“Hola” a las revoluciones de cartón

Por Isabel Hion:

 

Es bastante sencillo en nuestro tiempo apostarle al miedo y a la tristeza. Basta leer los encabezados, entrar a redes sociales, examinar el bolsillo, voltear alrededor: es tan fácil adoptar un lente estoico y vivir desde la apatía y la resignación. Han podido con eso. Considero que si surte efecto la realidad, si decidimos vivir en la queja continua y no en el planteamiento de soluciones, ellos ganaron magistralmente. Combatir esto requiere de una congruencia real, una capacidad de discernimiento para ver qué estamos haciendo, qué hacen los demás, y cómo mantener en alto el espíritu y no permitir que se nos doblegue. Una carrera de obstáculos, dirán, prácticamente imposible.

Abandonar el romanticismo soso de pensar y sentir como jóvenes aunque realmente no lo seamos, vivir desde nuestra burbuja y pregonar un positivismo vacío y las revoluciones fáciles. Ya saben, de esas que están erigiéndose todo el día y mostramos por redes sociales en búsqueda de aprobación externa. Y cómo nos encanta.

Muchos consideran que visibilizar estas conductas es propio del hater y de alguien que no está a gusto con nada. La realidad es que muchos sólo buscamos una salida real porque tanto sobar heridas propias y ajenas mientras se juega al revolucionario y al rebelde nos está hundiendo más, porque es un placebo en el que según nosotros vamos hacia adelante. Pero es un holograma y nos está costando la vida y la de los otros; la de casi todo el planeta.

Una vía que aboga por la fraternidad real y el progreso que necesitamos como humanidad, y no como sociedad -entiéndase que son dos cosas muy distintas- necesita de lentes duros, de medidas congruentes, de una sagacidad para la auto crítica y para jamás rendirse, jamás ser condescendiente con la mediocridad que, valga, sigue costándonos todo. ¿Por qué nos urge un criterio real mientras extendemos la mano al otro? Porque si realmente nos importamos como especie dejaremos atrás los reflectores y la aprobación para ir sobre lo que necesitamos.

Que cada quien haga lo que pueda de la manera en que le sea más cómodo, pero justo ahí está la trampa: ya lo cómodo no funciona, ya no basta decir “hago lo que puedo”, ya no. Es necesario ser honesto y no solapar más lo que creemos estamos haciendo en pos de los demás y nuestro entorno. El ambiente está cada vez más difícil, y siempre creemos que lograremos un cambio radical y avanzaremos desde lo cómodo. No nos engañemos; jamás llegaremos a eso desde el sofá, desde el monitor o una pantalla. Siempre hemos hecho lo que “hemos podido”, a nuestro juicio, desde el confort, y ya vimos que definitivamente eso no va. Al menos seamos honestos, porque muchas cosas que hemos querido y no han hecho realidad comenzaron porque sólo hicimos lo que pudimos, no lo que era necesario.

Otros creen ser más listos y se van sobre el cinismo burdo y un desinterés total. El deseo por construir un mundo mejor y el interés constante en vivir nuestra vida desde el “Yo” sigue siendo la bandera de la tibieza. Que el país entra cada vez con paso más firme al terreno del caos solapado no lo duda nadie. Solapado porque el mal está ahí y creemos que si nos quejamos y desaprobamos a todo el que no piensa como nosotros y nuestro grupito es la salida. Ahí está el infierno; nos molesta pero no hay energía ni determinación para combatirlo. Cavamos la tumba personal y del colectivo y todavía nos queda tiempo para echarle la culpa siempre a alguien más. Sin duda hacemos comedia hasta cuando nos jugamos el cuello.