Por @Bvlxp:

Como todos sabemos, la indignación moral es uno de los nuevos deportes nacionales. Es como el kárate en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020: siempre ha estado ahí (porque en México, es cierto, siempre sobran razones para indignarse), pero hasta ahora a alguien se le ocurrió que es rentable y puede ofrecer un buen espectáculo. Así, todos los días navegamos la realidad con otra noticia que hace bullir la necesidad de gritarle al mundo que somos buenos.

Sucede que el 3 de mayo pasado, Lesvy Berlín Osorio fue encontrada muerta dentro de la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Estaba asfixiada con un cable atado a una cabina telefónica de esas de Ladatel que por alguna no tan sorprendente razón todavía existen dentro del campus universitario.

Al día siguiente de encontrado el cadáver, a la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México (PGJ) no se le ocurrió mejor cosa que aventar unos tuitazos ofreciendo pormenores de la vida que llevaba Lesvy Berlín. Más allá de lo torpe que resulta la práctica de la PGJ en el ambiente progre de la Ciudad de México, caracterizado por su hipersensibilidad y sus híper ganas de hacer de todo un gran borlote, la práctica de la representación social resulta muy problemática desde el único punto de vista que cuenta en estos casos: el jurídico. En las épocas del debido proceso, nunca es buena idea publicar detalles de una carpeta de investigación si se quiere llegar a algún lado frente al Poder Judicial.

Los tuits de la PGJ probaron ser la chispa que encendió la pradera de la indignación progre, que ignora que en los casos criminales la vida que lleva la víctima (si tiene pareja o no, si sale a fiestas, si se droga, si va mal en la escuela, si sus papás están divorciados, si es un alumno de excelencia, etc.) son cruciales para resolver el crimen y no, como suponen nuestras vociferantes feministas, excusas de la autoridad para justificar un crimen.

Como todos sabemos, el feminismo en boga, acompañado de Los Buenos, no necesita demasiada provocación para victimizarse entero y hacer de cualquier asunto una afrenta de género, e inmediatamente echó mano del recurso máximo de la indignación pop (el hashtag), y mediante la etiqueta #SiMeMatan algunas mujeres procedieron a exhibir sus flaquezas (todas predeciblemente ridículas y banales) ante el mundo como razones para ser asesinadas en esta ciudad. El salto lógico de la victimización es cuántico, pero para el feminismo de los likes nada es poco y todo sirve para entronizarse entre los seres más sintientes y solidarios mediante el ejercicio, profundamente narcisista, del exhibicionismo a partir de la tragedia ajena.

La UNAM, una institución perpetuamente atada a mitos maliciosamente tergiversados desde el imaginario de la izquierda más rancia como el de la «autonomía universitaria» que impiden que se garanticen asuntos tan relevantes como la seguridad de toda la comunidad, se ha convertido progresivamente en un terreno fértil para las actividades criminales. Desde sus instalaciones operan grupos subversivos y de choque atrincherados en el Auditorio Justo Sierra (infamemente conocido como “Ché Guevara”), narcomenudistas que disfrazados de taqueros operan a las puertas de la Facultad de Filosofía y Letras, vándalos profesionales y hasta raterillos de poca monta.

A causa de las actividades subversivas propias de quienes sienten nostalgia del unicornio azul, la situación en la UNAM se ha agravado hasta alcanzar niveles (aún más) preocupantes. El asesinato de la joven Berlín se suma al de José Jaime Barrera Moreno, Jefe de Servicios de la Facultad de Química. El asesinato de Barrera Moreno fue reivindicado por el grupo conocido como Individualistas Tendiendo a lo Salvaje, mismo que opera en la UNAM y que es considerado por el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) como una organización anarquista con tendencia ecoterrorista y que se adjudicó el asesinato de Lesvy Berlín mediante un comunicado.

Ambos asesinatos, consumados dentro de Ciudad Universitaria y en contra de miembros de su comunidad comparten la singular saña con la que fueron ejecutados: Barrera fue apuñalado y escalpado, y Lesvy estrangulada y atada a la cabina telefónica. Sin embargo, en el mundo de la moda progre que sólo voltea a ver lo que le es fácil reconocer y le acomoda, la muerte de Barrera es una más, una anécdota perdida de la violencia y la de Lesvy resulta que es relevante únicamente por ser mujer, se sepa o no de la motivación del crimen por razones de género.

Pareciera que en el México asolado por la violencia que afecta en su abrumadora mayoría a los hombres, importa más el sexo de la víctima y de qué lado de nuestras filias y fobias cae para saber qué tanto vale nuestra indignación. En la escala de valores progres, la vida de un soldado o un policía no merecen ni una lágrima; la de un hombre maduro tampoco, sin importar que haya sido víctima en circunstancias iguales a las de una mujer. Para la sensiblería progre, educada en el por demás machista «Sálvese quien pueda, mujeres y niños primero», la única vida merecedora del rechinar de dientes es la de una mujer y la de los niños. En esos casos no es posible esperar, urge una marcha; no importan los hechos, esta indignación es urgente.

Que se sepa: #SiMeMatan fue porque escribo textos criticando al feminismo pueril y porque en la noche bajo a la cocina a comerme los Chocorroles a escondidas.