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If liberty means anything at all, it means the right to tell people things they do not want to hear. George Orwell Por Jerónimo González Cairncross Review A finales de 2019, Dame Frances Cairncross, una de las periodistas y académicas más respetadas de su generación (editora en el Economist, rectora del colegio de Exeter en Oxford), publicó un […]]]>

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If liberty means anything at all, it means the right to tell people things they do not want to hear.

George Orwell

Por Jerónimo González

Cairncross Review

A finales de 2019, Dame Frances Cairncross, una de las periodistas y académicas más respetadas de su generación (editora en el Economist, rectora del colegio de Exeter en Oxford), publicó un reporte sobre el futuro del periodismo, particularmente de la prensa escrita local.

 
Este reporte, comisionado por el gobierno británico y ahora considerado el standard mundial, tenía como objetivo encontrar respuestas a las preguntas existenciales del periodismo local: ¿Cómo desarrollar un modelo de negocios sustentable en la era digital? ¿Qué pueden hacer frente al dominio absoluto y frecuentemente abusivo de plataformas como Facebook y Google? ¿Qué sucede si desaparece el periodismo local?

Las conclusiones a las que llega el Cairncross Review son escalofriantes. 

El reporte encuentra que la transición a consumo de información digital (un reto formidable incluso para los titanes de la industria) ha llevado a que cientos de medios locales cierren, y a la mayoría los ha dejado en el desamparo. Esto ha implicado la pérdida de empleo para miles de periodistas, especialmente aquellos que hacen investigación (una disciplina peligrosa, poco redituable y mal remunerada en el mejor de los casos).


En entrevista para este texto, la Dama Cairncross me comenta que, alrededor del mundo, hay un vínculo muy estrecho entre la desaparición de periodistas y periódicos locales, y la disminución de actividades cívicas y democráticas, como la participación en elecciones y la buena administración de las finanzas públicas, además del sentido de pertenencia comunitaria. 
Es decir, cuando una localidad deja de ser cubierta por un medio local, el porcentaje de sus ciudadanos que se presenta a las urnas cae (drásticamente en la mayoría de los casos) y se despilfarra el erario.

Otros investigadores han llegado a conclusiones similares: la presencia de periódicos locales, en su rol de watchdog, hacen que las instituciones públicas en su ciudad, estado o región, sean más eficientes y transparentes.

Las implicaciones que esto tiene para el orden democrático de las naciones no pueden ser sobreestimadas.

La crisis mexicana 

Además del reto existencial que ha presentado la revolución informática para la prensa, particularmente la local, se suma la presión inerte que ha generado la pandemia. 

En México, donde la prensa (particularmente la local) ha sido incapaz de hacer la transición digital, en muchos casos por carencias económicas, sigue habiendo una fuerte dependencia del negocio impreso: los periódicos nacionales generan el 95% de sus ingresos a través de contenido impreso, ya sea venta de periódicos o publicidad en ellos. 

Por lo tanto, la pandemia ha sido el golpe de gracia para muchos. En 2020, la circulación de periódicos de papel cayó 10%, lo que llevó a que los ingresos de los periódicos nacionales cayeran 12%. Esto ocasionó recortes salariales y despidos masivos de periodistas, la mayoría de los cuales ya de por sí trabajan en condiciones de precariedad oprobiosa (50% sin contrato formal, 40% sin seguridad social), especialmente si consideramos que son un pilar del orden democrático. 

La evidencia anecdótica confirma la estadística. 


Silber Meza, un reconocido periodista de investigación mexicano, me comenta que ha visto cómo la pandemia le ha costado el puesto a varios colegas, particularmente en Sinaloa, donde ha desempeñado la mayoría de su carrera profesional. Grandes extensiones de este estado tan mal administrado, inestable y propenso al crimen, ahora quedaron en la oscuridad informativa. 

La Dama Cairncross comenta que esto refleja un patrón común: frente a presiones financieras, los primeros en perder su trabajo son los periodistas locales de investigación, ya que es una disciplina que genera pérdidas debido al tiempo que toma (en ocaciones sin averiguar algo de valor), y a la posibilidad de tener que montar una defensa legal para proteger el contenido publicado.

¿Qué podemos hacer en México para revertir este terrible augurio?

La Dama Cairncross me comenta que, al menos en el corto plazo, los gobiernos sensatos (ciertamente el mexicano dista mucho de serlo) deben interceder para apoyar al periodismo, particularmente el local, y muy especialmente el de investigación. Los mejores mecanismos para hacerlo son la condonación de impuestos (por ejemplo, de las suscripciones) y los subsidios (por ejemplo, a las investigaciones periodísticas). Estas medidas lograrían su meta sin minar la independencia de los medios.

En el mediano a largo plazo, insiste en que se deben de establecer fondos públicos para apoyar a organizaciones noticiosas. A través de estos, periódicos que cumplan con ciertas características fácilmente medibles y que demuestren rigor periodístico, podrían acceder a fondos y herramientas que los ayuden a mejorar su presencial digital. 

No hay nada asegurado, pero sólo con este tipo de medidas podrán luchar por su supervivencia. 


Sobra decir que la actual administración, que premia la propaganda disfrazada de periodismo que producen panfletos y panfleteros como El Soberano Lord Molécula, no hará nada de lo que recomienda la Dama Cairncross. Pero el plan de acción existe y está a disposición de cualquier gobierno, inclusive estatal, que decida tomarlo. 

Hay esperanza 

Sin embargo, hay mucho por hacer desde la trinchera privada.

Un ejemplo emocionante del poder de la filantropía es el caso del Buró de Periodistas de Investigación (BIJ), una ONG financiada gracias a la caridad de David y Elaine Potter. 

La familia Potter creó esta organización específicamente con el objetivo de someter a quienes ostentan el poder al mayor escrutinio posible. Su proceso para hacerlo es sencillo pero muy efectivo: el BIJ contrata a periodistas de investigación de tiempo completo, financia sus investigaciones y posteriormente regala su trabajo para que medios locales lo publiquen y lo diseminen. 
Esta gigante labor ha expuesto casos históricos de abuso de autoridad y malversación de fondos, entre otros, que de otra manera hubieran sido invisibles. 

Quien cree y financie una organización inspirada en el BIJ le haría un servicio inconmensurable a nuestro país. En esto, los líderes de la industria mexicana y las grandes fortunas no pueden evadir su responsabilidad, pues tienen un rol crítico que jugar. 

Otro gran ejemplo del periodismo británico es The Guardian. Esta organización de primerísimo nivel periodístico ha sido financiada desde su creación por el Scott Trust, un enorme fondo fiduciario donado por el fundador del periódico, C.P. Scott, para patrocinar periodismo independiente a perpetuidad. Hoy en día, el fondo aún vale cientos de millones de libras. 

Crear un fondo de esta naturaleza con el objeto de subvencionar el periodismo local independiente en México tendría incalculables beneficios para el país. Podrá no ser una inversión redituable en el corto plazo, pero sin este tipo de apuestas no hay prosperidad futura. 

En síntesis: Si queremos prevenir otras crisis democráticas como la que padecemos hoy en día; si queremos que el electorado mexicano participe tanto en la vida pública como las ciudadanías de los países desarrollados; si queremos disminuir la corrupción, incrementar la participación cívica y reducir la polarización social; si queremos un México justo, próspero y democrático, empecemos por proteger, y apoyar, a nuestro periodismo.

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«Dishonesty and cowardice always have to be paid for. Don’t imagine you can make yourself the boot-licking propagandist of the Soviet regime, or any other regime, and then suddenly return to mental decency. Once a whore, always a whore.»

George Orwell


Por Oscar Gastélum

Decía Borges que él no hablaba de venganzas ni perdones porque el olvido es la única venganza y el único perdón. Cuando se trata de lidiar con traidores o gentuza ingrata en nuestra vida íntima, no podría estar más de acuerdo con el genio argentino. Sepultar en el más profundo de los olvidos a quienes nos lastimaron o fallaron  no sólo es un acto de cordura y sabiduría, sino que además es tremendamente placentero, pues no hay nada  más liberador que expulsar de nuestra memoria a alguien que no merece el honor de vivir ahí. No es fácil aprender “el arte del olvido”, como lo reconoce el propio Borges en otro poema, pero si Nietzsche tenía razón y lo que no te mata realmente te hace más fuerte, entonces nada fortalece más el espíritu que aprovechar una crisis existencial para adquirir y dominar esa habilidad.

Repito, todo eso está muy bien en el ámbito de las relaciones personales, pero en el plano público, el compromiso de un ciudadano debe estar siempre con la memoria. Pronunciar por enésima ocasión la sobadísima sentencia de Santayana: “Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, puede parecer un cliché, pero es una de esas verdades que no pierden su urgencia y potencia sin importar cuantas veces se reiteren. Y yo agregaría que un país que no aprende de sus errores está condenado al fracaso perpetuo. Pero además de asimilar las lecciones de la historia, es indispensable combatir la impunidad, llamando a cuentas a los personajes públicos que le fallaron a la sociedad. A una amistad o amor traicionero se le sepulta en la nada del olvido, pero la infamia debe manchar de por vida a un político corrupto o criminalmente inepto, y a quienes lo sirvieron inescrupulosamente obedeciendo sus órdenes o normalizando el horror desde los medios o la academia.

Me parece muy obvio que eso es precisamente lo que quiso decir Claudio X. González cuando publicó el siguiente tuit:

“La llamada 4t, una gran farsa, acabará mal, muy mal. Hay que tomar nota de todos aquellos que, por acción o por omisión, alentaron las acciones y hechos de la actual admon. y lastimaron a México. Que no se olvide quien se puso del lado del autoritarismo populista y destructor.”

