Pueblo manipulado

Radiografía de la sociedad

Por Alejandro Rosas.

Algunas voces prudentes no se dejaron llevar por la alegría desmedida que cubría las calles de la ciudad de México desde el mes de mayo de 1822, cuando una turba enardecida, encabezada por el sargento Pío Marcha, proclamó emperador de México al consumador de la independencia, Agustín de Iturbide.

La sociedad seguía ebria de gozo bebiendo de la botella de la libertad y buscando afanosamente entregar su voluntad al caudillo, al monarca o al presidente. La combinación no podía ser más peligrosa: un pueblo que abdica de sus derechos unido al hombre que, ensoberbecido, ocupa el poder.

En La Abispa de Chilpancingo –periódico «dedicado para perpetuar la buena memoria del muy honorable y excelentísimo señor don José María Morelos»–, del 10 de junio de 1822, don Carlos María de Bustamante publicó una nota que curiosamente no criticaba al hombre del poder, sino a quien otorgaba ese poder: el pueblo.

«Su naturaleza es monstruosa en todo, y desigual a sí misma, inconstante y varia. Se gobierna por las apariencias sin penetrar el fondo. Con el rumor se consulta: es pobre de medios y de consejo, sin saber discernir lo falso de lo verdadero: inclinado siempre a lo peor. Una misma hora le ve vestido de dos afectos contrarios. Más se deja llevar de ellos, que de la razón; más del ímpetu que de la prudencia; más de las sombras que de la verdad. Con el castigo se deja enfrenar».

Algo de profético había en esas palabras que en cierto modo mostraban el futuro político de México: el pueblo entregado a Santa Anna, siguiendo a Juárez, vitoreando a Porfirio Díaz o conmovido con Madero para luego repudiarlos. El pueblo que se conformaba ante la desigualdad y la injusticia o cómplice del autoritarismo.

«En las adulaciones es disforme, mezclando alabanzas verdaderas y falsas. No sabe contenerse en los medios: o ama, o aborrece con extremo, o es sumamente agradecido, o sumamente ingrato, o teme, o se hace temer. O sirve con humildad o manda con soberbia. Ni sabe ser libre, ni deja de serlo. En las amenazas es valiente, y en las obras cobarde. Sigue, no guía. Más fácilmente se deja violentar que persuadir. Con el mismo furor que favorece a uno, le persigue después. Fomenta los rumores, los finge, y crédulo acrecienta la fama. Imita las virtudes o vicios de los que mandan. Estas son las principales condiciones y calidades de la multitud. ¡Padres de la Patria, cuidado con perder de vista este fiel retrato!».

Corresponsable de la anarquía, la dictadura y el autoritarismo, la sociedad mexicana en pleno siglo XXI es ambivalente: por un lado, continúa esperando al hombre providencial; se suma con pasión a las causas mesiánicas; es conspiracionista y aplaude el rumor; es justiciero, más no busca la justicia. Y sin embargo, ha conquistado ciertas libertades que parecen encausarlo por el camino del deber ser del ciudadano: el derecho al voto, la participación política y cívica, la organización social no gubernamental y la conciencia de la legalidad.