su postura: Por supuesto que condenan enérgicamente el asesinato de doce seres humanos indefensos, PERO… Charlie Hebdo es una revista racista e “islamófoba” dirigida por hombres blancos (ya sólo esta odiosa rama de la izquierda y la ultraderecha fascistoide hablan de “razas” con tanta desvergüenza y soltura) y dedicada a atacar a una pobre minoría, oprimida y marginada.

Empecemos por lo primero. Charlie Hebdo no es una revista racista o “islamófoba” (necesitaría más de una columna para exhibir toda la deshonestidad intelectual que se oculta detrás de ese neologismo chantajista), todo lo contrario, es una tribuna de auténtica izquierda, antiracista y proinmigrantes, desde donde se ridiculiza la hipocresía criminal de todas las religiones del mundo y se expone sin piedad la imbecilidad y deshonestidad de políticos de toda laya, muy especialmente las de la esperpéntica ultraderecha francesa y su xenofobia cerril.

Sí, dirán los santurrones e ignorantes de siempre, PERO… los caricaturistas de Charlie Hebdo dibujaron a la ministra de cultura francesa Christiane Taubira como un mono  porque es de raza negra. No, lo hicieron para exponer a una politicastra de ultraderecha que usó su página de Facebook para compartir un fotomontaje en el que la ministra aparecía con cuerpo de simio y después declaró en un programa de televisión que Taubira debería estar columpiándose en las ramas de un árbol y no ocupando un puesto de  gobierno. Así pues, el polémico dibujo publicado por Charlie Hebdo pretendía exhibir en toda su gloriosa bajeza  el racismo descerebrado del Frente Nacional, partido de ultraderecha liderado por Marine Le Pen, y no insultar o denigrar a la ministra. Pero si a alguien le quedara alguna duda de lo que digo, basta con leer las palabras que la propia Taubira le dedicó a los caricaturistas masacrados al fungir como oradora en el funeral de Tignus:

“Tignus y sus compañeros eran centinelas, guardianes, aquellos que vigilan y protegen la democracia”.

Y como ese, hay decenas más de ejemplos en los que las caricaturas de Charlie Hebdo, desprovistas de contexto, son malinterpretadas, ingenua o maliciosamente, por las buenas conciencias de Occidente, esos “multiculturalistas” de ocasión que juzgan sin tomarse la molestia de investigar a fondo las circunstancias en las que se publicó cada dibujo y la muy particular  idiosincrasia del pueblo francés.

Por si esto fuera poco, el mundo está plagado de fundamentalistas pusilánimes que no pueden soportar el escozor provocado por el ardiente aguijón de la ironía y de tontos incapaces de detectar hasta sus más obvias manifestaciones. Los verdugos en nombre de dios y sus mojigatos aliados occidentales desprecian la sátira y el sentido del humor precisamente porque carecen de él. Y es que, como dice el añorado Christopher Hitchens en el epígrafe que encabeza este texto, el verdadero combate de nuestro tiempo lo libran diariamente, y desde hace décadas, la obtusa mente literal y su refrescante y liberadora contraparte irónica.

Pero pasemos a otra de las acusaciones que sus detractores lanzan constantemente en contra de Charlie Hebdo, la de estar obsesionados con el islam y mofarse constantemente de los pobres musulmanes, esa minoría oprimida. Para empezar, según un estudio de Le Monde, en los diez años que precedieron a la masacre, Charlie Hebdo publicó 523 portadas, de las cuales 336 hablaban de política francesa, 85 de asuntos sociales y económicos coyunturales, 42 de espectáculos y deportes, y sólo 38 de religión. De esas 38 portadas dedicadas a asuntos religiosos, 21 criticaban sin piedad al cristianismo, 10 a varias religiones a la vez y solo 7 exclusivamente al islam. Sí, 7 de 523 portadas, es decir, el 1.33%. Creo que no hace falta agregar nada más.

La izquierda occidental lleva décadas sumida en un profundo extravío ideológico, pero pocos asuntos exhiben con mayor claridad esa parálisis intelectual que su torpeza a la hora de enfrentar y analizar el extremismo islámico. Para buena parte de esa izquierda, el terrorismo es un asunto de pobreza y marginación, dogma simplista desmentido por la realidad y la frialdad de las estadísticas. Pues la inmensa mayoría de los terroristas islámicos en Occidente pertenecen a familias inmigrantes perfectamente asimiladas y son burgueses con educación universitaria. En ese sentido, los pobres diablos que participaron en el ataque contra Charlie Hebdo y luego asesinaron a cuatro judíos (que murieron sin haber dibujado una sola caricatura de Mahoma en sus vidas) en un supermercado kosher, son una rara excepción a la regla.