Es un llamado apasionado y prístino a no olvidar y, llegado el momento, a llamar a cuentas a los responsables de la desgracia que está viviendo el país, y que ya se ha traducido en más de medio millón de víctimas del manejo criminal de una pandemia, en cientos de niños con cáncer abandonados cruelmente a su suerte, en una economía estancada y sin visos de recuperación, en millones de nuevos pobres, en un amasiato obsceno entre el régimen y el crimen organizado que no ha disminuido un ápice los niveles dantescos de violencia, y un interminable etcétera de vilezas. Para cualquier observador objetivo, y según toda la evidencia disponible, este sexenio ha sido por mucho el peor de nuestra historia moderna y, si México aspira a ser un país decente y justo algún día, tanto quienes mataron a la vaca como quienes le amarraron la pata pasarán el resto de sus tristes existencias respondiendo por sus acciones. Algunos tendrán que purgar sus faltas en prisión (pienso en el Doctor Muerte Hugo López Gatell, por ejemplo), mientras que otros deberán enfrentar el ostracismo y la condena social.

Por eso no debe extrañarnos la virulenta reacción que provocó el microtexto del fundador de «Sí por México». Los propagandistas y lacayos más rastreros y mendaces del régimen (de Pepe Merino para abajo) se tiraron al suelo, chillando y pataleando como Neymar, acusando al autor del tuit de “golpismo”, “fascismo” y otras linduras sin sentido. Lo más gracioso del asunto fue la manera tan torpe y reveladora en que saltaron a ponerse el saco, reconociendo públicamente que estaba hecho a su medida. Y lo más patético fue el victimismo impostado con el que exigieron ser incluidos en “la lista”, como si fueran valientes y heroicos disidentes, víctimas de un nuevo McCarthy, y no los criados abyectos de un monstruo todopoderoso que dedica sus homilías postfactuales a intimidar críticos y a elaborar listas más negras que su conciencia.

Desde luego que sus nombres ya están grabados con tinta indeleble en la memoria de todos los mexicanos decentes, ellos solitos se anotaron desde el momento en que decidieron sacrificar su alma y su intelecto en el altar del populismo bananero. No pueden exigir impunidad y mucho menos argumentar que la rendición de cuentas es “golpista” o “fascista”. Y que quede muy claro, estos llamados a no olvidar y a pasarle factura a los destructores del país no incluyen a los votantes comunes y corrientes que por angas o por mangas votaron por Obrador, sino única y exclusivamente a los cómplices de sus crímenes, una minoría ultraprivilegiada que no puede esconderse detrás de falacias ad populum (somos treinta millones, el pueblo está con nosotros, etcétera, etcétera).

Y tampoco se trata, como alegaron algunos sofistas, de “perseguir” a quienes “piensan diferente”. No, este no es un asunto de diferencias ideológicas o de opiniones erradas (aunque los intelectuales obradoristas sí deben pagar un precio reputacional altísimo por haber vendido a una peligrosa bestia desquiciada como un líder socialdemócrata bonachón e inofensivo) sino de crímenes atroces que han costado cientos de miles de vidas, y de un quebranto patrimonial en contra de la nación tan exorbitante que hace ver a los peores ladrones del PRI como principiantes. Obrador no es un presidente normal, mediocre e inepto como la mayoría de los que vinieron antes que él, sino una aberración que nunca debió llegar al poder y que por ningún motivo debe repetirse. 

Unos días después de la publicación del tuit de la discordia, Alfonso Araujo publicó otro, más breve y poético pero con el mismo mensaje:

“Un día, sus letras guindas se volverán letras escarlatas.”

Por el bien del país, ojalá que así sea…

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Sobre la Virtud Cívica https://www.juristasunam.com/sobre-la-virtud-civica/26412?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=sobre-la-virtud-civica https://www.juristasunam.com/sobre-la-virtud-civica/26412#respond Fri, 22 Oct 2021 14:41:58 +0000 http://www.juristasunam.com/?p=26412

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Only a virtuous people are capable of freedom. As nations become corrupt and vicious, they have more need of masters.

Benjamin Franklin

Por Oscar Gastélum

En su más reciente libro: “First Principles: What America’s Founders Learned from the Greeks and Romans and How That Shaped Our Country”, Thomas E. Ricks nos recuerda que los Padres Fundadores de EEUU creían que la “virtud cívica”, un concepto que adoptaron de los pensadores romanos a los que veneraban, era el elemento esencial de la vida pública. Tanto los sabios romanos como sus discípulos norteamericanos entendían por “virtud cívica” la capacidad de un individuo para poner el bien común por encima de sus propios intereses. Dicha virtud es el cimiento indispensable sobre el que se construye la convivencia en una sociedad democrática. Por eso no me sorprendió que el gran intelectual conservador Robert Kagan usara la “virtud republicana” como el eje sobre el que gira el extraordinario e influyente ensayo que publicó en el Washington Post hace unas semanas, y en el que advierte que Trump y su secta están trabajando sin descanso para destruir la República, y que el país se encuentra sumido, desde ahora, en una profunda crisis constitucional. 

Kagan eligió esta frase de James Madison como epígrafe para su desolador texto: “Is there no virtue among us? If there be not, we are in a wretched situation.” A lo que se refería el “padre de la Constitución” con esa sentencia es a que sin virtud (cívica, pública o republicana, no importa como la apellidemos) ni la Constitución ni el sistema republicano que emanó de ella podrían sobrevivir. Pero la virtud no se puede legislar, no había ni hay manera de consagrarla en la Constitución. Si el mayor peligro para una República es que un aspirante a tirano seduzca a las masas y conquiste el poder, la única defensa en su contra es una ciudadanía virtuosa. El resto de la cita de Madison lo deja muy claro: 

“Is there no virtue among us? If there be not, we are in a wretched situation. No theoretical checks, no form of government, can render us secure. To suppose that any form of government will secure liberty or happiness without any virtue in the people, is a chimerical idea. If there be sufficient virtue and intelligence in the community, it will be exercised in the selection of these men; so that we do not depend upon their virtue, or put confidence in our rulers, but in the people who are to choose them.”

Y henos aquí, sumidos en una profunda crisis civilizatoria, producida en parte por millones de ciudadanos que desconocen o desprecian la virtud cívica y por eso son capaces de votar por personajes de la calaña de Trump, Bolsonaro, Duterte o López Obrador. Y la pandemia ha venido a agudizar nuestros problemas, sacando lo peor de los peores. Me refiero desde luego a esos subnormales que, mientras la mejor parte de la humanidad está ocupada combatiendo a un virus que ha matado a millones de seres humanos y provocado una severa crisis económica, han decidido declararle la guerra a la ciencia, rechazando el uso del cubrebocas y oponiéndose visceralmente a las vacunas. Si, como creían los romanos y los sabios Padres Fundadores, la virtud cívica consiste en poner el bien común por encima de intereses mezquinos, nadie está más alejado de ella que quienes se niegan a hacer sacrificios tan modestos como usar un cubrebocas o vacunarse para proteger a los miembros más vulnerables de la sociedad y reactivar la economía.

Lo peor es que estos cretinos, que suelen seguir fanáticamente a demagogos liberticidas, se ven a sí mismos como valientes y viriles defensores de la “libertad” y como disidentes de terribles dictaduras, aunque vivan en democracias ejemplares. Entre sus pasatiempos favoritos está usar las redes sociales, o los espacios que tienen en medios alternativos, para difundir desinformación y teorías de la conspiración, y para compartir videos sacados de contexto en los que según ellos exponen el infierno en el que viven los pobres australianos o los franceses, o los habitantes de cualquier otro país democrático que esté aplicando medidas de emergencia para salvar vidas. Son los especímenes más representativos de esta repugnante era pues en sus espíritus subdesarrollados se funde el narcisismo más pueril con un libertarismo insultantemente ramplón. De nada sirve tratar de explicarles que su libertad termina donde empieza la de sus conciudadanos y que así como nadie es libre de manejar alcoholizado poniendo en peligro a otros automovilistas y transeúntes, tampoco nadie debe tener derecho a exponer al prójimo a un virus potencialmente mortífero.

Lo más indignante de esta delirante farsa, plagada de malnacidos que “protestan” tosiéndole en la cara a policías, empleados de supermercados o comensales de restaurantes, es que está siendo puesta en escena en una época en la que abundan los auténticos héroes, esos que han sacrificado su libertad y expuesto su vida para enfrentar a regímenes verdaderamente monstruosos. Ahí está el pueblo bielorruso, que desafía cotidianamente al despiadado dictador Lukashenko. O Joshua Wong y sus camaradas activistas hongkoneses que languidecen en prisión por haberse atrevido a desafiar a la dictadura china. Para no hablar de Alexei Navalny que agoniza en el Gulag putinista tras sobrevivir a un envenenamiento. O de Maria Ressa la valiente periodista filipina y flamante Premio Nobel de la paz que está en la mira del sanguinario Neanderthal Duterte. Imagine usted lo que darían los venezolanos, o los cubanos, o los norcoreanos, o los nicaragüenses por vivir en un país como Australia, con una de las calidades de vida más altas del planeta y en donde sólo han muerto 1500 personas por COVID. O en la Francia del malvado Macron, cuyo pase sanitario ha salvado decenas de miles de vidas pero antes tuvo que pasar por la aprobación del congreso y ser revisado por el tribunal constitucional, como suele suceder en las dictaduras.

La verdad es que esa gentuza ridícula y detestable que se ha rebelado en contra del sentido común, la ciencia, la decencia y la virtud cívica, actuando como aliada del virus, no merece más que desprecio y mofa. Son mentecatos frívolos, mimados y nihilistas que no tienen idea de lo que es la libertad y que expusieron sin pudor su indigencia ética e intelectual en la primera crisis histórica a la que los enfrentó el destino. Ya me los imagino quejándose de los racionamientos y los apagones y tildando a Churchill de dictador si hubieran tenido que soportar los bombardeos alemanes durante la Blitz londinense, ese luminoso capítulo en el que el pueblo británico hizo un despliegue conmovedor y heroico de virtud cívica. Que la deshonra eterna descienda sobre estos canallas deleznables…

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“By shaping the menus we pick from, technology hijacks the way we perceive our choices and replaces them with new ones. But the closer we pay attention to the options we’re given, the more we’ll notice when they don’t actually align with our true needs.” 

