I.
C. sólo tuvo unos minutos para desalojar su edificio cuando, tras el temblor, lo clausuraron por daños estructurales. Sacó lo que pudo. No puedo ni imaginar la mezcla de emociones y pensamientos cruzados que pasaron por ella mientras hacía una somera maleta a contrarreloj. ¿Qué empacas cuando existe la posibilidad de nunca regresar? He perfeccionado mi respuesta a lo largo de estos días: es importante sacar papeles, por ejemplo, además de la computadora y toda la ropa que se pueda.
Sin embargo, yo me imagino queriéndome llevar también mi guitarra y algunas otras cosas que no son tan importantes salvo porque lo son. ¿Habría sobrevivido Tom Hanks en Cast Away sin la foto de su esposa? ¿Sin el paquete de FedEx al que se aferró como a su vida, símbolo quizá de su vida en la civilización, del compromiso con su oficio? Las cosas no son sólo cosas, son también ataduras imaginarias con lo que somos y a veces, cuando se cae un librero, se cae mucho más que eso.
II.
Ya soy una adulta. Lo pienso cuando volteo a ver a mi alrededor: tengo platos y cubiertos, un rallador, una licuadora y un pelapapas; tengo una cama, mesas, sillones, sillas; tengo diccionarios varios, cuadros, un pequeño altar. Tengo una casa que contiene una historia de apropiación. Luego me da por llorar cuando siento que se caen cosas importantes en mi vida, pero aun entonces lloro echada en un futón, lloro y me preparo un té, lo caliento en la estufa, lo sirvo en la taza pintada a mano que me regaló una amiga; acaricio a mi perra, le acomodo el collar, le sirvo croquetas que saco de su contenedor y las pongo en su plato.
Puede ser que yo sienta cada tanto que todo en mi vida se está cayendo, pero hay una estructura que me sostiene, una estructura tan visible que se invisibiliza. No sé si me he hecho sabia con el paso de los años, pero al menos sí me he hecho de cosas que, en su absoluta inmovilidad, me sirven de frontera y me recuerdan dónde estoy parada. Por ejemplo, ahora mismo el reloj me informa que, para variar, voy irremediablemente tarde.
III.
A falta de claridad, hace unas semanas me puse a ordenar mi casa. Tiré ropa y cosas que ya no utilizaba, doné más de doscientos libros, habilité una habitación que tenía más de un año sin usar. Luego me senté en medio del orden y respiré profundo. Ningún problema se había solucionado de fondo pero de alguna forma todo parecía más habitable, porque también uno se resuelve desde la superficie, tanto o más que en las profundidades metafísicas.
IV.
Mi elevador lleva dos días sin funcionar. Mi computadora no quiere cargar. Se descompuso mi cafetera. Agradezco todas esas pequeñas sublevaciones, por incómodas que me resulten: son tantas las cosas que funcionan todo el tiempo que las dejamos de ver; tantas cosas que, aunque de suyo no importen, nos ayudan a sostener lo importante.