Por Durden:

La época estudiantil es una de las más vulnerables que tiene el ser humano. Poca capacidad financiera, escuela por la mañana, trabajo por las tardes o viceversa; hacen de ésta una de las más cansadas y estresantes (claro, si no eres hijo de algún gobernador, magistrado, juez…).

Pero incluso con recursos económicos, empezar desde cero forjándote un camino en tu disciplina profesional es todo un reto. Bueno, para los que decidieron seguir, no como yo que escribo ‘vlogs’.

El punto es que si para los que son del nueve por ciento admitidos por la UNAM es difícil, más lo es imaginar la situación de otros que no tienen las facilidades que brinda nuestra universidad.

Es estéril, por ejemplo, hacer una comparación entre el estudiante de la UNAM y un normalista de Ayotzinapa, pero conocer la situación de los segundos después de haber sido desaparecidos 46 en un tiroteo violento, es imperativo.

Los normalistas, más allá de elegir estar lejos de sus poblados y vivir las carencias de una universidad limitada, tienen que prepararse para realizar uno de los trabajos que muy pocas personas querrían hacer: maestro rural.

El reto no es poco: casi millón y medio de estudiantes de primaria la cursan en condiciones precarias, a pesar de que por estadística representen poco menos de la mitad de toda la matrícula con un porcentaje del 47 por ciento.

El alto grado de marginación, la falta de instalaciones e incluso materiales indispensables como pizarrones, bancas o libros, hacen de la labor del maestro rural más que una elección profesional, un camino a la beatificación.

Estos maestros trabajan con lo que tienen para darle a los niños de comunidades alejadas, su única herramienta para no seguir perpetuando la herencia de pobreza sobre sus espaldas: la educación. Sin embargo, las carencias van desde servicios básicos como el agua potable, líquido con el que 37 por ciento de las escuelas primarias rurales no cuentan, según el INEE, por ello 44 por ciento de las mismas tampoco tienen baño.

Podría seguir hasta escribir un tratado, pero este texto solo pretende dar un panorama general de los desafíos que los normalistas rurales enfrentan en su profesión. Podrán venir de universidades que nos gusten o no en su mecánica, podrán tener líderes detestables o miembros de su comunidad despreciables (como en cualquier otra), pero ninguna de las razones anteriores es pretexto para que sean impunemente rafagueados por seudopolicías.

Suficientemente difícil es el panorama que tiene la educación rural como para mancillarla. A los ignorantes que llevan las riendas del Estado y no dudan en mancharse de sangre, se les olvida que el Estado de derecho no es opcional, es para todos.