“I don’t know a more urgent problem than this. Because this problem is underneath all other problems.” 

Tristan Harris

“We humans should get used to the idea that we are no longer mysterious souls – we are now hackable animals.”

Yuval Harari


Por Oscar Gastélum

Si la humanidad no se autodestruye antes, dentro de unas cuantas décadas nuestros descendientes no podrán entender que sus ingenuos antepasados se hayan sometido voluntaria e irreflexiblemente a ese monstruoso experimento sociológico y psicológico que son las redes sociales. Y mucho menos que hayamos permitido pasivamente durante tantos años que un grupúsculo de nerds con personalidades sociopáticas forjaran fortunas obscenas explotando nuestra información más íntima, a expensas de las delicadas psiques de nuestros hijos y de la estabilidad de nuestras sociedades democráticas. En lo personal, Facebook siempre me pareció un proyecto ominoso y potencialmente distópico, pero no alcancé a atisbar ni el 10% del daño que acabaría causando.

Todo esto viene a cuento porque la semana pasada finalmente se reveló la identidad de la “whistleblower” que le filtró miles de documentos internos de Facebook al Wall Street Journal, en los que se confirma, más allá de cualquier duda, lo que muchos sospechábamos: que Mark Zuckerberg y su plana mayor estaban perfectamente conscientes de los muy nocivos efectos que sus productos tienen sobre sus usuarios.  Las revelaciones de la elocuente ingeniera y científica de datos Frances Haugen, la heroína de esta historia, me recordaron lo que sucedió con las compañías tabacaleras en los años noventa, cuando el doctor Jeffrey Wigand, otro “whistleblower”, reveló que sus altos ejecutivos sabían desde hacía años que estaban vendiéndole veneno cancerígeno a sus clientes. Por cierto, Michael Mann hizo una magnífica y muy recomendable película al respecto: “The Insider” con Russell Crowe y Al Pacino. 

Lo que Facebook le ofrece a sus usuarios (que en este caso no son clientes sino el producto que Facebook le vende a sus anunciantes, y por eso el servicio es “gratuito”) es algo tan adictivo y nocivo como el tabaco y tan destructivo para el tejido democrático como el cáncer. La clave de su corrosivo modelo de negocios radica en mantener a la mayor cantidad de gente enganchada a sus plataformas el mayor tiempo posible y para lograrlo sus ingenieros diseñan algoritmos ultrasofisticados para manipular inconscientemente a sus víctimas. Facebook sabe que las emociones negativas son mucho más poderosas y efectivas que las positivas y por eso las fomenta con premeditación, alevosía y ventaja. Sí, hacer sentir miserables a niñas adolescentes y hundirlas en la depresión y los desórdenes alimenticios es mejor para el negocio que cuidar su salud mental con contenido apto para su edad. Y difundir noticias falsas y teorías de la conspiración, o atizar la polarización amplificando a las voces más extremas podrá ser muy malo para la democracia, pero es infinitamente más lucrativo que el debate civilizado y la información fidedigna. Lo que los documentos filtrados por Haugen revelan es que cada vez que Facebook ha tenido que elegir entre incrementar o mantener sus ganancias y procurar el bienestar individual y colectivo de sus usuarios, ha priorizado sus mezquinos intereses económicos. La informante resume esa voracidad inmoral en un slogan lapidario: “profits over people”.

Cada vez que comparto una nota sobre la perversidad de Zuckerberg y su compañía en Twitter, me sorprende la cantidad de respuestas negativas que recibo y la ingenuidad e ignorancia colectiva que revelan. Muchísima gente, intoxicada por el libertarismo silvestre que parece ser la ideología típica de nuestra exasperante era, cree que la solución a los problemas creados o agravados por Facebook está en uno mismo. Pues, según ellos, un adulto debe hacerse responsable de lo que elige leer y todos podemos abandonar la plataforma libremente en cualquier momento. Muy poca gente es capaz de comprender la asimetría que existe entre una mente individual, con todos sus sesgos y limitaciones, y una inteligencia artificial ultrapoderosa y diseñada específicamente para explotar todas y cada una de nuestras vulnerabilidades. Tampoco es fácil entender el nivel de personalización que los algoritmos alcanzan, alimentados por la información íntima que la compañía recaba sigilosa y permanentemente. Resulta perturbador reconocerlo, pero Facebook nos conoce mejor que nosotros mismos, y por eso es capaz de “hackearnos” como dice Yuval Noah Harari. La triste realidad es que nadie elige lo que Facebook le ofrece, y cada quien recibe un menú ultrapersonalizado, a la medida de sus peores prejuicios y más bajas pasiones.

Por otro lado, la naturaleza monopólica de Facebook, aunada a la ubicuidad de sus plataformas hace muy difícil que la gente pueda abandonarlas fácilmente. Si una adolescente cierra su cuenta de Instagram se condena al ostracismo social, e infinidad de pequeños y grandes negocios dependen de Facebook y WhatsApp para alcanzar a sus clientes. Además, no sólo la gente que usa Facebook sufre las consecuencias de su perversa influencia. Yo nunca he tenido una cuenta pero tengo que vivir en un mundo en el que artículos que difunden desinformación sobre las vacunas o que promueven las conspiraciones de QAnon, y que probablemente fueron redactados por un troll ruso, tienen muchas más interacciones que todos los textos de la BBC, el New York Times y CNN juntos. Y en el que la democracia liberal agoniza, amenazada por peligrosísimos demagogos populistas que comandan auténticas sectas de zombis y que utilizan Facebook para lavar cerebros a base de “hechos alternativos” y “otros datos”, transformando la política en religión.

No, la respuesta a esta profunda crisis civilizatoria no puede ser individual sino colectiva. El Estado tiene que regular a estos monstruos de la misma manera que reguló a los medios masivos que los precedieron, sin que eso acarreara la muerte de la libertad de expresión o de las sociedades abiertas. Resulta ridículo que colosos tan influyentes y potencialmente destructivos operen en el vacío o bajo la ley de la selva. Es como si las empresas de alimentos pudieran inflar sus ganancias usando ingredientes tóxicos y no hiciéramos nada para impedirlo. No se trata de crear tribunales de la verdad que decidan qué contenido censurar, hay estrategias muchísimo más efectivas y creativas. Por ejemplo: La mayoría de los expertos, incluyendo a la propia Haugen, coinciden en que un paso indispensable para combatir la desinformación es hacer legalmente responsable a la compañía por el contenido que promueve su algoritmo. Eso la obligaría a renunciar a las recomendaciones algorítmicas y tendría que volver a un “feed” cronológico. De esta manera el peor contenido no sería “censurado” pero volvería a los márgenes, de donde jamás debió salir. También es indispensable tratar a la compañía como el peligroso monopolio que es y actuar en consecuencia. Biden tiene en su equipo a algunos de los expertos que mejor han estudiado el fenómeno de los nuevos monopolios, empezando por Jonathan Kanter, el hombre que dirigirá la división del Departamento de Justicia especializada en el tema y que podría convertirse en el Eliot Ness que le ponga un alto a Zuckerberg Capone.

La comparecencia de Haugen frente al Senado demostró que en Washington hay un insólito consenso bipartidista en torno a la necesidad urgente de meter en cintura a Facebook. Ojalá que el escándalo provocado por estas revelaciones finalmente se traduzca en acciones concretas. La salud mental de toda una generación y el futuro de la democracia liberal dependen de ello…

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Por Oscar Gastélum

A nadie debería sorprenderle que Andrés Manuel López Obrador haya desatado una demencial cacería de brujas en contra de 31 científicos mexicanos. Ni que lo haya hecho con la saña que debería estar reservada para los peores criminales, esos a los que este régimen inmundo les ofrece abrazos, pactos e impunidad. Y tampoco es una sorpresa que el fiscal carnal Gertz Manero y la Lysenko tropical Álvarez-Buylla hayan obedecido con celo religioso a su amo, para eso están. Pero esta nueva e injustificable salvajada ha vuelto a darle la razón a quienes desde un principio advertimos que el demagogo tabasqueño encabezaba un movimiento oscurantista y reaccionario, y que sus enemigos nunca fueron los oligarcas rentistas ni los políticos corruptos sino las élites intelectuales del país. Pues los fifís a los que Obrador tanto desprecia no son los monopolistas voraces o los herederos de fortunas malhabidas sino los periodistas, los intelectuales, los científicos, los expertos y la clase media educada y “aspiracionista”. Es penosamente obvio que un profeta de la postverdad, que ha vomitado más de sesenta mil mentiras durante sus homilías postfactuales, vea a los miembros de lo que Jonathan Rauch bautizó como la «reality-based community» como sus enemigos existenciales. La suya, como la de Trump, Bolsonaro u Orbán es una rebelión de las tinieblas en contra de la modernidad y sus valores. Un intento desesperado por frenar el avance de la humanidad y volver al pasado.

