Napoleón en Macuspana

Por Óscar E. Gastélum:

«Dijo el basurero a la ensaladera: yo también soy ecléctico.»

—José Bargamín

Hace aproximadamente año y medio publiqué un texto en este espacio en el que afirmé que nadie le había hecho tanto daño a la izquierda mexicana en la última década como su eterno candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, el Caudillo que la dividió y que profundizó su proverbial primitivismo, aplazando su urgente modernización. Si a usted le interesa leer ese texto, puede encontrarlo aquí. Pero confieso que en esa ocasión fui incapaz de imaginar las bajezas que López Obrador cometería en los meses transcurridos desde entonces. Como la lista de disparates obscenos es inagotable, me limitaré a hablar solamente de los que considero más nocivos para salud democrática del país, esos que han terminado por darle el tiro de gracia a la izquierda partidista mexicana, que necesitará años, si no es que décadas para recuperarse de este metódico asalto en su contra.

Para empezar, López Obrador finalmente se despojó del pésimo disfraz de líder progresista con el que tanto lucró durante años y, envalentonado por la seguridad económica y política que le brinda poseer su propio y personalísimo partido, con un vasto presupuesto a su disposición, y arropado por el apoyo ciego y acrítico de sus acólitos, decidió exhibir impúdicamente su verdadero rostro ideológico, el de un hombre profunda y peligrosamente reaccionario. Todos sabemos desde hace años, aunque algunos han hecho esfuerzos sobrehumanos por fingir demencia al respecto, que López Obrador es un fanático religioso de clóset, una momia conservadora y con ideas antediluvianas y obsoletas, que jamás ha simpatizado, por ejemplo, con las luchas sociales de nuestra era, como la que busca garantizar los derechos reproductivos de las mujeres; y que incluso representa una amenaza para la causa de las minorías sexuales, cuyos derechos, arrancados de las fauces del odio y del prejuicio a lo largo de décadas de lucha, serán sometidos al capricho de las masas en caso de que él ascienda a la presidencia.

Pero a pesar de todo esto, nada pudo habernos preparado para su esperpéntica alianza con el Partido Encuentro Social, una organización político-religiosa con aspiraciones descaradamente teocráticas que está a la derecha hasta del PAN más cavernario. Para entender el nivel de peligrosidad del movimiento evangélico (conformado por sectas obscurantistas, homófobas, reaccionarias e hipócritas) que está detrás del PES, bastaría con recordar que en EEUU los cristianos evangélicos fueron determinantes para llevar a Trump a la Casa Blanca y que siguen siendo la base electoral más fiel del detestable energúmeno naranja. No hay nada que justifique semejante alianza, una traición imperdonable en contra del laicismo y otros principios sagrados de la izquierda democrática, y el hecho de que el traidor sea un payaso que siempre se ha presentado como un “liberal juarista” hace que todo resulte ridículamente sórdido. Quizá este sea un momento ideal para recordar que el mismo demagogo tabasqueño, hoy tan dispuesto a pactar con la ultraderecha evangélica, fue quien en 2011 boicoteó una alianza entre el PRD y el PAN en el Estado de México, que pudo haber descarrilado las aspiraciones presidenciales de Peña Nieto, alegando que no podía traicionar sus “principios”.

