Por Bvlxp:

Diez años después de la huelga de 1999, la Universidad Nacional Autónoma de México se encuentra de nuevo en peligro. Apenas ayer el Rector Graue fue corrido a pedradas del CCH Azcapotzalco. Las cosas en política nunca suceden por casualidad y la Universidad nunca es ajena al vaivén de los vientos políticos. La reciente agitación en la UNAM sin duda es una reacción a los reacomodos del escenario político nacional. En el aire están las promesas del próximo gobierno de acabar, de facto, con la autonomía no solo de la UNAM sino de todas las universidades públicas y privadas mediante la supresión de los exámenes de admisión y la ampliación de la oferta de plazas para aspirantes a la educación superior.

En un contexto de estabilidad política, lo anterior sería impensable. Es por eso que es preciso crear una crisis artificial mediante el uso de grupos porriles o de choque que se enfrenten con alumnos siempre dispuestos a la politización y al extravío y que no reparan nunca en los oscuros intereses y fines que buscan servirse de su idealismo. Estas crisis son siempre ideadas en otro lado, nunca son espontáneas y, en casos como este, su objetivo final es tirar a las autoridades universitarias y aprovechar la coyuntura para en su lugar instalar a personas afines que cuenten con un amplio margen de acción política para sortear la crisis e imponer los cambios deseados. Una vez más, la UNAM contra la UNAM y los alumnos sirviendo de carnada contra sus propios intereses. Como en 1999 y como siempre.

Hace casi veinte años, el Rector Barnes tuvo la -lo digo sin ironía- magnífica idea de introducir el pago de cuotas bajo la premisa de que solo aquellos que estuvieran en posibilidades de hacerlo cooperaran con cuotas semestrales en beneficio de la comunidad universitaria. En un contexto en el que el Presidente Zedillo empujaba la reforma al sector eléctrico, en los convulsos años que siguieron al asesinato de Luis Donaldo Colosio, al surgimiento del zapatismo y a la crisis económica, la huelga estalló.

Mi última clase en la Facultad de Derecho fue Amparo con el Dr. Joel Carranco Zúñiga. Nunca tomé otra clase en la UNAM y no volví sino hasta el día de mi examen profesional en el Aula Magna Jacinto Pallares. Después de aquel día tampoco me quedaron ganas. Mientras el Dr. Carranco impartía su lección, las huestes del Mosh llegaron para apoderarse de la última Facultad que quedaba en pie de lucha contra lo que entendíamos como una huelga no solo abusiva sino autoritaria e ilegal y que buscaba imponer por la fuerza intereses ajenos a la Universidad y que iban en su demérito.

El vestíbulo central de la Facultad estaba completamente tomado para cuando llegue desde el salón en donde estaba después de que fuimos avisados de lo que sucedía. El grupo que buscaba apoderarse de la Facultad decía ser pacífico como todos los grupos que en realidad son todo lo contrario. Los estudiantes de Derecho en resistencia formamos una valla humana buscando detener el avance de las huestes huelguistas, soportando patadas y golpes por debajo de la línea de visión para que nadie acusara de violencia. Muy pronto, los futuros abogados se dieron cuenta de la inutilidad del esfuerzo: eran superados significativamente en número y para ese entonces la Universidad era ya territorio de nadie, un Auditorio “Che” Guevara de tamaño de todo el campus universitario. Estábamos solos, no había remedio más que capitular.

El edificio central de la Facultad poco a poco se vació de gente razonable cuando el estallido de una violencia más seria era inminente. Pronto quedamos un grupo de no más de diez alumnos que resguardábamos la puerta de acceso a la oficina del director de la Facultad, que en ese tiempo era un villano favorito: el Dr. Máximo Carvajal. El Mosh y sus huestes querían un poco de sangre y un trofeo político: la humillación publica del Dr. Carvajal. El Mosh buscaba que el director saliera a atenderlos mientras yo le explicaba que el director no saldría por ningún motivo. Pasado cierto tiempo, cuando era evidente que el director Carvajal ya no se encontraba en su oficina sino que había aprovechado alguna ruta de escape, llegó la hora de dejar la Facultad en aquellas manos que odiaban todo lo que representa y solo querían dañarla. Vino entonces la negociación final con El Mosh: garantizar que la salida del pequeño grupo de alumnos que quedábamos se diera sin agresiones físicas. El Mosh dirigió a sus huestes para que formaran una vaya que iba desde la oficina del director hasta el estacionamiento de la Facultad por la que caminamos entre una lluvia de burlas y mentadas de madre como no he sufrido otra en mi vida. Con todo, El Mosh cumplió con nuestro acuerdo. Nunca lo volví a ver; se perdió en el bajo mundo del porrismo que hoy a vuelto a asolar a la Universidad. La Universidad habría de estar un año cerrada. Un año en el que, lejos de ser un lugar de resistencia, se convirtió en un gran basurero y en antro. No fue sino hasta que un profesor fue salvajemente atacado por los democráticos okupas de la máxima casa de estudios cuando protestaba a las puertas de la UNAM exigiendo su entrega inmediata, que el Presidente Zedillo ordenó el operativo de la Policía Federal que recupero la UNAM para toda la comunidad universitaria. De la huelga solo quedó basura, muchísima basura, patrimonio nacional severamente dañado y aclaraciones en las ofertas de trabajo que advertían que era inútil presentarse si se había estudiado en la UNAM. Pasaron años antes de que la Universidad se recuperara de todos los daños.

La UNAM una vez más está al borde del abismo. Solo los muy ingenuos y los muy malintencionados no ven que está siendo acechada por intereses inconfesables que buscan su destrucción final. Para los que amamos a la Universidad y la educación pública, es preciso estar alerta y defenderla de la mejor manera: estudiando, volviendo a las aulas y no marchando. Es imperativo recuperar la normalidad. Con trabajo es como siempre se ha salvado a la Universidad de ella misma.