Confieso que analizar al obradorismo ha sido una de las tareas más fáciles y frustrantes de mi vida. Fácil porque tanto el demagogo como sus huestes son totalmente transparentes, su antiintelectualismo autoritario es descarado. Además, Obrador es un personaje caricaturesco, un cliché ambulante que practica una demagogia soez envuelta en un discurso paupérrimo. Partiendo de un diagnóstico correcto sobre la deshonestidad y perversidad patológica de López Obrador, no era necesario ser Nostradamus para predecir con precisión milimétrica lo que le esperaba al país. Porque el populismo bananero es más predecible que una telenovela mexicana y sus escenografías son igual de baratas. Por eso fue tan aterradoramente sencillo augurar, por ejemplo, que México sería uno de los países más afectados por la pandemia. Pues era obvio que Obrador jamás iba a escuchar el consejo de los expertos y que decidiría rodearse de lacayos y aduladores como Gatell. Los detentes, la hostilidad contra el cubrebocas, el rechazo a las pruebas masivas, el abandono del personal de salud, la mordida a una niña inocente, las cifras adulteradas, la negativa a brindarle apoyo económico a la población, los semáforos epidemiológicos sujetos al capricho presidencial, la lentitud de la vacunación, todo encaja a la perfección con el perfil de un demagogo populista orate, ignorante, perverso y estúpido.

Es por eso que ha sido tan frustrante ver como una parte considerable de la intelectualidad mexicana, motivada por el tribalismo, la ingenuidad o intereses inconfesables, decidió renunciar a sus facultades críticas y poner su pluma y su prestigio al servicio de un hombre tan limitado como peligroso. Esa gente ha errado en todos sus análisis durante este sexenio porque siempre parten de una premisa totalmente equivocada: que el demagogo bananero es un político moderado, socialdemócrata, progresista, honesto y de buen corazón. El Obrador por el que votaron y al que legitimaron públicamente sólo existe en su imaginación y no tiene nada que ver con la bestia de carne y hueso que está destruyendo al país. Si en 2018, en pleno huracán populista global, y conociendo las traumáticas experiencias que ha vivido Latinoamérica cada vez que se ha dejado engatusar por un charlatán, ya era incomprensible semejante nivel de autoengaño, a estas alturas de la pesadilla obradorista, cuando la imbecilidad criminal del régimen ha causado cientos de miles de muertes, y el caudillo bananero apapacha narcotraficantes mientras persigue científicos, ya es francamente imperdonable aferrarse a esos delirios e insistir en normalizar a un monstruo.

Y sin embargo abundan las sabandijas que por orgullo o interés insisten en normalizar a la bestia contra viento y marea. La cobardía y la soberbia jamás les permitirán aceptar que se equivocaron y mucho menos reconocer que sus críticos tuvieron razón. Algunos parecen estar desesperados por convencerse a sí mismos de que existe un punto medio entre el pirómano y los bomberos, y quieren persuadir a sus escuchas y lectores de que su deshonestidad pusilánime en realidad es “moderación”. Hace apenas un par de días escuchaba cómo Javier Tello (mi normalizador favorito) con su voz engolada y su tan característica agresividad pasiva insistía una y otra vez en que Obrador no era Stalin. Valiente consuelo. Y sí, Obrador no es Stalin entre otras razones porque el contexto histórico cuenta mucho y en el México del siglo XXI ni el propio Stalin podría ser Stalin. Pero las oscuras pulsiones y las taras ideológicas que los motivaron a perseguir a sus comunidades científicas son las mismas, y es muy probable que un trastorno psicológico idéntico haya convencido a ambos monstruos de que nacieron para salvar a sus pueblos. Y cuando la bestia macuspana insinúa en tono jactancioso que es imposible hacer un omelette sin matar a unos cuantos niños con cáncer, se acerca peligrosamente al estalinismo más atroz.

Imagine usted que una familia recoge a un perro herido en el bosque y cuando lo llevan al veterinario este les advierte que lo que tienen en sus manos no es un perro sino un lobo y que por ningún motivo deben meterlo a su casa. La familia, encariñada con el can, decide buscar una segunda opinión, y el siguiente veterinario les dice que su colega es un apocalíptico exagerado que les mintió porque no quiere perder sus privilegios, y que en realidad el animal es un perrito callejero bonachón que va a transformar sus existencias para bien. Unos meses después, ya recuperado de sus heridas, el lobo le arranca una pierna al padre de familia y desfigura a uno de los niños en un ataque feroz. El primer veterinario vuelve a suplicarle a la familia que se deshaga de la bestia salvaje (mientras en su mente exclama exasperado: “¡No podía saberse!”), pero el segundo, ebrio de arrogancia y decidido a no reconocer su error jamás, insiste en que no pasa nada, que el perrito lo hizo sin querer, tratando de darle un besito al niño. La familia, confundida, decide (un seis de junio) poner una puerta de acero en el cuarto del bebé para que el lobo no pueda devorarlo. Pero el resto de los miembros siguen a merced de la bestia y es muy probable que en los próximos tres años la familia entera sea devorada.

De ese tamaño fue el error de los intelectuales obradoristas. Pero lo más grave, lo verdaderamente obsceno, es que aún hoy se nieguen a reconocerlo e insistan, contra viento y marea, en defender lo indefendible. Su férreo compromiso con el lobo macuspano y su complicidad con la destrucción del país roza la negligencia criminal. Un veterinario incapaz de  distinguir a una bestia salvaje de un perrito inofensivo perdería su licencia y no volvería a ejercer jamás. Pero nuestros intelectuales tiranófilos confían ciegamente en la amnesia del pueblo mexicano y saben muy bien que seguirán publicando en diarios de circulación nacional y que jamás perderán sus espacios en medios masivos, ni sus cubículos dorados en la academia. No tienen “skin in the game”, como diría Taleb, pues pertenecen a una casta ultraprivilegiada supuestamente dedicada a combatir los privilegios ajenos.

Yo, por lo pronto, me comprometo a restregarles en la cara el bochornoso papel que jugaron en esta hora aciaga para la República, hasta el último día de mi vida. E invito a todos los mexicanos de bien a no olvidar jamás.

Toda mi solidaridad con los científicos perseguidos…

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Los submarinos de la discordia https://www.juristasunam.com/los-submarinos-de-la-discordia-2/26389?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=los-submarinos-de-la-discordia-2 https://www.juristasunam.com/los-submarinos-de-la-discordia-2/26389#respond Fri, 24 Sep 2021 15:00:54 +0000 http://www.juristasunam.com/?p=26389

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Por Oscar Gastélum 

La semana pasada el presidente Joe Biden, flanqueado por los primeros ministros de Australia y Reino Unido, anunció la creación del AUKUS un nuevo pacto de seguridad con el que Estados Unidos planea contener a China en el Indo-Pacífico. Como parte del acuerdo, Australia se comprometió a adquirir ocho submarinos nucleares y Estados Unidos compartirá tecnología avanzada con sus aliados, incluyendo innovaciones en los campos de la Inteligencia Artificial y la computación cuántica. Esta alianza anglosajona es una excelente noticia para quienes deseamos que el mundo democrático frene el avance militar, económico y cultural de la autocracia asiática. Pero desgraciadamente no se tejió con el cuidado que amerita un tratado de esa magnitud, pues ninguno de los países involucrados se tomó la molestia de informarle a Francia lo que estaba sucediendo. Y esta no fue una omisión menor, pues los franceses ya habían firmado un pacto de seguridad con Australia desde 2016, e incluía precisamente la venta de una docena de submarinos. Estamos hablando de meses y meses de negociaciones conducidas a espaldas de una nación aliada de los tres participantes.

Mucha gente no entiende la consternación que este anuncio provocó en Francia, y considera que la reacción del gobierno galo, que incluyó llamar a consultas a sus embajadores en Washington y Canberra (a Reino Unido prefirieron castigarlo con el látigo de la indiferencia y el ninguneo), es un berrinche totalmente desproporcionado ante la pérdida de un contrato militar, por más jugoso que este haya sido. A final de cuentas: «business is business». Pero es obvio que un país tan sofisticado diplomáticamente como Francia no reacciona con berrinches irracionales. Y quien analice a profundidad los sucesos de los últimos días y los últimos años entenderá que la furia francesa está plenamente justificada. Para empezar, hay mucha desinformación respecto a la razón por la que los australianos cancelaron el contrato. El pretexto que más he escuchado en estos días es que los submarinos franceses eran de diésel y no de propulsión nuclear como los norteamericanos, además de que el costo se había inflado considerablemente y el proyecto había sufrido retrasos. 

Para pulverizar la primera excusa basta con aclarar que fue Australia la que pidió submarinos convencionales por cuestiones de política interna y proliferación nuclear. Francia tiene una nueva generación de submarinos nucleares que pudo haberle vendido a los australianos sin ningún problema. En segundo lugar, es muy común que los grandes contratos militares sufran retrasos y que sus presupuestos iniciales terminen incrementándose considerablemente (habría que preguntarle a los norteamericanos por el F-35, un proyecto pesadillesco en el que, por cierto, también está involucrada Australia). Y resulta totalmente inverosímil que los australianos hayan traicionado a sus socios franceses por prisa, pues Francia iba a entregarle las primeras embarcaciones en 2030, mientras que Estados Unidos se tardará, por lo menos, diez años más, así que en el mejor de los casos, Australia recibirá su primer submarino nuclear en 2040. La cruda realidad es que lo que el mundo acaba de atestiguar fue un despliegue despiadado de fuerza bruta norteamericana. Podría decirse que Estados Unidos le ordenó a Australia saltar y lo único que esta pudo responder fue: “qué tan alto”. Y aunque esto que voy a decir lastime el orgullo francés, hay que reconocer que aunque haya incluido altas dosis de pusilanimidad y duplicidad, la decisión de los australianos también fue perfectamente racional, pues lo que consiguieron fue quedar protegidos bajo el paraguas militar norteamericano frente a una China cada día más hostil. Y eso les permitirá dormir más tranquilos aunque los dichosos submarinos les lleguen en 2060.

