La sucesión presidencial

Por Frank Lozano:

Los tres partidos políticos más grandes de México, PAN, PRD y PRI, viven actualmente un proceso de renovación de sus dirigencias. Más allá de los métodos de elección de unos y otros, destaca el momento del relevo y el impacto que tendrá la elección de los nuevos dirigentes de cara a los comicios del 2018.

En primer lugar está el PAN. Si bien, en la elección federal anterior su nivel de votación fue el más bajo de los últimos 4 lustros, logró posicionarse como el segundo partido más votado. Javier Corral y Ricardo Anaya se disputan la presidencia del CEN.

La democracia interna del PAN ya no es como era antes. Hoy es una democracia simulada. Una horrenda pantomima electoral controlada por merolicos quienes, a la postre, terminan inclinando las votaciones a cambio de posiciones y promesas. El PAN que presumiblemente ganará es precisamente ese, el de Ricardo Anaya. Un joven viejo. Una cara bonita en el baile de los feos. Una fachada que no logrará ocultar la decadencia interna del PAN y su vacío de discurso.

Lo que ese PAN ignora es que no logrará ganar la presidencia en el año 2018 con el rostro de Ricardo Anaya. El PAN no ganará el 2018 si no entiende que necesita algo más que una renovación de sangre y un relevo generacional, requiere una cirugía de fondo y un replanteamiento de su razón de ser como opción política.

En el PRD se va Navarrete. El PRD ha absorbido solito el desgaste de todas las izquierdas. El PRD se ha convertido en el símbolo del fracaso de una opción distinta a las derechas del PAN y del PRI. Goza en su currículum de la nada prestigiosa creación de MORENA; de la desafortunada conversión de Mancera en títere presidencial y de la vergonzosa persecución de uno de sus mayores activos, Marcelo Ebrard.

Los nombres de la sucesión en la dirigencia del PRD aún no fluyen. La tarea del PRD parece más compleja que la del PAN. De la gran coalición del año 1988 al día de hoy, la izquierda se ha pulverizado. Lo que queda en el PRD es una tremenda indefinición.

El PRD tuvo la habilidad de compactar y unir la indefinición y hacerla funcionar. Hoy no puede darse ese lujo. Los votos perdidos en la elección de junio de este año son un mensaje claro de que deben hacer algo para frenar la catástrofe. El relevo de la dirigencia, por si sola, no basta. Para el 2018, el PRD quizá deba pensar en cómo mantenerse en tercer lugar y darse por satisfechos.

En el PRI la cosa está clara, será Manlio Fabio Beltrones. PAN y PRD deberían estar muy preocupados. La presidencia del PRI será ocupada por un hombre que entiende el poder. Manlio es el típico hombre que hará lo que tenga qué hacer para que el PRI conserve el poder. Un manipulador, un mentiroso, un rudo de la vieja escuela llegará para apagar el fuego. No cuenta con una cosa, Enrique Peña Nieto es una fábrica de deslices; el entorno económico global es muy frágil y la percepción de inseguridad en la población no cede.

Adicionalmente, la elección del 2018 tendrá el componente de los independientes y de los testarudos. El Bronco y el Peje iniciaron ya la sucesión presidencial, que es lo que realmente se juegan los nuevos dirigentes.