Además, el simplismo ideológico que se ha apoderado de nuestra progresía la ha llevado a olvidar que el poder es un mecanismo complejo y proteico, capaz de cambiar de rostro constantemente. Sí, lo más probable es que un hombre blanco nacido en Francia ocupe una posición de poder respecto a un joven musulmán que vive en algún arrabal parisino. Pero cuando ese joven se transforma en un asesino fanático y sanguinario que encañona a un grupo de caricaturistas inermes con una metralleta, no debería haber ninguna duda sobre quién es el verdugo todopoderoso y quiénes las víctimas indefensas que merecerían la compasión y la solidaridad de cualquier ser humano decente.

No, Charlie Hebdo no es una revista racista ni “islamófoba”, pero nadie puede negar que es profundamente ofensiva, pues esa es precisamente su misión como medio satírico que usa la caricatura como principal herramienta desacralizadora. Pero no hay nada de malo en ello, y precisamente para eso existe la libertad de expresión, para proteger el discurso polémico y ofensivo, siempre y cuando no promueva la violencia en contra de una colectividad o un individuo.

Algunos críticos del premio a Charlie Hebdo, por ejemplo, se han atrevido a comparar al semanario francés con Der Stürmer, el tabloide nazi que publicaba caricaturas antisemitas durante el Tercer Reich. Como si la crítica de una ideología religiosa como el islam y la ridiculización de un personaje histórico como Mahoma pudiera compararse con la deshumanización de un grupo étnico y el llamado constante a exterminarlo. Preocupa y aterra que haya quienes no alcanzan a detectar el abismo insondable que separa a ambos extremos.

Los ofendidos siempre han existido y es lógico que abunden en una sociedad democrática donde la libertad de expresión fomenta la crítica. Lo que, afortunadamente, se vuelve cada vez más raro es que reaccionen con violencia contra quienes les ofenden. A la iglesia católica, por ejemplo, solía ofenderle mucho que la Tierra girara alrededor del Sol y todavía hay cristianos que se sienten profundamente ofendidos cuando alguien les menciona la Teoría de la Evolución de Darwin o trata de enseñársela a sus hijos en la escuela. Pero, con contadas y raras excepciones, los católicos y los cristianos no suelen asesinar a quienes los critican o ridiculizan.

Es obvio que muchos musulmanes de hoy se ofenderán al escuchar que su religión, al igual que los otros dos grandes monoteísmos, no es más que un obsceno compendio de normas crueles y absurdas, fantasías delirantes y prescripciones salvajes, que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres o que la homosexualidad no es un crimen. Pero dejar de decirlo para no herir sus sentimientos sería un acto de cobardía imperdonable, porque el bienestar de sus víctimas y la defensa innegociable de la libertad de expresión deberían estar en lo más alto de nuestra lista de prioridades, muy por encima de las frágiles susceptibilidades de los fanáticos.

A veces pareciera que algunos intelectuales occidentales creen que la libertad de expresión es un capricho hipócrita y vacuo del que se vale el privilegiado hombre blanco europeo para atacar y ofender impunemente a minorías indefensas. Nada más lejos de la verdad, pues la libertad de expresión no solo es el cimiento sobre el que la humanidad ha erigido todos los triunfos que ha conseguido en contra de la injusticia y la maldad a través de la historia, sino el arma más poderosa con la que cuentan los desposeídos y oprimidos de hoy para romper sus cadenas. Es paradójico e indignante que quienes más dependen y se benefician de ella no la valoren o estén dispuestos a defenderla.

Pero a pesar de todos los males, no debemos olvidar que una parte muy valiosa e ideológicamente plural de la comunidad internacional sí comprende el inmenso peligro que representa el islam para el progreso de la humanidad y está dispuesta a hacerle frente. Es un hecho esperanzador que PEN, poseído por el espíritu de su valiente expresidenta Susan Sontag, quien encabezó con gallardía la defensa de Salman Rushdie tras la sentencia de muerte dictada en su contra por el Ayatola Jomeini en 1989, no cediera ante las presiones y los chantajes, y decidiera premiar el valor de Charlie Hebdo en una ceremonia en la que los caricaturistas vivos y sus colegas asesinados recibieron una larga y estruendosa ovación de pie, y se recaudaron 1.4 millones de dólares para defender la libertad de expresión en el mundo.

Sí, los extremistas islámicos cuentan con tontos útiles e influyentes como aliados en Occidente, pero el sacrificio de Charlie Hebdo y el merecido premio con el que PEN honró la memoria de los caídos y el coraje de los sobrevivientes, demuestra que todavía hay quienes están dispuestos a defender los valores irrenunciables de la humanidad frente al dogmatismo intolerante y violento. Habría que darle un premio a PEN por haber tenido el tino ético e histórico de premiar a Charlie Hebdo.