Por el lado francés, hay que entender que no sólo estamos hablando de un colosal contrato militar de casi sesenta mil millones de euros, sino que el pacto franco-australiano era también la columna vertebral de su estrategia geopolítica en el Indo-Pacífico. Y aquí vale la pena recordar que además de ser una potencia nuclear con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y de que cuenta con el ejército más poderoso de Europa, Francia es también una potencia en el Indo-Pacífico, una zona en la que posee varios territorios, habitados por más de dos millones y medio de ciudadanos franceses, y en la que tiene desplegadas a más de 7000 tropas. Durante los cuatro largos años de caos y aislacionismo trumpista, la Francia de Macron se movió hábil y agresivamente en la región, forjando acuerdos con la India, Japón y con la traicionera Australia. Así pues, mientras Estados Unidos sufría un colapso nervioso, Macron y los estrategas franceses pusieron las bases de una amplia alianza democrática en esa zona del mundo con el fin de contener a China, sí, pero también para asegurarse un lugar protagónico en el orden global emergente. Desde el punto de vista francés, lo peor que podría suceder es que el mundo entrara en una nueva Guerra Fría con dos colosos enfrentados y rodeados de satélites impotentes y serviles. Eso no quiere decir que los franceses tracen una falsa equivalencia entre China y Estados Unidos , a la primera la consideran un rival con el que hay que cooperar en ciertos temas como el cambio climático, y al segundo lo ven como su aliado natural. Pero no quieren terminar jugando un rol de vasallos, sino que aspiran a tener su propia voz en un mundo verdaderamente multipolar.

Es por eso que el presidente francés, desde el ya legendario discurso que pronunció en la Sorbonne, ha insistido tanto en promover la famosa “autonomía estratégica”, arguyendo que Europa debe dejar de depender militarmente de EEUU e invertir en un su propia defensa, para que pueda jugar un rol geopolítico a la altura de su poderío económico. La pesadilla trumpista le dio muchísima fuerza a esa idea pues le demostró al reumático establishment europeo que la polarización política al interior de Estados Unidos representa un altísimo riesgo para la alianza transatlántica. Y es que nadie puede garantizar que el coloso norteamericano no volverá a caer en el manicomio, pues unos cuantos miles de votantes en alguna zona rural de Wisconsin o Pensilvania pueden volver a inclinar el Colegio Electoral a favor de Trump o de algún otro demagogo demente que no entienda la utilidad de la OTAN y de otras alianzas estratégicas. Los australianos, por cierto, tendrán que vivir rezando por que esa pesadilla no se haga realidad, sobre todo ahora que dejaron a Francia plantada en el altar.

¿En qué desembocará entonces este polémico sainete? Mientras escribía estas líneas se anunció que Biden y Macron finalmente habían hablado por teléfono y ambos gobiernos publicaron un comunicado conjunto plagado de jerga diplomática y lugares comunes, quizá lo más relevante fue el anuncio de que el embajador francés regresará a Washington la próxima semana y de que ambos líderes se verán cara a cara a finales de octubre. En mi opinión, Francia será inclemente con Australia y seguramente boicoteará el acuerdo comercial que los «aussies» ha negociado con la Unión Europea durante años. Y estoy completamente seguro de que Macron le venderá muy cara la reconciliación a Biden. Entre otras razones porque este escándalo lo sorprendió en plena temporada electoral, y al pueblo francés no le gusta ser humillado por nadie y mucho menos por Estados Unidos. El presidente norteamericano debe entender que su homólogo francés pertenece a una nueva generación de líderes galos amigables con Estados Unidos y abiertos al mundo (el hecho de que Macron hable un inglés impecable es insólito en un presidente de Francia). Así pues, lo que menos le conviene a los norteamericanos es debilitar a Macron pues eso podría empoderar a las fuerzas antiamericanas y prorrusas que siguen teniendo mucha influencia en el establishment político francés, y no sólo en la ultraderecha lepenista. 

Pero si Biden logra resolver el diferendo con Francia, redondeará un magistral golpe geopolítico, poniendo en ridículo a quienes creían que el final de la guerra en Afganistán marcaba el retiro de Estados Unidos del escenario internacional y que era una prueba más de su irreversible decadencia. Con AUKUS el coloso norteamericano le está diciendo al mundo que sigue siendo el macho alfa de la manada y que no tiene ninguna intención de cederle su lugar a los chinos.

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Mere anarchy is loosed upon the world,

The blood-dimmed tide is loosed, and everywhere

The ceremony of innocence is drowned;

The best lack all conviction, while the worst

Are full of passionate intensity.

William Butler Yeats


Por Oscar Gastélum

Los senadores del Partido Acción Nacional que cometieron la imbecilidad de recibir a un par de representantes de un partiducho neofascista español, para posar sonrientes junto a ellos y firmar una carta plagada de obviedades y anacronismos, le adelantaron su Navidad al régimen obradorista y a sus propagandistas, quienes siempre han tratado de caricaturizar a la oposición presentándola como un grupúsculo ultrareaccionario y apátrida, dispuesto a ofrecerle la corona de Méjico al primer extranjero que se les cruce en el camino. Pero lo más grave es que dañaron los esfuerzos que el propio PAN ha hecho durante décadas por alejarse de su tenebroso pasado, y terminar de consolidarse como un partido de centroderecha, democrático y moderno, más cercano a la democracia cristiana de Angela Merkel que al populismo fascista que se ha extendido por el mundo en los últimos años.

Y que quede muy claro, nadie le está exigiendo al PAN que se transforme en algo que no es, un partido de izquierda o progresista, sino simplemente que respete su propia evolución histórica rumbo al centro. Esa evolución que le permitió triunfar en dos elecciones presidenciales consecutivas y encabezar la transición democrática. Y hoy, cuando un demagogo demente y perverso está arrasando con el país y tratando de perpetuarse en el poder a través de una marioneta, es más importante que nunca que el PAN no se desvíe de ese camino. Es en esta hora aciaga para la República cuando Acción Nacional debe actuar con mayor madurez y generosidad, abriéndole sus puertas a todos los demócratas decentes del país, sean de derecha o de izquierda.

Hay quienes argumentan que para derrotar al lopezobradorismo el PAN debe radicalizarse. No podría estar más en desacuerdo. Para empezar, es una pésima estrategia, todos los movimientos que han logrado derrotar al populismo en los últimos años lo han hecho formando coaliciones amplias desde el centro. Concedo que frente a un enemigo tan peligroso, dañino y desleal a la democracia liberal como el obradorismo, se vale polarizar y apelar a la pasión política más intensa de nuestra era: el “negative partisanship” (esa que lleva a los electores a votar en contra y no a favor de algo). Pero el contraste que debemos plantear es entre la razón y la locura, la decencia y la vileza criminal, la ciencia y el primitivismo oscurantista, la democracia y el autoritarismo, el liberalismo y el populismo, el futuro y el pasado, y no entre la ultraderecha y la ultraizquierda. Y más allá de lo estratégico, aferrarse al centro debe ser una cuestión de principios. Porque la gran coalición ciudadana que intente destronar a esta secta criminal en 2024 debe tener como principal objetivo restaurar nuestra democracia, no reemplazar a un régimen esperpéntico por algo igual o peor. Si permitimos que esa gentuza nos envilezca y nos rebaje a su nivel, habremos perdido mucho más que una elección.

Pero afortunadamente las voces que llaman a la radicalización siguen siendo minoritarias y marginales. Ha sido bastante grato descubrir que México tiene anticuerpos muy fuertes en contra del virus fascista. Nuestras élites políticas, mediáticas e intelectuales, así como la clase media ilustrada que frecuenta Twitter, condenaron el encuentro entre los senadores y los embajadores del neofranquismo de manera prácticamente unánime. Y el hecho de que las figuras más importantes dentro del propio panismo se hayan desmarcado inmediatamente de los subnormales que organizaron el encuentro, honra al partido y confirma su talante y compromiso democrático. Habrá quien piense que en esta era de masas rabiosas el “círculo rojo” es irrelevante, pero, créanme, Obrador jamás habría logrado amasar tantísimo poder si las élites mediáticas, académicas e intelectuales hubieran cumplido con su deber de guardianes de la democracia, y si la clase media no se hubiera dejado engañar por su peor enemigo. Ojalá que algún día el sistema inmunológico de la República desarrolle defensas igual de efectivas en contra del populismo bananero. Y que nuestras élites vean a los demagogos y tiranos de izquierda con el mismo asco y recelo con el que ven a los de derecha.

Insisto en que la respuesta del PAN frente a este bochornoso incidente (desde sus expresidentes hasta sus militantes más jóvenes lo condenaron inmediata y tajantemente) fue la correcta. Pero ni los panistas ni los ciudadanos comprometidos deben bajar la guardia frente al grupúsculo de ultraderecha que operó la visita de los fascistas españoles y que sigue infiltrado en las entrañas del partido. Pues es gente que desprecia profundamente la democracia liberal y que sueña con establecer una sucursal mexicana del neofascismo global al que tanto admiran. Los conozco mejor de lo que quisiera y sé que suspiran por un Pinochet o un Franco mexicano, y que sus héroes y modelos a seguir son Matteo Salvini, Viktor Orbán, Marine Le Pen, Jair Bolsonaro y Donald Trump. Asomarse a sus cuentas de Twitter es como echarse un clavado en una letrina de ignorancia, imbecilidad, fanatismo y odio. Sus “ideas” son tan rancias y extremas que parecen una mala parodia. Y su nivel intelectual es tan paupérrimo que debería alcanzarles apenas para fundar un partido sinarquista en Pénjamo, no para susurrarle al oído al líder de los senadores del partido de oposición más importante del país. Julen Rementería debería perder su puesto como coordinador por haberse dejado embaucar por semejantes enanos. Pero a pesar de sus múltiples carencias, el peor error que podríamos cometer al enfrentar a esta gente es subestimarlos, pues en esta caótica era hasta el bufón más impresentable puede acceder al poder, y el hecho de que sean tan patéticos y ridículos no los hace menos peligrosos.

