Por Frank Lozano:

Del cobarde asesinato del periodista Javier Valdez Cárdenas preocupa todo. No es una muerte más, es una muerte que lleva implícito un mensaje terrible: quien quiera puede matar a quien quiera donde quiera y no va a pasar nada.

No importa si eres un activista que lucha por los desaparecidos, como el caso de la señora Miriam Rodríguez, o si eres una joven como Lesby Berlín, un reportero o simplemente un ser vivo.

En México nos matan de nada y de todo. Por estar en el momento y en el lugar equivocado. Por decir, por escribir, por protestar, por sacar dinero del banco, por tener un auto o por ir en el transporte público, por salir de noche, por lo que sea.

Lo repugnante de la muerte de Valdez tiene que ver con un error monumental, la guerra contra las drogas. La guerra contra las drogas es una guerra perdida. Lejos de disminuir el problema lo ha ampliado. Por cada baja se recluta a alguien más. Por cada cabeza de grupo criminal que se detiene, se fragmentan las organizaciones criminales y peor aún, las actividades de estos grupos se diversifican: secuestro, extorsión, trata de personas, robo de combustibles, cobro de derecho de piso.

En el afán moralista y conservador de controlar lo que la gente fuma, inhala o se inyecta, hemos creado una industria despiadada, la industria de la deshumanización, la industria de la transformación del otro en insumo económico.

El costo social es altísimo y las razones que orillan a muchos a sumarse al crimen organizado se mantienen intocadas. Dichas razones tienen origen en la desigualdad, la marginación, la pobreza y la exclusión.

La falta de oportunidades es un semillero de tentaciones. La violencia simbólica y la violencia estructural dramatizan la injusticia en todo el territorio, exacerban la frustración y el enojo de quienes observan la vida que unos se pueden dar y que las mayorías no.

La corrupción política es una de las principales fuentes de desigualdad. Los multimillonarios desvíos de recursos que hacen los gobernadores terminan por reflejarse en la decisión de un joven que sabe que su vida no va a cambiar.

Por otra parte, un Estado timorato y conservador se niega a reconocer que los ciudadanos son mayores de edad. El consumo de drogas es una decisión personal, la obligación del Estado es brindar alternativas de salud pública, es crear estrategias de disuasión y de prevención contra las adicciones, es generar políticas públicas para que los grupos sociales en riesgo se mantengan alejados o conozcan las implicaciones de convertirse en consumidores de una droga. Como todos sabemos, en el esquema actual, el consumidor se vuelve vulnerable, se le criminaliza y se le pone en situación de riesgo.

Por más medidas que tome el gobierno federal y los gobiernos estatales para garantizar el trabajo de los periodistas, ellos seguirán en riesgo. Mientras los problemas de fondo en relación a las drogas y el crimen organizado se mantengan intocados, mientras la desigualdad, la exclusión social y la corrupción continuen, los periodistas seguirán muriendo.

A Javier Valdez lo mató un paradigma fallido, lo mató la impunidad y lo mató la miopía de un Estado que no se atreve a resolver las cosas importantes. Su muerte, como lo mencioné al principio, no es una muerte más, es una muerte que nos manda un mensaje a todos: nadie está salvo.