Por Adriana Med:

¿Quién no leyó en su infancia o conoce gracias a la cultura popular la historia de La Bella y La Bestia? Un mercader coge una rosa del castillo de la Bestia para dársela a su hija Bella. La Bestia lo sorprende, lo encierra, y luego acepta liberarlo con la condición de que una de sus hijas ocupe su lugar. Bella, que se siente culpable y adora a su padre, se ofrece. La Bestia la acoge en su castillo, es amable con ella y la llena de atenciones por un largo tiempo. Un día el padre de Bella se enferma. La Bestia deja que Bella vaya a visitarlo por siete días, pero sus hermanas le tienden una trampa para que se tarde más. La Bestia sufre tanto por ello que empieza a morir de tristeza. Y bueno, para no hacérselas larga, resulta que al final Bella se da cuenta de que ama a la Bestia y acepta casarse con ella, entonces la Bestia, que era víctima de una maldición, se convierte en un hermoso príncipe y se casan y viven felices para siempre y etcétera.

Es un cuento hermoso y mi pobre resumen no le hace justicia, pero el final me desilusiona un poco. Me encanta la Bestia tal y como es, a pesar de su monstruosidad o sobre todo por ella. Tiene algo que me conmueve. No es que esté de acuerdo con que amenace a ancianos y encierre doncellas en su castillo, ¡faltaba más! Es que después de todo es buena. Su corazón vence a su aspecto, a su infortunio y a su naturaleza (que, contradictoriamente, es sobrenatural). Yo no quería que se convirtiera en un ningún príncipe guapísimo ni leches. De acuerdo, era un príncipe guapo que fue maldecido y merecía volver a la normalidad. Sí, sí. Lo entiendo. Pero no puedo evitar pensar en todas las bestias que nacieron bestias y así morirán. ¿Quiere alguien por favor pensar en los niños bestia?

En un momento de la historia, Bella le dice a la Bestia que hay humanos malos que merecen más el calificativo de monstruo. Monstruo es una palabra con connotaciones generalmente negativas que usamos caprichosamente, tan caprichosamente que nos describimos así a nosotros mismos cuando no nos gusta lo que vemos en el espejo. Nos sentimos monstruos y, por su aspecto, hacemos sentir monstruos a otras personas que tampoco lo son. Y así es como muchos hombres y mujeres van aislándose en sus castillos para cuidar sus rosas.

Cuando eso pase recordemos que a la mejor ser un monstruo o parecerlo no es tan malo. Podemos ser un monstruo divertido, un monstruo civilizado, un monstruo bueno. Al no poder elegir nuestro cuerpo nos queda elegir cómo vivir y es eso lo que define quiénes somos. La monstruosidad física puede compensarse y disimularse, lo que no podemos ocultar es nuestra monstruosidad interior. Ojalá optemos por cultivar nuestras cualidades, ser unas bellas bestias.