Hay quienes creen que catalogar como fascistas a Vox y a los trumpistas de tinaco es una exageración. Pero jamás he usado esa palabra a la ligera, y mucho menos ahora que he tenido que soportar que los zombis obradoristas me llamen “facho” a la menor provocación. Pero cualquier persona que haya estudiado este fenómeno sabe perfectamente que la nueva ultraderecha abreva de los mismos pozos envenenados que sus antepasados. Y que, al igual que sus abuelos fascistas, utiliza el miedo al cambio y el odio a la diferencia para atizar las pulsiones más bajas y peligrosas entre las masas ignorantes. Obviamente ya no vivimos en los años treinta del siglo XX y los neofascistas han tenido que adaptarse a los nuevos tiempos. Por eso tuvieron que aprender a manejar las nuevas tecnologías con destreza y pulir su discurso, maquillando sus impulsos antidemocráticos e iliberales y reemplazando el racismo y el antisemitismo explícitos con guiños y alusiones apenas veladas que sus simpatizantes descifran fácilmente. Los nuevos camisas pardas no marchan por las calles golpeando a sus rivales, sino que pululan en las redes sociales donde usan el anonimato para intimidar y vomitar odio, envenenando el discurso público. Y los ideólogos del neofascismo lo han dejado clarísimo una y otra vez: su estrategia es presentar un rostro más o menos respetable que les permita infiltrarse por la vía electoral en las instituciones de la democracia liberal para socavarla desde dentro e ir normalizando poco a poco sus repelentes ideas. Santiago Abascal es un ejemplar perfecto de ese fascismo perfumado, acicalado y fotogénico que abraza la democracia para mejor apuñalarla.

Por último, habría que recordarle al régimen obradorista y a sus lacayos intelectuales que no tienen ni una pizca de autoridad moral para criticar o burlarse de la costosa pifia panista. Pues no sólo se han dedicado a cobijar a regímenes de «izquierda» inhumanos e impresentables, como la dictadura castrista y la narco tiranía venezolana, que han esclavizado y reprimido a sus pueblos durante décadas. Sino que además han cultivado relaciones insólitamente cordiales con las fuerzas más reaccionarias de México y el mundo. ¿O ya se les olvidó que la bestia bananera fue el candidato presidencial de la ultraderecha evangélica en 2018? ¿O que ya en el poder forjó una abyecta alianza populista con Donald Trump, un personaje infinitamente más nocivo que Abascal, y el peor enemigo externo que ha tenido México en décadas? Sí, tomarse una foto con un politicastro de ultraderecha con delirios “iberosféricos” fue un error garrafal, pero convertir a 27,000 miembros de la Guardia Nacional en una división tropical de la migra y torturar migrantes centroamericanos para complacer a un demagogo fascista, racista y antimexicano, y luego viajar hasta Washington en plena campaña presidencial para pulirle las gónadas naranjas a lengüetazos en un intento desesperado por reelegirlo, es una vileza tan grande que roza la traición a la patria.

El PAN reconoció honorablemente su error y de inmediato se disculpó con los mexicanos. Eso es lo que distingue a una institución democrática, plural y moderna de una secta criminal como la obradorista. Sigamos vigilando, criticando y exigiéndole a la oposición, pues tenemos menos de tres años para recuperar nuestro país o perderlo para siempre…

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In the councils of government, we must guard against the acquisition of unwarranted influence, whether sought or unsought, by the military-industrial complex. The potential for the disastrous rise of misplaced power exists and will persist. We must never let the weight of this combination endanger our liberties or democratic processes.

Dwight D. Eisenhower


Por Oscar E. Gastélum

Empecemos por lo más importante: Los trece soldados norteamericanos que perdieron la vida en el diabólico ataque terrorista orquestado por “ISIS K” en el aeropuerto de Kabul la semana pasada son héroes en toda la extensión de la palabra, pues cayeron en la línea del deber cumpliendo una misión insólitamente noble y peligrosa. Durante dos semanas expusieron sus vidas tratando de salvar a miles de civiles afganos que se agolpaban desesperados a las afueras del aeropuerto tratando de huir del infierno. Y gracias a su sacrificio, decenas de miles de seres humanos (hombres, mujeres y niños) podrán rehacer sus vidas lejos del Talibán y de su barbarie vesánica. Ese jueves infausto, al recibir la noticia del atentado, dos cosas me vinieron instantáneamente a la mente. La primera fue la imagen, publicada por la prensa internacional unos días antes, de dos mujeres marines arrullando en sus brazos a un par de bebés afganos. La segunda fue la famosa frase que John Kerry pronunció frente al Senado de EEUU al volver de Vietnam:

“How do you ask a man to be the last man to die in Vietnam? How do you ask a man to be the last man to die for a mistake?”

En una de esas macabras coincidencias que tiene la vida, con el paso de los días se confirmó que una de las últimas guerreras que cayó en Afganistán, una de las últimas en morir por ese gigantesco error, fue precisamente la sargento Nicole Gee, aquella marine que había sido captada acunando afectuosamente a un bebé afgano. Que su memoria, y la del resto de sus compañeros caídos, sea una bendición para sus seres queridos y para las miles de personas a las que lograron evacuar.

Escribo estas líneas unos momentos después de que se anunciara que las últimas tropas norteamericanas finalmente abandonaron Kabul, poniéndole punto final a la guerra más larga en la historia de Estados Unidos. Y sigo sin tener la menor duda de que Biden tomó la decisión correcta. Antes que nada, la retirada fue un mensaje para el pueblo norteamericano, que llevaba años esperando este momento, y lo mejor que puede hacer un líder liberal en esta era de populismo rabioso es demostrarle a sus ciudadanos, con hechos, que los escucha. Pero esta decisión no sólo tiene como objetivo resanar el tejido social norteamericano sino también mejorar la posición geoestratégica del país. Sí, ya sé que China y Rusia se dieron un banquete propagandístico con el caos de las últimas semanas, pero su schadenfreude  es pírrica, pues lo que de verdad les hubiera convenido es que Estados Unidos siguiera atascado en Afganistán, desperdiciando energía, dinero, vidas y cohesión social, en una misión sisifea, en un rincón del mundo en el que no tiene ningún interés vital. Porque ellos saben mejor que nadie que esta retirada es parte de un profundo cambio de paradigma geopolítico. Medio Oriente ha pasado a segundo plano frente al ascenso de China y por eso Biden y su equipo han decidido concentrar su atención en el Indo-Pacífico. No es una casualidad que mientras Kabul caía en manos del Talibán y el presidente trataba de lidiar con la tormenta mediática doméstica, la vicepresidenta Kamala Harris estuviera de gira por el sureste asiático, tratando de cementar, oh ironía, una alianza con Vietnam para enfrentar a China.

Otra gran ventaja de la retirada es que Estados Unidos finalmente podrá reevaluar su enfermiza «alianza” con el inmundo régimen pakistaní. Si alguien quiere llegar a entender la enloquecedora irracionalidad de la guerra que acaba de terminar, debe empezar por indagar en esa relación sadomasoquista. Estados Unidos dependía totalmente del espacio aéreo de Pakistán para abastecer a sus tropas, así que durante todos estos años lubricó al único régimen islámico que posee un arsenal nuclear con cientos de millones de dólares en asistencia militar. Pero no me sorprendería que una parte nada despreciable de ese dinero hubiera acabado en manos del Talibán, pues esa pandilla de terroristas, asesinos y fanáticos medievales es una creación de los servicios de inteligencia pakistaníes, quienes jamás han dejado de financiarlos ni de brindarle santuario a sus líderes. Sí, sin el apoyo de Pakistán, el Talibán no habría podido resistir pacientemente durante dos largas décadas. Y por si eso fuera poco, no debemos olvidar que cuando Estados Unidos finalmente logró localizar a Osama bin Laden, más de una década después de iniciar la ocupación de Afganistán, no lo encontró enclaustrado en una cueva remota sino cómodamente alojado en una fortaleza en Pakistán, que además estaba ubicada a unos cuantos metros de la academia militar más importante del país. Con amigos como esos…

En el texto que publiqué hace unos días (y que usted puede leer aquí) aventuré que Biden no pagaría un precio político por atreverse a tomar una decisión delicada y riesgosa pero acertada y apoyada por la inmensa mayoría de los norteamericanos. Hoy sigo pensando más o menos lo mismo, a pesar de que la popularidad del presidente cayó en picada en las últimas semanas arrastrada por la infame cobertura de unos medios masivos que se dedicaron a darle reflectores y micrófonos a los arquitectos y promotores de la guerra, esos que se han equivocado en todo durante los últimos veinte años y que son los verdaderos responsables de este colosal fracaso. Los que gastaron ochenta mil millones de dólares en un ejército fantasmagórico. Los que llenaron de dólares los bolsillos de una clase política afgana ultracorrupta y despreciada por su pueblo. Los que encubrieron a los comandantes afganos que usaban a niños como esclavos sexuales. Sí, ha sido terriblemente decepcionante y repulsivo ver desfilar por todos los canales de televisión una y otra vez a Petraeus, a Crocker, a Karl Rove, al cínico miserable de H.R. McMaster y a tantos otros (hasta Henry Kissinger publicó una columna criticando a Biden. Henry FUCKING Kissinger), sin que sus aliados y voceros en los medios los tocaran con el pétalo de una pregunta incómoda o les recordaran su inmensa responsabilidad en este fiasco. Y es que Biden cometió un pecado imperdonable, se atrevió a desafiar a lo que aquel jipi pacifista llamado Dwight Eisenhower bautizó como: el complejo militar industrial. Pues la retirada no sólo humilló a los halcones y a sus propagandistas mediáticos exhibiendo el colosal fraude que encabezaron y promovieron durante dos décadas, un espejismo obsceno que le costó la friolera de dos trillones anglosajones de dólares a los contribuyentes norteamericanos, sino que además le cerró la llave al negociazo multibillonario que fue la ocupación. Por eso Biden tenía que pagar un precio muy alto por su osadía, para que los presidentes del futuro lo piensen dos veces antes de volver a meterse con los señores de la guerra.

