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Los submarinos de la discordia – Juristas UNAM

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Los submarinos de la discordia

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Por Oscar Gastélum 

La semana pasada el presidente Joe Biden, flanqueado por los primeros ministros de Australia y Reino Unido, anunció la creación del AUKUS un nuevo pacto de seguridad con el que Estados Unidos planea contener a China en el Indo-Pacífico. Como parte del acuerdo, Australia se comprometió a adquirir ocho submarinos nucleares y Estados Unidos compartirá tecnología avanzada con sus aliados, incluyendo innovaciones en los campos de la Inteligencia Artificial y la computación cuántica. Esta alianza anglosajona es una excelente noticia para quienes deseamos que el mundo democrático frene el avance militar, económico y cultural de la autocracia asiática. Pero desgraciadamente no se tejió con el cuidado que amerita un tratado de esa magnitud, pues ninguno de los países involucrados se tomó la molestia de informarle a Francia lo que estaba sucediendo. Y esta no fue una omisión menor, pues los franceses ya habían firmado un pacto de seguridad con Australia desde 2016, e incluía precisamente la venta de una docena de submarinos. Estamos hablando de meses y meses de negociaciones conducidas a espaldas de una nación aliada de los tres participantes.

Mucha gente no entiende la consternación que este anuncio provocó en Francia, y considera que la reacción del gobierno galo, que incluyó llamar a consultas a sus embajadores en Washington y Canberra (a Reino Unido prefirieron castigarlo con el látigo de la indiferencia y el ninguneo), es un berrinche totalmente desproporcionado ante la pérdida de un contrato militar, por más jugoso que este haya sido. A final de cuentas: «business is business». Pero es obvio que un país tan sofisticado diplomáticamente como Francia no reacciona con berrinches irracionales. Y quien analice a profundidad los sucesos de los últimos días y los últimos años entenderá que la furia francesa está plenamente justificada. Para empezar, hay mucha desinformación respecto a la razón por la que los australianos cancelaron el contrato. El pretexto que más he escuchado en estos días es que los submarinos franceses eran de diésel y no de propulsión nuclear como los norteamericanos, además de que el costo se había inflado considerablemente y el proyecto había sufrido retrasos. 

Para pulverizar la primera excusa basta con aclarar que fue Australia la que pidió submarinos convencionales por cuestiones de política interna y proliferación nuclear. Francia tiene una nueva generación de submarinos nucleares que pudo haberle vendido a los australianos sin ningún problema. En segundo lugar, es muy común que los grandes contratos militares sufran retrasos y que sus presupuestos iniciales terminen incrementándose considerablemente (habría que preguntarle a los norteamericanos por el F-35, un proyecto pesadillesco en el que, por cierto, también está involucrada Australia). Y resulta totalmente inverosímil que los australianos hayan traicionado a sus socios franceses por prisa, pues Francia iba a entregarle las primeras embarcaciones en 2030, mientras que Estados Unidos se tardará, por lo menos, diez años más, así que en el mejor de los casos, Australia recibirá su primer submarino nuclear en 2040. La cruda realidad es que lo que el mundo acaba de atestiguar fue un despliegue despiadado de fuerza bruta norteamericana. Podría decirse que Estados Unidos le ordenó a Australia saltar y lo único que esta pudo responder fue: “qué tan alto”. Y aunque esto que voy a decir lastime el orgullo francés, hay que reconocer que aunque haya incluido altas dosis de pusilanimidad y duplicidad, la decisión de los australianos también fue perfectamente racional, pues lo que consiguieron fue quedar protegidos bajo el paraguas militar norteamericano frente a una China cada día más hostil. Y eso les permitirá dormir más tranquilos aunque los dichosos submarinos les lleguen en 2060.

