Por Óscar E. Gastélum:

“La desmesura es una comodidad siempre, y una carrera, a veces. La mesura, por el contrario, es una pura tensión. Sonríe, sin duda, y nuestros convulsionarios, dedicados a laboriosos apocalipsis, la desprecian”.

—Albert Camus

El Real Diccionario de la Lengua Española define la palabra “fifí” de la siguiente manera: “Persona presumida y que se ocupa de seguir las modas.” Esa es más o menos la connotación que el Presidente electo de México le da al término cuando lo usa para descalificar a sus críticos y adversarios. Pues lo que López Obrador y sus propagandistas buscan es caricaturizar a los disidentes de su inminente régimen, presentándolos como riquillos frívolos y reaccionarios, totalmente desconectados de la realidad nacional. Personajes fatuos, ataviados con monóculos y alérgicos a la empatía, que habitan en torres de marfil, gustan de sostener discusiones filosóficas bizantinas en inglés y francés, y viven aterrados ante la perspectiva de perder sus privilegios. El mote tiene una fuerte carga racial, antiintelectual y de clase, y por eso es tan efectivo en boca de un demagogo populista acostumbrado a polarizar a la sociedad y a demonizar a todo aquel que ose cuestionarlo.

Pero hay una manera muy sencilla y efectiva de neutralizar el veneno de este y cualquier otro epíteto: la apropiación. Pues a lo largo de la historia, cualquier cantidad de facciones políticas, sectas religiosas, minorías sexuales o raciales, movimientos artísticos y hasta bandas de rock, se han apropiado de los insultos que les propinaban sus enemigos, limándoles los colmillos a esas palabras infamantes y despojándolas de su poder corrosivo. Ese es el caso de los “Tories” y de los “Wighs” ingleses, por ejemplo, o de los “pietistas” alemanes, los teóricos “queer” o los artistas “cubistas”. Sí, todas esas palabras empezaron siendo insultos y hoy poca gente lo recuerda. Algo muy parecido hicieron los afroamericanos con la palabra “nigger”, se la arrebataron a los racistas y ahora sólo ellos pueden usarla, y la usan con singular alegría. Y hasta la legendaria banda francesa Daft Punk tomó su nombre de una despiadada reseña redactada por un crítico británico, en la que definía la música del primer disco del grupo como “punk ridículo” o “daft punk” en inglés.

Apropiarse con humor del insulto (como ya han hecho algunas personas a través de la playera “Call me Fifí”) ayudaría a exponer esa caricatura lopezobradorista que divide al país en buenos y malos  (el Pueblo sabio que sigue al demagogo, contra los pérfidos fifís) como lo que es: una farsa. Y es que tanto la oposición como el bando oficialista son mucho más diversos y complejos de lo que el demagogo nos quiere hacer creer. Por un lado, la resistencia contra López Obrador contiene a gente de todos los colores de piel, todos los estratos sociales y niveles académicos, todas las edades y todas las ideologías. Mientras que del lado de López Obrador, además del Pueblo bueno y sabio, hay alimañas tan ponzoñosas como Manuel Bartlett, Ricardo Monreal, Elba Esther Gordillo y un interminable etcétera,  oligarcas tan reputados como Ricardo Salinas Pliego, Carlos Hank Rhon, Emilio Azcárraga Jean, José María Riobóo o el ínclito “Poncho” Romo, además de millones de votantes priistas que vieron en el proyecto autocrático de Morena el reemplazo ideal para el Titanic tricolor.

Sí, la diversidad de la Resistencia Fifí es una de sus grandes fortalezas, pero si quiere convertirse en un contrapeso efectivo en contra de los abusos del nuevo régimen, debe buscar valores y objetivos en común y privilegiarlos sobre las diferencias. Me parece que la prioridad número uno de cualquier oposición que aspire a limitar el daño que va a hacerle al país este régimen dogmático y autoritario debe ser la defensa de la democracia liberal. Ya habrá tiempo en el futuro para volver a los típicos debates ideológicos de izquierda contra derecha, pues hoy los demócratas de ambos bandos deben unirse y concentrarse en rescatar nuestra incipiente y moribunda democracia de las garras de un demagogo obstinado en destruirla. Ya que sin el vilipendiado sistema político que los propiciaba y encauzaba, aquellos enconados debates no volverán jamás.

