Gafas de caleidoscopio

Por Adriana Med:

Al igual que muchos mexicanos, crecí escuchando a los Beatles. Es una obsesión que se transmite de generación en generación. Si alguno de tus padres es aficionado al cuarteto de Liverpool, estás predispuesto genéticamente a escuchar Something cuando estás enamorado, y a empezar todos tus cuentos con un “Había una vez o tal vez dos.” Pero este no es otro tonto texto sobre los Beatles (bueno, un poquito sí). Los saco a colación porque uno de los personajes más presentes que tengo desde mi infancia es Lucy, la chica con ojos de caleidoscopio. Si bien el álbum del Sargento Pimienta nunca fue mi favorito y siempre me llamaron más la atención el hombre de ninguna parte y el tonto de la colina, no he podido olvidar la mirada de Lucy desde que escuché sobre ella.

Pasó mucho tiempo antes de que pudiera ver un caleidoscopio con mis propios ojos. El año pasado en la feria universitaria de mi ciudad por fin me encontré no con uno, sino con muchos de estos mágicos objetos. Estaban sobre una mesa rodeada por personas de todas las edades que usaban uno tras otro. Me acerqué e hice lo mismo. Había caleidoscopios de muchos tamaños y colores. Cada uno era único. Todas las imágenes eran hermosas, especiales, fascinantes. Me divertí como niña aquella tarde y al parecer los demás también.

Un caleidoscopio es un juguete construido por tres espejos, los cuales multiplican simétricamente las imágenes. La palabra viene del griego “kalós” (bello), “éidos” (imagen) y “scopéo” (observar). El caleidoscopio es el instrumento a través del cual observamos imágenes bellas. Cada vez que vemos o le hacemos ver a alguien algo hermoso, somos un caleidoscopio. Y si alguien vio algo hermoso en ti, te hizo una caleidoscopía.

Pero ver a través de un caleidoscopio no significa ver solamente lo bueno. Eso lo entendí cuando vi El Niño y su Mundo de Alê Abreu, una animación brasileña tan hermosa como brutal. Visualmente es un caleidoscopio que con sus colores vibrantes nos muestra la oscuridad y la dureza del presente, el cual puede y debe ser criticado.

Admirar la belleza no implica quedar cegado por ella ni nos hace menos conscientes del horror que sucede a nuestro alrededor, así como pasar buenos momentos no nos convierte en personas horribles a las que no les importa la injusticia, la pobreza o la guerra. Está bien informarnos y ver la realidad, no se trata de ignorar el sufrimiento propio o el ajeno (que también nos duele, que también es nuestro). Sin embargo, a veces pecamos de masoquismo viendo y compartiendo videos o imágenes súper explícitas de tragedias, como si traumatizarnos fuera a mejorar las cosas, como si necesitáramos poner a prueba nuestra sensibilidad.

Entre tanta ruina, entre tanta devastación, no veo por qué renunciar a aquello que nos hace la vida más llevadera y nos reconstruye. Aunque no tengamos los ojos de Lucy, siempre nos quedará la opción de usar unas gafas de caleidoscopio para observar la belleza de un mundo que nos maravilla y nos duele a la vez.

*Ilustración de Yumi Sakugawa tomada de aquí: http://thesecretyumiverse.wonderhowto.com/how-to/build-your-own-kaleidoscope-0137824/