A la alianza con el PES habría que agregar la interminable lista de personajes impresentables que se han sumado a MORENA y que han transformado al partido privado de la familia López en un auténtico freak show, fascinante por perturbador y deprimente (por cierto, el nombre del partido es de un oportunismo craso y repelente pues es una burda referencia a la virgen de Guadalupe, otro guiño teocrático del autoproclamado heredero de Juárez). Sí, a López Obrador siempre le ha gustado rodearse de gentuza deplorable cuya ínfima reputación contradice los ideales que él cree representar y defender. Pero ni siquiera su amor por Bartlett, Bejarano y Ricardo Monreal supera su súbito afán por rehabilitar a Napoleón Gómez Urrutia, un gangster sindical siniestro y ultracorrupto que heredó su puesto vitalicio tras la muerte de su papi, y al que el demagogo tabasqueño está tratando de transformar, frente a sus crédulas huestes, en un inocente perseguido político que merece una candidatura plurinominal al senado como premio por su heroísmo. ¿Para qué recoger tanta basura? ¿Vale la pena vender el alma por un puñado de votos de fanáticos evangélicos, mineros traicionados y fans de Cuauhtémoc Blanco? Sus defensores más sofisticados, hundidos en la ignominia y el descrédito más absoluto, hablan de pragmatismo cuando en realidad se trata de promiscuidad ideológica y oportunismo procaz. No permitamos que los sofistas nos confundan, pues parafraseando las palabras de José Bergamín que elegí como epígrafe para ilustrar este texto, Morena es un basurero tóxico y no la ensaladera incluyente que nos quieren vender. Pareciera que lo que el desvergonzado profeta de Macuspana busca es fundar al auténtico “Nuevo PRI”, otra cueva de pillos sin ideología, principios o escrúpulos, unidos por una insaciable sed de poder.

Entre más se acerca la elección, el pastor de solovinos (así se refirió él mismo a sus creyentes en uno de esos arranques de sinceridad autodestructiva que lo caracterizan) parece más convencido de que su victoria es inevitable, y ese exceso de confianza hace que cada día exhiba un poco más su verdadero rostro: autoritario, caprichoso, obtuso, ultraconservador y peligrosamente primitivo. Hoy, sin ir más lejos, prometió frente a sus aliados de la ultraderecha evangélica que mandará redactar una “constitución moral” para “moralizar a México”. Es uno de los discursos más aterradores que he leído en mi vida, pues nada es más peligroso que un santón iluminado obsesionado con purificar moralmente a un pueblo. Esa retórica escalofriantemente premoderna y con un inconfundible tufo totalitario no debe tener cabida en un país que aspira a ser democrático. Todas las alarmas de un auténtico ciudadano moderno deben activarse en cuanto un demagogo delirante empieza a hablar del “alma” y de “moralizar” al pueblo, en lugar de plantear proyectos de fortalecimiento institucional. Pero en México, millones de personas son sinceramente incapaces (no hablo de los acróbatas que viven de justificar lo injustificable) de entender el peligro que entraña semejante discurso, y esa triste realidad pone en evidencia nuestra endeble cultura democrática.

Hay quienes están tan hartos del PRI y de nuestra oligarquía depredadora, que creen que vale la pena jugársela con un demagogo impredecible como López Obrador, pues además, arguyen, el país ya no podría estar peor de lo que está. Pero como dijo el inmortal Bob Dylan: “You think you’ve lost it all, there’s always more to lose”. Sí, siempre se puede perder algo más y siempre se puede estar mucho peor. Hoy en día votar por Morena significa votar a favor de la consolidación del PES como fuerza política nacional y no debemos olvidar que dicho voto llevará al senado a Monreal, a Napito y a Germán Martínez. Pero también significa poner al país en manos de un hombre con ideas y rasgos de carácter francamente preocupantes y peligrosos, y ese es un hecho innegable, no un mito inventado por Krauze y por la mafia del poder para asustar incautos. Mucha gente, incluyendo a algunos intelectuales bochornosamente transformados en porristas con doctorados en el extranjero, está dispuesta a meter las manos al fuego por este politicastro veleidoso e incluso a sacrificar sus reputaciones en su altar personal, pero esos actos de fe ciega me parecen una irresponsabilidad que el país puede terminar pagando muy caro.

¿Qué es preferible? ¿Una pandilla de ladrones inmorales como la que ha expoliado a México durante décadas? ¿O un loco iluminado, rodeado de otra pandilla de ladrones inmorales, decidido a “moralizarnos” y a salvar nuestras almas? Parece que esa será la atroz disyuntiva a la que deberemos enfrentarnos el primero de julio. Ojalá tomemos la decisión correcta.