Los Reyes del Sur

Por Oscar E. Gastélum:

“Be sure of this, O young ambition, all mortal greatness is but disease.”

― Herman Melville

El Presidente apareció en cadena nacional con gesto adusto y se dirigió a la nación en tono grave y mesurado. Era obvio que en aquella oficina de Palacio Nacional no había nadie más que él y el camarógrafo que capturó la escena para la posteridad. Ningún integrante del gabinete o miembro de la prensa se encontraba presente, y mucho menos se convocó a paleros para aplaudir la noticia. Quiero, por enésima ocasión, pedirle perdón a la nación por la fuga de este peligroso criminal, dijo, y anunciar que, gracias al valor de un puñado de marinos mexicanos y al apoyo de las agencias de inteligencia de los Estados Unidos, lo hemos recapturado.

Además, quiero asegurarle a todos los ciudadanos mexicanos que hemos aprendido de nuestro error y por lo tanto este delincuente será extraditado a los Estados Unidos, un país con instituciones lo suficientemente sólidas como para evitar su fuga, a la brevedad posible. Debo reconocer la labor del nuevo secretario de gobernación (el anterior, ustedes lo saben, perdió su trabajo de manera fulminante tras la fuga) y del resto del gabinete de seguridad por su trabajo y su cooperación con las agencias norteamericanas que tanto nos ayudaron para enmendar este error imperdonable que nos cubrió de vergüenza. Perdón nuevamente y gracias por su atención.

Todo esto, es obvio, sucedió en mi imaginación, y quizá en un universo paralelo en el que México es un país civilizado gobernado por gente profesional y honorable. Una nación sólida en la que, para empezar, el “Chapo” jamás hubiera podido fugarse. Porque en esta triste realidad que habitamos, el ladrón rencoroso e ignorante que funge como presidente de la república, organizó un evento fastuoso en Palacio Nacional, con todos los ineptos que conforman su gabinete de seguridad, incluyendo el secretario de gobernación que no tuvo la vergüenza profesional o la decencia para renunciar tras semejante humillación, y los representantes de la obsequiosa prensa nacional presentes en primera fila.

Y en lugar de un anuncio sobrio y austero para informarle a la ciudadanía que uno de los peores errores de un sexenio en el que han abundado había sido reparado, lo que atestiguamos fue una cínica e incomprensible exhibición de triunfalismo autocomplaciente y delirante por parte del régimen. Y así, de un plumazo mediático que terminó con el presidente y sus colaboradores aplaudiéndose a sí mismos, un yerro bochornoso fue transformado en un “éxito” y en evidencia irrefutable de la “solidez de nuestras instituciones”. El mundo al revés. Pero nada de esto debería extrañarnos, pues en un país sin tradición crítica y en el que los políticos y potentados están acostumbrados a vivir rodeados de aduladores profesionales y a ser cobijados por una prensa lambiscona y servil, es muy común que pierdan contacto con la realidad.

Pero el indigno y ridículo presidente que padecemos no es el único poderoso de esta historia que decidió mudarse a una realidad alterna. Lo mismo le pasó al narcotraficante prófugo, a pesar de que a todas luces es mucho más inteligente y talentoso que su contraparte institucional. Tras lograr lo que muchos creían imposible, fugarse de un penal de alta seguridad certificado internacionalmente, corrompiendo en el proceso a funcionarios de altísimo nivel, que nunca fueron exhibidos ni castigados, y dejando en ridículo al narcoestado mexicano, el criminal se creyó intocable y, en lugar de desaparecer prudentemente del radar, decidió ponerse en contacto con un par de figuras de la farándula que se caracterizan por su frivolidad narcisista y sus risibles e infundadas ínfulas intelectuales.

Sí, aunque parezca increíble, la mente maestra detrás del sindicato criminal más grande del mundo fue seducido por los disparatados e incoherentes balbuceos de una actriz de telenovelas que muy probablemente estaba bajo el efecto de uno de sus productos más tóxicos cuando le pidió públicamente, a él, uno de los criminales más sanguinarios del orbe, “traficar con amor”. Y más increíble aun resulta el hecho de que haya decidido invitarla a su guarida en compañía de un personaje como Sean Penn, esa caricatura de la culpa blanca, que siempre se ha caracterizado por  ensalzar e idealizar el tercermundismo bárbaro y autoritario en todas sus presentaciones.

Sobra decir que la supuesta “entrevista” que emanó de ese insólito encuentro tiene nulo valor periodístico, pues no es más que un vehículo para la frivolidad indigerible y los delirios de grandeza de tres personajes ridículamente egocéntricos y alucinados. Una pésima y soporífera parodia de Hunter S. Thompson dedicada casi exclusivamente a lavar la imagen de un criminal despiadado.

Y mientras auténticos y valientes periodistas mexicanos siguen desapareciendo y siendo asesinados por el crimen organizado, Sean Penn y Kate del Castillo descubrieron e inauguraron el nicho del narcoturismo. Bebieron “Bucana” con un narco de verdad y vivieron una aventura divertidísima y llena de adrenalina que podrán contarle a sus nietos. Penn, además, logró un souvenir invaluable con esa foto junto al capo que seguramente ya mandó enmarcar y que presumirá con orgullo a las celebridades que lo visiten en su mansión de Beverly Hills.

Pero la culpa no es solamente del periodista improvisado sino de quien lo acredita, y no hay que olvidar la enorme responsabilidad que Rolling Stone, esa publicación decadente y cínicamente mercantilista, tiene en este patético fiasco. Pues en el momento en que sus editores aceptaron las condiciones de un mafioso, incluyendo su derecho a aprobar lo publicado, decidieron privilegiar el aspecto comercial sobre el periodístico, sacrificando la poca credibilidad que les quedaba en el lucrativo altar del sensacionalismo.

No, corregir un error garrafal no es un “éxito” del que haya que jactarse, la reaprehensión de Guzmán Loera no prueba la solidez institucional del narcoestado mexicano, y prestarse como vocero y propagandista de un delincuente no es hacer periodismo. La triste realidad es que el jefe del Cártel de Sinaloa fue incomprensiblemente imprudente y tan inepto para conservar su libertad como el gobierno federal para mantenerlo tras las rejas o Sean Penn para escribir una pieza valiosa e interesante. Intoxicado por su éxito y su inmenso poder, y consciente de que tenía a buena parte del Estado mexicano en la bolsa, el “Chapo” olvidó que Estados Unidos también estaba involucrado en su cacería y que las agencias de seguridad gringas son implacables e incorruptibles.

Y si su urgente e ineludible extradición se concreta, será precisamente en una prisión norteamericana de auténtica máxima seguridad, en la que los custodios no se dirigirán respetuosamente a él como “Don Joaquín”, donde el “Chapo” tendrá el resto de su vida por delante para arrepentirse de haberle concedido esa “entrevista” a un par de actores fatuos e irresponsables, y para reflexionar en torno al inmenso daño que le hizo a un país lacerado por la miseria, la corrupción y la violencia…