Pero, como dije antes, creo que Biden va a recuperarse de esta crisis y que el pueblo norteamericano terminará aprobando el resultado final. Porque además la operación acabó siendo un éxito. Sí, las primeras horas fueron caóticas pues nadie esperaba que el gobierno y el ejército afganos se desmoronaran tan rápido. Pero después de la confusión inicial, la administración, las fuerzas armadas y sus aliados ejecutaron la mayor evacuación en la historia de Estados Unidos, una auténtica proeza logística que puso a salvo a más de 130,000 personas, la inmensa mayoría de las cuales son afganos que corrían peligro por haber trabajado para las fuerzas de ocupación. El éxito terminó siendo tan rotundo que hasta los medios tuvieron que reconocerlo. La corresponsal de CNN Clarissa Ward, por ejemplo, que había afirmado que evacuar a 50,000 personas sería un éxito pero que era poco menos que imposible lograrlo, tuvo que tragarse al aire sus sombrías predicciones y reconocer que: “it’s obvious that the Biden administration has made the best of a desperately-bad situation».

El futuro de Biden, de su partido y de la democracia norteamericana dependerá de muchísimos factores, principalmente del éxito de su plan de infraestructura y del presupuesto de tres y medio trillones anglosajones de dólares con el que tratará de transformar la economía norteamericana. Y no debemos olvidar que los republicanos podrían ganar las elecciones intermedias a base de puro gerrymandering, ni que tienen una ventaja de casi seis puntos en el colegio electoral y en el senado gracias a la polarización por nivel educativo. El panorama sigue siendo sombrío y la tarea por delante titánica. Pero creo que ponerle fin al atolladero afgano fue un acierto histórico que terminará fortaleciendo al país tanto a nivel interno como externo. El tiempo se encargará de desmentir o de reivindicar este análisis…

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“The original sin of citizenship is our cognitive fallibility; namely, limitations in knowledge and motivation.”

Bruce Cain


Por Oscar E. Gastélum

Hace un par de años The Atlantic publicó un ensayo de Jonathan Rauch y Jay La Raja titulado: Too much democracy is bad for democracy. En el texto, los autores reivindicaban la democracia representativa y alertaban sobre los peligros del directismo y sus herramientas: referéndums, consultas revocatorias, elecciones primarias, etc. Ese texto me llevó al libro “Democracy More or Less” del politólogo Bruce Cain quien, basado en toneladas de evidencia, argumenta que los promotores de la democracia directa parten de una idea errada, que idealiza ingenuamente al ciudadano promedio atribuyéndole un interés en la política y los asuntos públicos totalmente desconectados de la realidad. Pues en la vida real, a la inmensa mayoría de la gente no le interesa en lo más mínimo involucrarse en las minucias de la administración pública o en las grillas internas de los partidos, ni tiene tiempo y en ocasiones tampoco la preparación necesaria, para hacerlo. Esto garantiza que esos mecanismos que supuestamente existen para involucrar a la ciudadanía y abrirle espacios de participación, casi siempre terminen secuestrados por poderes fácticos, demagogos sin escrúpulos o por los sectores más radicales de la sociedad.

No es casual que la pesadillesca era populista que padecemos esté siendo tan fecunda en ejercicios de este tipo, ni que casi todos hayan desembocado en resultados funestos para la salud democrática de los países que los han implementado. El ejemplo más obvio es Brexit, un referéndum en el que una mayoría simple tomó una decisión desastrosa frente a un tema enloquecedoramente complejo, y el resultado sumió a Reino Unido en una crisis política, económica y social que se prolongará décadas, y que ya tuvo consecuencias sísmicas para la Unión Europea y el resto del mundo. Del otro lado del Atlántico, el triunfo de Trump en Estados Unidos habría sido imposible si las elecciones primarias no existieran, o si dichas elecciones contaran con filtros y candados lo suficientemente fuertes como para cerrarle el paso a demagogos malignos. Y el problema no terminó en 2016, pues incluso hoy, después del ataque contra el Capitolio que exhibió más allá de cualquier duda la esencia fascista del trumpismo, el establishment republicano sigue siendo rehén de las hordas extremistas que amenazan con someter a sus representantes populares a elecciones primarias para reemplazarlos con candidatos QAnon si se atreven a criticar o desobedecer al líder naranja. Y, para no ir más lejos, en México la “consulta popular” que la bestia tabasqueña organizó para cancelar el aeropuerto de Texcoco hundió al país en una recesión económica mucho antes de la pandemia y provocó un quebranto patrimonial que debería llevarlo a la cárcel.

Toda esta introducción es para poner en contexto lo que sucederá a mediados de septiembre en California, cuando su gobernador Gavin Newsom sea sometido a un referéndum revocatorio, un ejercicio alucinantemente antidemocrático que podría tener consecuencias catastróficas no sólo para el estado sino para el país entero. Empecemos por recordar que Newsom fue electo hace apenas un par de años en una contienda en la que pulverizó a su contrincante republicano obteniendo el 62% de los votos. Sin embargo, para activar la revocación, sus detractores sólo necesitaron recabar un número de firmas equivalente al 12% de los votantes que participaron en dicha elección. Así pues, gracias a las demenciales reglas del referéndum, ese raquítico 12% logró poner en jaque a un gobernador que fue electo por la abrumadora mayoría de los votantes y que tiene una popularidad de 57%. Pero eso no es todo, en la boleta los electores se toparán con dos preguntas: La primera es si Newsom debe ser removido de su cargo. En la segunda deben escoger a su sucesor entre una lista de casi cincuenta candidatos, la mayoría de los cuales  encajarían perfectamente en un freak show pero no tienen absolutamente nada que hacer gobernando un estado de 45 millones de habitantes y que es la quinta economía mundial. 

Si el lector cree que exagero baste decir que esa baraja de fenómenos incluye a un youtuber que prometió solucionar el problema de desabasto de agua conectando el estado al río Mississippi (en serio). A un empresario que ha hecho campaña acompañado de un oso Kodiak. A la celebridad de reality  Caitlyn Jenner que prometió, wait for it: construir un muro en la frontera. A un personaje llamado “Angelyne”, que es algo así como la versión local de Irma Serrano o Lyn May (por favor, por su bien, no la googleen). Y al hombre que lidera las encuestas: Larry Elder un presentador radiofónico ultraconservador que venera a Donald Trump. El proceso está diseñado con tal desprecio por la voluntad de la mayoría, que cualquiera de esos bufones puede desbancar a Newsom con una mayoría relativa de sufragios. Elder, por ejemplo, es el puntero con menos del 20% de las preferencias y con eso le bastaría para “ganar”. Es decir: Newsom podría llegar a perder la primera pregunta recibiendo el 49.9% de los votos y sería removido del cargo aunque su reemplazo ganara menos del 20% en la segunda. En ese nada improbable escenario, Newsom “perdería” obteniendo casi el triple de sufragios que el “ganador”. Una locura absoluta que muy probablemente sea hasta inconstitucional pues viola el principio de que todos los votos valen lo mismo.

Recapitulando: el gobernador de California que fue elegido por el 62% de los votantes está al borde de la defenestración gracias a un referéndum revocatorio detonado por las firmas de un puñado de detractores, y podría perder dicho proceso a pesar de recibir el triple de votos que el payaso que lo reemplace. Y así, un estado progresista y liberal como California, en el que dos tercios del electorado se identifica como demócrata, caería en las garras de un bufón trumpista, antivacunas, anticubrebocas, antiaborto y que cree que el cambio climático es un mito. Y las consecuencias no acaban ahí. Pues hay que recordar que la senadora de California, Diane Feinstein, tiene 88 años, y si algo llegara a pasarle el gobernador Larry Elder elegiría a su sucesor entregándole el control del senado a los republicanos. Peor aún: el juez Stephen Breyer, uno de los tres liberales que quedan en la Corte Suprema, tiene 82 años, si muriera y los demócratas perdieran el control del Senado, Biden no podría reemplazarlo pues Mitch McConnell se lo impediría.

Aquí es donde el lector seguramente se preguntará: Si Newsom es un gobernador popular que arrasó en su elección y la inmensa mayoría de los californianos simpatiza con el partido demócrata, ¿no debería ganar fácilmente esta farsa? Esa es la trampa detrás de este tipo de ejercicios: atraen a los extremistas como la miel a las moscas, pero en la gente común solo despiertan desinterés, indiferencia y tedio. Los enemigos de Newsom lo detestan fervientemente a él y todo lo que representa, están motivados y eufóricos, saben que esta es su única oportunidad para llevar a un devoto de Trump al gobierno de California. Mientras que el elector promedio está confiado o distraído. ¿Cuántos estarán siguiendo de cerca las encuestas? ¿Cuántos preferirán quedarse en casa y no irán a votar pensando que un republicano jamás podría ganar en California y que el resultado está en la bolsa? Sí, en teoría el gobernador debería ganar fácilmente, pero todas las encuestas coinciden en que el referéndum será un volado. Y esa paradoja no debería extrañarnos, porque estoy seguro de que la inmensa mayoría de los mexicanos estaba en contra de cancelar el aeropuerto de Texcoco pero el día de la consulta solamente los acarreados y los fieles de la bestia bananera fueron a votar y ya sabemos cómo acabó esa desgracia. Algo muy parecido podría pasar el próximo 14 de septiembre, y el estado más importante de la unión caería en las garras de la secta trumpista.

