Por Adriana Med:
«Más vale vivir tu propio destino imperfectamente que vivir a la perfección el destino de otra persona.»
El Bhagavad Gita
Estoy a favor de las influencias. Además de inevitables son beneficiosas. Sería muy tonto ignorar o subestimar a todas las grandes personas y obras que existen y han existido, de las que tenemos muchísimo que aprender. Compartir gustos, pensamientos y sentimientos es una manera de regarnos los unos a los otros, de ser jardines y jardineros a la vez. No todas las influencias son conscientes. Nos nutrimos de lo que oímos y leemos, muchas veces sin percatarnos de ello. También es común que varias personas piensen igual y conciban las mismas ideas sin necesidad de conocerse. Todo esto es natural, estamos conectados. Desgraciadamente hay quienes se obsesionan tanto en calcar a otros, en copiar por tantos años a sus favoritos, que olvidan por completo quienes son realmente. Dicen que la imitación es la forma más sincera de halago, pero aceptémoslo: cuando se lleva a niveles extremos puede resultar un tanto molesto.
Aunque admiro a una gran cantidad de personas y no soy perfecta (a decir verdad, se me desbordan defectos con cada exhalación) no me gustaría ser alguien más. Sé que no he ganado un premio Nobel ni he cambiado el curso de la historia de la humanidad, tampoco tengo el mejor aspecto físico, pero me alegra estar en mis zapatos. Creo que merezco mi lugar en el mundo tanto como todos los demás. Mis maestros me han enseñado, entre otras cosas, a ser yo misma. Prefiero admirar sin alejarme de mí. Hay que amar otros corazones sin dejar de escuchar y seguir al nuestro.
Desearía que más gente se diera cuenta de que es única y perfectamente capaz de aportarle al mundo algo que nadie más ha aportado antes. Porque todos tenemos algo que nadie más tiene: nuestra esencia, nuestra alma, como quieran llamarle. Asimov cuenta en uno de sus libros que hubo una época en la que se idolatraba tanto a los griegos que, a pesar de que estaban equivocados en varias cosas, nadie se atrevía a contradecirlos. Los intelectuales estaban sumidos en un complejo de inferioridad muy hondo. Se sentían tan incapaces de acercarse a lo que ellos hicieron que ni siquiera lo intentaban. No fue hasta que Isaac Newton publicó Principia Mathematica que pudieron darse cuenta de que el talento no se extinguió en tal o cual año.
En la actualidad a veces tenemos el mismo complejo. Renunciamos antes de intentarlo. Para mí la vida no es una competencia ni consiste en intentar superar a alguien más, pero se vale creer en nosotros mismos, aunque sea un poquito. Habrá momentos en que nadie más lo hará. Podemos dejar que los genios nos intimiden o que nos inspiren. Es posible que nunca lleguemos a crear una obra maestra, es verdad, pero eso no significa que no podamos hacer algo valioso y auténtico.
No me malinterpreten, no quiero decir que tengamos que caer en la egolatría e ignorar nuestros puntos bajos, como tantos han hecho. Se trata simplemente de usar nuestra voz. Aunque nadie nos escuche, aunque nos muramos de miedo, aunque se rían de nosotros, aunque tartamudeemos y nos den ganas de vomitar. Sin duda es un acto que requiere valor. En cambio, es muy fácil fotocopiar a los demás. Por eso me entusiasman las personas que se atreven a dar pasos imperfectos, pero genuinos, en un mundo en el que sobra la simulación.