Por Oscar E. Gastélum:
“Estoy a favor de una cultura plural, polimorfa. Entonces ¿ninguna jerarquía? Ciertamente, hay una jerarquía. Si debo elegir entre The Doors y Dostoievski, entonces —naturalmente— eligiré Dostoievski. Pero ¿tengo que elegir?
Susan Sontag
El domingo pasado se llevaron a cabo los MTV Video Music Awards (VMA’s de aquí en adelante) y, como cada año desde hace más o menos una década, volví a sentirme completamente alienado ante esa versión adulterada de la cultura popular promovida por MTV. Quizás estoy envejeciendo y ya no puedo asimilar y disfrutar lo nuevo, me dije aterrado mientras me ahogaba en un mar de dudas sin respuesta: ¿Por qué Taylor Swift, una cantante del montón que jamás ha corrido un riesgo, barrió con todos los premios de la noche? ¿Por qué asistió acompañada por una ridícula pandilla de niñas bobas con ínfulas de femmes fatales? ¿Por qué demonios lloró Justin Bieber después de berrear una canción ininteligible y sin melodía? ¿Por qué Miley Cyrus no se da cuenta de que sus daddy issues, lejos de escandalizar, provocan pereza y pena ajena? ¿Por qué Kanye West y Kim Kardashian, un cabeza hueca aquejado de un narcisismo delirante y una mujer sin una gota de talento que es famosa gracias a su trasero elefantiásico, fungen como monarcas absolutos e indiscutidos del universo pop “millennial”, esa generación a cuyas márgenes supuestamente pertenezco?
Pero, a pesar de que fui incapaz de resolver esos misterios, la teoría de mi vejez prematura no resistió ni el más superficial de los análisis, pues al abrir Apple Music o Spotify y revisar las listas de reproducción que he escuchado constantemente en los últimos meses, cualquiera podría darse cuenta de que no están plagadas de nostalgia estancada. No hay nada de Nirvana, Pearl Jam, U2 o brit pop noventero, y ni siquiera suenan a esa gloriosa segunda adolescencia que viví a principios de la década pasada gracias a bandas como The Strokes, Interpol, The Libertines o los Yeah, Yeah, Yeahs. Por el contrario, en estas últimas semanas mi dieta musical ha consistido de platillos a base de Tame Impala, Wolf Alice, Florence + The Machine, Catfish and the Bottlemen, Years & Years o The Weeknd, aderezados por Amy Winehouse y The Organ para darle un ligero toque melancólico. Evidentemente, un menú no apto para ancianos precoces.
También valdría la pena aclarar que mi repulsión ante el circo vacuo y grotesco de los VMA’s no es una pose de elitismo intelectual o de antiamericanismo pueril. No lanzo invectivas contra “Kanye y Kim” parapetado detrás de las obras completas de Dostoievski o motivado por las bagatelas filosofantes de Baudrillard o el maniqueísmo ramplón de Chomsky. Es precisamente porque valoro la importancia de la cultura pop y porque ocupa un lugar fundamental en mi vida que verla degradada y completamente vaciada de substancia me indigna tanto.
Porque, contrario a lo que afirman sus apologistas, no es necesario ser un vejete reaccionario aferrado a sus discos de los Rolling Stones y convencido de que todo tiempo pasado fue mejor, o un snob intelectualoide cuyos exquisitos oídos solo pueden tolerar a Arvo Pärt, Gluck o Mahler, para rechazar la bazofia, literalmente desalmada, empaquetada y agresivamente comercializada por MTV. Pero, habiendo aclarado lo anterior, también es importante reconocer que, de vez en cuando, el presente puede palidecer ante mejores épocas, pues hay individuos e instituciones que no envejecen bien, y, en contra de lo que afirman los profetas de esa peste intelectual que es el postmodernismo relativista, algunas obras y expresiones artísticas son objetiva e irrefutablemente mejores que otras.
Basta con comparar a MTV consigo misma para embriagarse de nostalgia por tiempos indiscutiblemente mejores. Y es que la cadena arrancó revolucionando la industria musical y sirviendo como plataforma para algunos de los artistas populares más talentosos y originales de su tiempo. Hablo de esa época en que MTV imponía tendencias y era culturalmente relevante y tremendamente influyente. Antes de que la entropía corporativa atrofiara su vitalidad y entronizara a esos expertos en marketing sexagenarios que se ostentan como voceros e intérpretes, nada más y nada menos, que de la juventud. Por desgracia, la filosofía del menor esfuerzo, que tanto resultado le ha dado, por ejemplo, a Televisa, demostró una vez más que apelar al mal gusto del mínimo común denominador de la audiencia es un negocio sumamente lucrativo. Desde que eligió esa ignominiosa senda, MTV camina detrás de las masas, siguiéndolas obedientemente en su extravío, en lugar de imponerles el rumbo desde la vanguardia.
Pero a MTV no le ha bastado con envilecer su marca encumbrando y enriqueciendo a subnormales de la más baja estofa ética e intelectual a través de sus bochornosos freak shows de la franquicia “Shore”, sino que se ha dedicado a lucrar, quizá como nadie en el mundo, con la domesticación de la rebeldía y la masificación de la “originalidad”. Lo que alguna vez fue frescura juvenil y sano afán de transgresión ha degenerado en gestos huecos, inofensivos y banales, listos para ser consumidos por el mainstream más conservador y conformista. Al ver el ridículo desfile de disfraces en que se ha transformado la alfombra “roja”, lo único que una persona inteligente puede sentir son ganas de bostezar. Un tipo de esmoquin y con el cuerpo limpio de perforaciones y tatuajes sería el único inconformista dentro de ese esperpéntico rebaño de ovejas “excéntricas”.
Antes de escribir estas líneas me valí de YouTube para dar un recorrido a través de los mejores momentos de los VMA’s y recordé que hubo un tiempo en que bandas y artistas míticos los engalanaban y hacían historia sobre el escenario. Y aunque siempre hubo productos plásticos y mucha basura, ver, por ejemplo, a Madonna interpretando Vogue en 1990, emociona hasta la médula, pues a pesar del paso del tiempo, uno reconoce al instante a una artista de verdad entregándose en una interpretación sin fecha de caducidad ni “targets” demográficos. Pues los verdaderos clásicos de la música pop, no debemos olvidarlo nunca, siempre se han caracterizado, desde Bob Dylan hasta Jake Bugg, por trascender fronteras físicas y generacionales.
Insisto en que no se interpreten mis palabras como un juicio sumario en contra de la cultura pop. Afortunadamente vivimos, en parte gracias a las nuevas tecnologías, en una era dorada de la música y la televisión. Pero desde hace varios lustros, quien busque calidad, frescura y autenticidad, no debe perder su tiempo sintonizando MTV…