Por Bvlxp:
La visceralidad siempre es mala consejera en la vida y sobre todo en la política. Actuar desde el hígado da una incomparable satisfacción en el instante, pero esa satisfacción puede regresar a cobrarnos algunas facturas en el futuro. La hiel y la bilis nos brotan desde el lugar más profundo, nos afirman, son el ejercicio de la intuición y de nuestras más arraigadas pasiones. La pasión es buena para muchas cosas, pero no para tomar decisiones. Algo así sucede en el ámbito opositor con el caso de México Libre.
Para quienes estamos convencidos de los valores democráticos, en el derecho a la participación política como cimiento de la vida democrática, resulta por lo menos curioso que haya quien se asuma como demócrata y al mismo tiempo crea que México Libre no debe tener un espacio en la vida nacional; que su animadversión por el expresidente Calderón y por Margarita Zavala los haga celebrar que su asociación política haya sido privada de forma muy cuestionable de su registro como partido político. Hay quienes que con un movimiento se ponen la toga de demócratas y con el siguiente afirman, por ejemplo, que Calderón “no merece” tener un partido por su gestión como presidente de México, cuando toca a los ciudadanos tomar esa decisión con sus votos.
Pues resulta que, indiferentes a lo que opinen los comentócratas autoasumidos como liberales, existe al menos un cuarto de millón de ciudadanos que opinan que México Libre representa valores políticos y enarbola propuestas que merecen entrar al juego democrático. Más de doscientas cincuenta mil personas que tomaron la calle, aportaron dinero, tiempo, esfuerzo, para hacer realidad una opción política por nada más que convicción.
Hoy por hoy, Felipe Calderón es el principal opositor al régimen obradorista y el más temido por éste. No existe ninguna figura política —si acaso algún gobernador del Paralelo 19 para arriba pudiera acercársele— que tenga su peso político, su arrojo, su disposición a combatir a este régimen anómalo y peligroso para nuestra convivencia democrática, pero no hay hoy en México ninguna figura política que pueda levantar a un partido de la nada, animando a la gente a salir de su casa sólo por el convencimiento de lo que su líder representa. El último que lo intentó con éxito hoy despacha en Palacio Nacional.
El Instituto Nacional Electoral decidió —de forma poco aseada y bajo argumentos jurídicos muy cuestionables— negar el registro a México Libre para algarabía de quienes usufructúan el disfraz de demócratas sólo cuando la democracia se acomoda a sus filias y no estorba a sus fobias. Muchos han condenado la airada reacción de Zavala y Calderón ante la decisión del INE, acusándolos de socavar al “árbitro”, esgrimiendo esta idea un poco extravagante que debemos de tratar al INE como si se tratara de una deidad democrática y no como una institución que está inserta en el juego político y que está sujeta a presiones y pasiones políticas.
Una cosa es respetar al árbitro y otra distinta es cuestionarlo. Respetar al árbitro es no atentar contra él y acatar sus decisiones, pero pocos árbitros en el mundo logran entregar decisiones sin ser cuestionados. Para que las decisiones arbitrales sean aceptadas sin cuestionamiento necesitan ser elaboradas, razonadas y procesadas de manera impecable, justa, y apegada a derecho en forma y fondo. Lamentablemente, la decisión del INE de negar el registro a México Libre no cumple ninguno de estos requisitos y, para colmo, no aplica las reglas de manera pareja: los argumentos con que le niega el registro a los opositores del régimen son ignorados para entregárselo a sus aliados. En estos casos, la obligación de cualquier demócrata es cuestionar al árbitro y no tratarlo como si fuera el oráculo de Delfos. En este sentido, la zacapela tuitera entre Calderón y el consejero Murayama es una noticia bienvenida. Para que el INE cumpla su misión de resguardar la viabilidad democrática de México, sus decisiones deben ser cuestionadas y confrontadas tanto en la arena política como en la jurídica.
Resulta por lo menos sorprendente que los demócratas extasiados por la decisión del INE no se detengan a cuestionarse ni por un momento la algarabía con que fue recibida la decisión en Palacio Nacional; el que el presidente haya dedicado una parte de su fin de semana a grabar un video festejando la negativa del registro, diciendo incluso que si México Libre hubiera recibido su registro “se acababa el INE”. Ningún demócrata debe dejar de reconocer lo extravagante y lo pernicioso para la democracia mexicana que el jefe del Estado celebre la marginación de sus opositores. Ese mismo López Obrador que apenas en febrero daba la bienvenida a México Libre afirmando: “El INE no se ha portado bien, pero no tengo por qué cuestionar que se le dé registro a un partido político; no creo que sea correcto que yo cuestione eso. ¡Qué bueno que existan los partidos y haya participación política, democrática, en nuestra sociedad!”.[1] ¿Qué pasó de entonces a hoy?
México Libre es una noticia bienvenida para el debate público en México, una voz que no llega a dividir a la oposición (como si ésta estuviera unida o fuera a estarlo de cara al proceso electoral de 2021) sino a revigorizarla, una opción que representa a un sector de la sociedad que no se encuentra representado del todo por las opciones políticas actuales, una propuesta política de peso completo que está dispuesta a confrontar al régimen decididamente y sin tibiezas como han hecho los partidos durante los dos años pasados. Quien celebre su no admisión al juego político, más que salvar un supuesto voto unificado por el PAN, estará haciendo el juego al régimen. Habrán de lamentar la visceralidad de hoy cuando el régimen venga contra ellos y en el horizonte político haya menos voces opositoras con poder real.
NOTAS
[1] https://www.jornada.com.mx/ultimas/politica/2020/02/06/da-amlo-la-bienvenida-a-mexico-libre-4345.html