La Constitución Morral: el principio del fin

Por Bvlxp:

No deja de ser conmovedora la ingenuidad con que la comentocracia ha vuelto a recibir la insistencia de Andrés Manuel López Obrador sobre la convocatoria de un “Congreso Constituyente” que redacte una supuesta Constitución Moral para esta (aún) República Mexicana. Es en serio tierno cómo defienden, no sin razón, que la moral no es un asunto del Estado, que la moral puede convivir con el orden jurídico pero que el orden jurídico no puede ni debe regularla; citan a Locke y hablan de cómo el Presidente debe ser un administrador de los bienes civiles y no de los morales; se desgañitan afirmando que cada quien es libre y dueño de su alma, que el Estado ni una palabra puede tener sobre la conciencia. Unos hasta han recurrido a las definiciones que de moral ofrece el diccionario para evidenciar la pifia teórica que aseguran cometerá el Presidente Electo en caso de hacer efectiva su testarudez. Me recuerdan a los entusiastas estudiantes de Derecho y el fervor con el que se ponen a recitar la Constitución cuando un policía de tránsito los detiene sólo para exigirles una mordida.

No alcanzo a ver si es ingenuidad, si es asombro e incredulidad o si es autoengaño. Me parece increíble que los agudos observadores de la realidad política nacional no vean más allá de sus narices y tomen el proyecto como la inocua iniciativa de un hombre moralino y cursi. Cierto es que a lo largo de los largos años que lo hemos visto en campaña (y los que faltan), todos los que no estamos cegados por el fanatismo hemos podido constatar que AMLO es un hombre conservador casi hasta lo reaccionario, un hombre de una vertiente evangélica que habla en términos divinos más seguido de lo que se recomienda para un demócrata. Esto es cierto, pero resulta increíble que los comentócratas sigan subestimando la pericia y malicia política de AMLO; es en serio sorprendente que crean que lo único que busca es un decálogo para colgar en una pared y leérselo a sus nietos.

Los electores del 1º de julio le entregaron a López Obrador una abultada victoria, una victoria que bordea con el absolutismo, pero antes de llegar ahí los mexicanos se detuvieron y le negaron la mayoría constitucional. Es decir, AMLO puede disponer del gobierno pero no del Estado; le confirieron un poder amplio para gobernar pero no le confiaron la estructura de la República, la cual le mandataron mantener intacta, o bien, involucrar a todos en su reestructura. Una de las características del poder es que el que lo tiene siempre quiere más. Es una característica consubstancial a la naturaleza humana. Para asegurar que los gobernantes gobiernen para todos y su voluntad no sea la única voz es que se inventaron las repúblicas, cuya característica principal es la limitación temporal del poder y la creación de un entramado institucional y legal que frene a la voluntad del que manda. Se entiende que AMLO aspire a la mayoría constitucional y así tener el país en sus manos y moldearlo a su voluntad. Aquí es donde mi paranoia me indica que entra en escena el proyecto de la Constitución Moral.

Un Congreso Constituyente no es algo que se vea muy seguido en México. Hace poco hubo uno en lo que ahora se llama Ciudad de México que parió un bodrio impugnado ante la (aún) Suprema Corte de Justicia de la Nación. O sea que estas cosas no son cualquier cosa. Llamar a un Congreso Constituyente para elaborar una cartilla moral se antoja una desmesura a menos de que lo que quiera lograrse sea desmesurado. Llamar Congreso Constituyente a la junta de orates que se reúnan a darle vuelo al lápiz para parir una Constitución Moral tiene resonancias muy amplias y busca darle la dimensión de la legitimidad, lo cual resulta totalmente apropiado si lo que se busca al final es darle al traste con la Constitución actual, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

La Constitución Moral no será un documento inocuo, la biblia de un catecismo cívico, sino un documento político. Bien manejado, usando una estrategia de comunicación política adecuada, con la legitimidad que el próximo Presidente asumirá el mando, ayudado por los merolicos incondicionales de los medios y las redes sociales, puede provocar una avalancha de aprobación que desemboque  en un resultado que las urnas no le dieron al próximo Presidente: circunvenir a la reducida oposición que se le enfrentará pero que mantiene en sus manos (ojalá sean conscientes de eso) salvaguardar la estructura política de nuestra República. Comúnmente las democracias mueren de nada y vestidas de democracia. Es más fácil de lo que se cree. Ya lo hemos visto en muchos otros países que hoy languidecen en el autoritarismo.

Si el proyecto llega a agarrar vuelo, si la idea prende y llama la atención, sólo hay un pequeño brinco para decretar que la Constitución Moral, producto de la legítima voluntad del pueblo de México, tiene prevalencia sobre la Constitución Política. Es importante no olvidar que todo actuar de los representantes populares es político. En este caso, la Constitución Moral sería en realidad una Constitución Política, un documento político, como la que ya tenemos y nos rige. Hemos visto como los corifeos del próximo gobierno han interpretado el mandato de las urnas como cualquier cosa que a ellos se les ocurra. No se necesita demasiado para inventarle fuerza y legitimidad democrática a su Constitución Moral para que se gradúe y que con ella o a partir de ella se reinvente el Estado a capricho de su único custodio. AMLO no ha cesado de anunciar sus picheos al hablar repetidamente de una “cuarta transformación” y un cambio de régimen, para ninguno de los cuales las urnas le dieron mandato. La cuarta transformación, que hoy es materia de chacoteo en las redes sociales, bien puede convertirse mañana en una realidad impuesta que por algún sitio habrá de comenzar.

Más que una Constitución Moral, se trata de una Constitución Morral: como el Caballo de Troya, no importa lo que se ve sino lo que trae dentro.