Por Adriana Med:
«Tenemos que salvar los océanos si queremos salvar a la humanidad».
Jacques Yves Cousteau
Mi conexión con el mar inició desde el momento en el que mis padres decidieron llamarme Adriana. No era un bebé que llegó de París en una cigüeña, sino un bebé que vino del mar. De niña me gustaba hablar con él. Le hacía preguntas. Una ola pequeña era un no y una grande era un sí, o quizá era al revés. Ya no lo recuerdo bien. Pero siempre contestaba. No había forma de que no lo hiciera. Aunque es conocido como el mundo del silencio, el mar está lleno de música. Nos está diciendo algo todo el tiempo.
Con los años me pregunté qué había más allá del horizonte, y sobre todo qué había allá abajo, en las profundidades. Y me fui dando cuenta de que muchas personas desdeñan a los océanos. Creen que como su agua no es potable, no sirven para nada. Grave error. Los océanos hacen la vida posible. Regulan la temperatura y el clima del planeta. Contrario a la creencia popular, la mayoría del oxígeno que se añade a la atmósfera cada año no proviene de los árboles, sino del plancton del mar. Si la pesca desmedida y la contaminación continúan, el panorama es desolador. Jacques Piccard advirtió que los océanos morirán más pronto de lo que creemos.
Escribo, porque me gustaría contribuir a crear una mayor conciencia sobre la importancia de los océanos. Sin ellos no estaríamos aquí. En todas las escuelas y en todos los hogares se debería hablar de esto. Les propongo algo: seamos los abogados del océano global. Defendamos sus derechos, protejamos a las criaturas que alberga y alcemos su voz, porque si no lo hacemos nosotros, ¿entonces quién?
Dice Sylvia Earle que nadie está desprovisto de poder: todos podemos hacer algo. Informémonos, escribamos, pasemos la voz. Empapémonos y empapemos a los demás del color azul, sin el cual no podrían existir los demás colores de la Tierra. Y, ¿por qué no? Exploremos. Sumerjámonos, literalmente, en sus aguas. Quizá solo así aprenderemos a valorarlo de verdad. Eso sí, con mucho respeto y habiendo recibido el entrenamiento necesario.
Cuando le digo a alguien que uno de mis sueños es bucear, suelo recibir a cambio una respuesta negativa o una cara atónita. En parte lo entiendo, pero si te pones a pensar que la vida pudo haber iniciado en el océano primitivo, el buceo ya no parece una idea tan extravagante o descabellada. Es tan solo un regreso a los orígenes. Bucear es volver a casa.