Pero, ¿cómo defender la democracia y ofrecerle un refugio a los millones de electores moderados que votaron engañados por López Obrador y que muy pronto se sentirán profundamente decepcionados? Se me ocurren algunas ideas que podrían formar parte de un manifiesto Fifí futuro. Para empezar, la Resistencia Fifí no debe polarizar a la sociedad ni demonizar a grupos enteros por su color de piel o su clase social. Un buen comienzo sería eliminar la palabra “chairo” de nuestros debates y denuncias, un terminajo que personalmente nunca he utilizado. Debemos promover la construcción de una sociedad más justa e incluyente, sí,  pero apelando a lo que nos une como mexicanos y seres humanos, no dividiendo ni atizando odios o resentimientos, pues fomentar el tribalismo es una irresponsabilidad muy peligrosa. Pero qué quede claro, esto no quiere decir que debamos renunciar al humor o a la ironía al denunciar y exponer las estupideces, mentiras e incongruencias del demagogo y sus propagandistas. En segundo lugar, la resistencia debe defender con uñas y dientes a las instituciones autónomas y tratar de explicarle al ciudadano promedio el porqué de su importancia, pues nuestra cultura democrática es endeble y una democracia sin demócratas es insostenible. También debe oponerse a la militarización total y permanente de la seguridad pública que el demagogo acaba de anunciar, dándole la enésima puñalada trapera a nuestra moribunda democracia y a buena parte de sus votantes.

La resistencia debe además combatir el consultismo, pues no es más que un simulacro de democracia participativa que busca crear la ilusión de que el pueblo participa en decisiones que en realidad ya fueron tomadas por un autócrata necio, intolerante y todopoderoso. También debe oponerse a la impunidad que López Obrador le ha prometido a Peña Nieto y sus secuaces, protagonistas de la Estafa Maestra y el escándalo de Odebrecht, entre muchos otros atracos a la nación, y denunciar al demagogo por su complicidad en esos desfalcos en caso de que insista en “perdonar” a sus autores. Y es que nada bueno puede surgir de un régimen construido sobre cimientos de impunidad y podredumbre. Y por último, todo fifí que se respete debe combatir la falacia que asegura que sólo los millonarios salen perdiendo cada vez que el demagogo reta a los mercados internacionales o afecta a la economía con sus ocurrencias, disparates y caprichos. En realidad, son las clases medias y los más necesitados quienes siempre terminan pagando los platos rotos de los autócratas populistas, pues los oligarcas siempre caen de pie.

Finalmente, pero no menos importante, la resistencia debe entender que lo que vivimos el primero de julio pasado fue parte de una pandemia antiliberal que ha infectado a buena parte del planeta (llevando al poder a payasos despóticos como Trump, Orban, Duterte, Bolsonaro, Salvini o López Obrador, y produciendo fenómenos como Brexit). Estamos hablando de un terremoto político de dimensiones históricas y, tanto en México como en el resto del mundo, tendremos que padecer sus terribles consecuencias durante años. Es por eso que debemos hacer acopio de paciencia y mesura (la virtud política por excelencia según Camus), remar contra la corriente el tiempo que sea necesario sin caer en la tentación de sacrificar nuestros principios y valores, pues debemos estar muy conscientes de que no hay atajos para salir de este atolladero. Tratar de reemplazar a este autócrata de “izquierda” con un Bolsonaro mexicano, por ejemplo, sería un peligrosísimo despropósito, pues no se trata de reemplazar a un tirano con otro, sino de rescatar nuestra comatosa democracia de las garras del Caudillo tabasqueño, y retomar su paciente construcción.

Ojalá que para cuando esta pesadilla termine, la RAE pueda incluir otra acepción de “fifí” en su diccionario: Nombre coloquial que se le dio a la resistencia mexicana que, durante la Era Populista, reivindicó la democracia, los contrapesos institucionales, el imperio de la ley, la transparencia, la honestidad intelectual, la rendición de cuentas, la libertad de expresión, el libre comercio, la razón, la belleza, el progreso y la ironía. Salvando a la democracia mexicana del abismo.