Por el lado francés, hay que entender que no sólo estamos hablando de un colosal contrato militar de casi sesenta mil millones de euros, sino que el pacto franco-australiano era también la columna vertebral de su estrategia geopolítica en el Indo-Pacífico. Y aquí vale la pena recordar que además de ser una potencia nuclear con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y de que cuenta con el ejército más poderoso de Europa, Francia es también una potencia en el Indo-Pacífico, una zona en la que posee varios territorios, habitados por más de dos millones y medio de ciudadanos franceses, y en la que tiene desplegadas a más de 7000 tropas. Durante los cuatro largos años de caos y aislacionismo trumpista, la Francia de Macron se movió hábil y agresivamente en la región, forjando acuerdos con la India, Japón y con la traicionera Australia. Así pues, mientras Estados Unidos sufría un colapso nervioso, Macron y los estrategas franceses pusieron las bases de una amplia alianza democrática en esa zona del mundo con el fin de contener a China, sí, pero también para asegurarse un lugar protagónico en el orden global emergente. Desde el punto de vista francés, lo peor que podría suceder es que el mundo entrara en una nueva Guerra Fría con dos colosos enfrentados y rodeados de satélites impotentes y serviles. Eso no quiere decir que los franceses tracen una falsa equivalencia entre China y Estados Unidos , a la primera la consideran un rival con el que hay que cooperar en ciertos temas como el cambio climático, y al segundo lo ven como su aliado natural. Pero no quieren terminar jugando un rol de vasallos, sino que aspiran a tener su propia voz en un mundo verdaderamente multipolar.

Es por eso que el presidente francés, desde el ya legendario discurso que pronunció en la Sorbonne, ha insistido tanto en promover la famosa “autonomía estratégica”, arguyendo que Europa debe dejar de depender militarmente de EEUU e invertir en un su propia defensa, para que pueda jugar un rol geopolítico a la altura de su poderío económico. La pesadilla trumpista le dio muchísima fuerza a esa idea pues le demostró al reumático establishment europeo que la polarización política al interior de Estados Unidos representa un altísimo riesgo para la alianza transatlántica. Y es que nadie puede garantizar que el coloso norteamericano no volverá a caer en el manicomio, pues unos cuantos miles de votantes en alguna zona rural de Wisconsin o Pensilvania pueden volver a inclinar el Colegio Electoral a favor de Trump o de algún otro demagogo demente que no entienda la utilidad de la OTAN y de otras alianzas estratégicas. Los australianos, por cierto, tendrán que vivir rezando por que esa pesadilla no se haga realidad, sobre todo ahora que dejaron a Francia plantada en el altar.

¿En qué desembocará entonces este polémico sainete? Mientras escribía estas líneas se anunció que Biden y Macron finalmente habían hablado por teléfono y ambos gobiernos publicaron un comunicado conjunto plagado de jerga diplomática y lugares comunes, quizá lo más relevante fue el anuncio de que el embajador francés regresará a Washington la próxima semana y de que ambos líderes se verán cara a cara a finales de octubre. En mi opinión, Francia será inclemente con Australia y seguramente boicoteará el acuerdo comercial que los «aussies» ha negociado con la Unión Europea durante años. Y estoy completamente seguro de que Macron le venderá muy cara la reconciliación a Biden. Entre otras razones porque este escándalo lo sorprendió en plena temporada electoral, y al pueblo francés no le gusta ser humillado por nadie y mucho menos por Estados Unidos. El presidente norteamericano debe entender que su homólogo francés pertenece a una nueva generación de líderes galos amigables con Estados Unidos y abiertos al mundo (el hecho de que Macron hable un inglés impecable es insólito en un presidente de Francia). Así pues, lo que menos le conviene a los norteamericanos es debilitar a Macron pues eso podría empoderar a las fuerzas antiamericanas y prorrusas que siguen teniendo mucha influencia en el establishment político francés, y no sólo en la ultraderecha lepenista. 

Pero si Biden logra resolver el diferendo con Francia, redondeará un magistral golpe geopolítico, poniendo en ridículo a quienes creían que el final de la guerra en Afganistán marcaba el retiro de Estados Unidos del escenario internacional y que era una prueba más de su irreversible decadencia. Con AUKUS el coloso norteamericano le está diciendo al mundo que sigue siendo el macho alfa de la manada y que no tiene ninguna intención de cederle su lugar a los chinos.