Por Frank Lozano:
Primer acto: San Miguel Allende
El sábado 15 de Enero, durante la madrugada, en un operativo policial, resultan muertos tres niños: Adrián de cuatro años, Mateo de ocho años y Gabriel de once años. La policía acusa del homicidio al padre de ellos, la madre de los niños, desmiente a las fuerzas policíacas en su testimonio. La comunidad de San Miguel Allende repudia el hecho y sale a las calles.
Saldo: un presumible abuso de la fuerza por parte de la policía local. Una familia destrozada. Un pueblo enojado con las autoridades que salió a protestar y a exigir justicia.
Segundo Acto: Playa del Carmen—Cancún
Durante la clausura del Festival BPM de música electrónica realizado en Playa del Carmen, un sujeto irrumpe, entrada la madrugada y desata una balacera con un terrible saldo: cinco personas muertas y quince heridas.
Dos días después, el martes 17 de Enero, en Cancún, un comando armado balacea a plena luz del día las instalaciones de la Fiscalía del Estado. Saldo, dos personas muertas. Caos en la joya turística del país.
Saldos: un festival injustamente cancelado y una vez más, la señal de que los gobiernos locales y regionales son profundamente vulnerables ante el crimen organizado. Adicionalmente, la hipocresía de no asumir que tanto Playa del Carmen como Cancún son territorios absolutamente controlados por grupos criminales donde la extorsión, el secuestro, el derecho de piso y la venta de drogas ilegales sucede a la vista de todos y ante la complacencia de todos.
Tercer acto: Monterrey
Miércoles 18 de Enero. El día apenas comienza en el Colegio Americano del Noreste, en la ciudad de Monterrey. Súbitamente, un alumno de nombre Federico Elizondo saca un arma y comienza a disparar contra sus compañeros y su maestra para, posteriormente, darse un balazo en el paladar. Horas más tarde, el disparador es declarado con muerte cerebral, mientras dos de sus compañeros y la maestra permanecen graves y un tercero sufre una herida leve en el brazo.
Saldo: el país se vuelve una arena de juicios lapidarios; surge un debate nacional sobre el manejo de los contenidos específicos y las imágenes explícitas del hecho; el país entero se conmueve y se cuestiona un sin fin de cosas que al parecer, ya no puede comprender, solo atestiguar desde el horror.
¿Cómo se llamó la obra?
Tristemente, esta obra no tiene un solo nombre. Cada habitante de nuestro país, en uno u otra medida, ha sido víctima de la violencia. La violencia no es una sola. Hablar de violencia es hablar de las violencias.
Los escenarios de las violencias, formales e informales, se presentan en todos los campos de la vida: el trabajo, la familia, la comunidad. Existe la violencia simbólica; la violencia física; la violencia psicológica; la violencia sexual o la violencia contra los animales.
La era de la información ha hecho de la violencia una suerte de show macabro. El acceso que cualquier cibernauta tiene contenidos violentos que pueden ir de peleas callejeras a videos de homicidios, más que aterrarnos, parece que ha atenuado nuestra reacción ante lo aberrante.
Vivimos una era de normalización del horror. La realidad supera a las películas de ficción: descabezados, balaceras, amenazas cibernéticas, ciberacoso, son parte de nuestra cotidianidad.
Más allá del pasmo en que nos dejan los hechos violentos, debemos reflexionar sobre las pistas que dejan. En sus huellas podemos hallar indicios de lo que requiere el país. Cada tragedia, por dolorosa que sea, terminará por hacernos tocar fondo. Cuando ese momento llegue, ojalá seamos capaces de reinventarnos.