California tiene problemas muy serios y complejos sin resolver, entre ellos una crisis de vivienda que ha arrojado a miles de indigentes a las calles de las principales ciudades del estado. Y Newsom no es perfecto, a pesar de que manejó la pandemia mejor que muchos otros gobernadores, en pleno confinamiento fue sorprendido cenando en un exclusivo restaurante francés en Napa Valley violando varias de las normas de distanciamiento social que él mismo le había impuesto al resto de los ciudadanos. Si los californianos quieren castigar ese u otros errores de su gobernador, podrán hacerlo en la elección normal del próximo año reemplazándolo por un político que comparta los valores de la mayoría. Por el bien de California y de la democracia norteamericana, Newsom debe sobrevivir este atentado antidemocrático y enfrentar a los votantes en 2022. Y los mexicanos deberíamos de seguir muy de cerca el sainete de nuestros vecinos y tomar nota para no caer en la trampa que la bestia macuspana nos está tendiendo con su propia revocación de mandato.

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“If we are to have another contest in the near future of our national existence, I predict that the dividing line will not be Mason and Dixon’s but between patriotism and intelligence on the one side, and superstition, ambition and ignorance on the other.” — Ulysses S. Grant Por Oscar E. Gastélum El fin de […]]]>

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“If we are to have another contest in the near future of our national existence, I predict that the dividing line will not be Mason and Dixon’s but between patriotism and intelligence on the one side, and superstition, ambition and ignorance on the other.”

— Ulysses S. Grant

Por Oscar E. Gastélum

El fin de semana pasado el mundo entero atestiguó, horrorizado y pasmado, cómo colapsaba Afganistán en tiempo real, ante el avance imparable de esa maquinaria de salvajismo islamista que es el Talibán, y la desesperada huida de miles de afganos que ansiaban seguir viviendo en libertad. Entre tantas alucinantes imágenes que fueron captadas en esas horas infaustas, quizá ninguna sea más simbólica que la del helicóptero militar que sobrevoló el techo de la embajada norteamericana, al más puro estilo Saigón. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Es Biden el responsable de la debacle? ¿Es esta la confirmación definitiva de la tan cacareada decadencia del imperio norteamericano?

Para responder la primera pregunta es indispensable reconocer que habitamos un mundo trágicamente moldeado por las terribles decisiones que tomó la administración de George W. Bush tras los ataques terroristas del once de septiembre de 2001. Y aunque la invasión de Afganistán cumplió muy pronto su primer objetivo: erradicar a los grupos terroristas que encontraron asilo en su territorio, inmediatamente pasó a segundo plano y fue descuidada por un gobierno que concentró toda su atención en Irak. A partir de entonces el propósito de la presencia norteamericana en ese cementerio de imperios se volvió vaporoso y ambiguo. ¿Se trataba acaso de garantizar que las niñas afganas fueran a la escuela? ¿De construir una democracia madisoniana en un país medieval? ¿De fundar un Estado weberiano para unificar a un puñado de tribus enfrentadas entre sí? ¿De capacitar a un ejército afgano capaz de contener indefinidamente al Talibán? Todo dependía de quién respondiera la pregunta.

Pero el paso de los años, la fuerte inversión económica y la pérdida de vidas humanas fueron creando una inercia casi imposible de romper, y que puede resumirse en un mantra: “No debemos abandonar el país sin cumplir nuestro (enigmático) objetivo o todo habrá sido en vano”. Obama coqueteó con la idea de la retirada desde 2009 pero el establishment militar lo convenció de quedarse y de incrementar considerablemente el número de tropas. Por cierto, entre los consejeros cercanos al entonces presidente ninguno insistió más en abandonar la aventura afgana antes de que fuera demasiado tarde que su vicepresidente, un tal Joe Biden. Durante la siguiente década el statu quo siguió petrificándose, al tiempo que amplias franjas del electorado norteamericano, golpeadas brutalmente por la crisis financiera de 2008, iban perdiendo la paciencia con las famosas “guerras eternas” y con la clase política que las respaldaba. Y no los culpo, pues aún hoy sigue siendo una tarea casi imposible explicarles por qué demonios su gobierno gastaba billones de dólares en países al otro lado del mundo, mientras sus comunidades se caían a pedazos, corroídas por la desindustrialización, una infraestructura en ruinas, un estado de bienestar endeble y una mortífera epidemia de opioides.

De ese peligroso caldo de cultivo emergió Donald Trump, quien desde un principio aderezó su populismo fascistoide con un discurso explícitamente racista, proteccionista en lo económico y geopolíticamente aislacionista. Sus rabiosas diatribas en contra de los “neocons” y de las élites probélicas arrancaban ovaciones tan enardecidas entre sus huestes como sus ataques contra los odiados inmigrantes, esos invasores de piel obscura que roban empleos y violan a “nuestras mujeres”. Los demagogos populistas suelen ser muy buenos para olfatear agravios y meter el dedo en la llaga de la indignación popular, pero son pésimos diseñando e implementando soluciones, y por eso siempre terminan empeorando todo lo que tocan (una triste pero incontrovertible verdad que los mexicanos han comprobado en los últimos tres años). Trump agravó la situación en Afganistán, y sembró las semillas del caos actual, firmando un abyecto tratado de paz con el Talibán en el que prácticamente les entregó el país en bandeja de plata, fijó la fecha en que EEUU debía retirar a todas sus tropas y como cereza en el pastel les regaló la liberación de 5000 de sus líderes, incluyendo a quien desde el domingo es el flamante “presidente” o “emir” del país.

Biden decidió honrar dicho tratado, en parte porque Trump y sus esbirros lo diseñaron como una trampa, y si no lo hubiera hecho habría tenido que prolongar la guerra, incrementar nuevamente el número de tropas y cargar con la muerte de más soldados norteamericanos en cuanto el Talibán reiniciara sus ataques. Pero sobre todo porque estaba convencido de que salir de Afganistán era lo mejor para su país, y la retirada había sido una obsesión suya desde hacía más de una década, cuando se la aconsejó vehementemente y sin éxito a Obama. En mi opinión Biden hizo lo correcto, y actuó como un verdadero estadista al tomar una decisión que sus predecesores evadieron una y otra vez por los altísimos riesgos que entrañaba. El problema es que la implementación de dicha decisión fue desastrosa y desembocó en el grotesco carnaval de los últimos días, y en una humillación para el presidente y para el país entero que el mundo no olvidará jamás. 

¿Es Joe Biden responsable de dicho fiasco? Como presidente de EEUU es imposible eximirlo de cierta responsabilidad, y lo que más podría reclamársele es el asunto de los intérpretes y aliados afganos a quienes tendría que haber evacuado con mucha anticipación y cuyo destino debe marcar su legado con una mancha indeleble. Pero a pesar de eso, yo no lo pondría en el top 1000 de los culpables del fracaso norteamericano en Afganistán. Porque lo que estamos viendo no es producto de malas decisiones tomadas en los últimos meses sino de dos décadas de hibris y autoengaño, aderezadas por el nihilismo de la breve pero destructiva era Trump. Durante casi veinte años el complejo militar industrial vivió en un mundo de fantasía y convenció a presidentes y legisladores de ambos partidos de que la “victoria” estaba a la vuelta de la esquina, y de que sólo necesitaban equis número de años y de tropas extras para lograr el misterioso “objetivo”. Biden llegó a la Casa Blanca más que preparado para ignorar los chantajes y las delirantes promesas de los generales, pero cometió el error de basar su estrategia de retirada en los ilusorios cálculos de esa misma gente: “Tenemos tiempo de sobra para sacar a nuestros ciudadanos y aliados locales. El ejército afgano va a combatir con gallardía y resistirá al menos 18 meses. Es imposible que el Talibán se apodere del país. Esto no será Saigón.” Etc.

Pero a pesar de haber sufrido esa humillación histórica, los eventos de las últimas horas han terminado por darle la razón al presidente Biden. Pues Estados Unidos gastó miles de millones de dólares en armar y entrenar a un ejército afgano de 300,000 elementos (sólo Dios sabe cuántos de esos soldados eran reales y cuántos fantasmas urdidos por la corrupción) que supuestamente frenaría al Talibán, pero que se rindió sin siquiera disparar frente a una pandilla de 75,000 guerreros salvajes y pobremente equipados. El relampagueante y patético colapso del gobierno y de las fuerzas de seguridad afganas exhibió como nunca antes el fracaso colosal de los arquitectos y los promotores de la guerra, esos que aún se atreven a firmar artículos de opinión y a aparecer en CNN criticando la retirada. Biden pudo haberles dado otros veinte años, tirar otro par de billones de dólares a la basura y sacrificar miles de vidas de jóvenes soldados norteamericanos, y nada habría mejorado. 

Lo que es indudable es que si Biden hubiera caído en la trampa de prolongar la guerra, Trump habría sido el gran ganador. Casi puedo oír sus gruñidos: “yo dejé todo preparado para el regreso de nuestras tropas, pero los Demócratas violaron mis tratados porque son halcones sedientos de sangre que quieren que nuestros hijos mueran en el desierto peleando guerras inútiles”. Desprecio con toda mi alma al aislacionismo norteamericano, de Lindbergh a Trump siempre tan emparentado con el fascismo, y estoy firmemente convencido de que el mundo necesita a un Estados Unidos fuerte e internacionalmente activo, pues en el balance final su influencia global es muy positiva (si lo dudan, pregúntenle su opinión a toda una generación de mujeres afganas que creció bajo la ocupación norteamericana). Y créanme,  me hubiera encantado que los soldados estadounidenses se quedaran para siempre en Afganistán y que llevaran a las niñas a la escuela, aunque el ejército afgano, y la policía afgana y el gobierno afgano fueran un espejismo obsceno y el Talibán controlara el 95% del territorio. 

Pero debemos ser realistas y reconocer que esas cosas no pasan ni en los cuentos de hadas, y que no sólo las hordas del energúmeno naranja se oponen visceralmente a las aventuras militares en países lejanos sino que el país entero sufre de fatiga bélica. Y si algo nos enseñó la pesadilla trumpista es que es muy peligroso ignorar el hartazgo de la gente. Obviamente lo ideal hubiera sido que la retirada se ejecutara limpia y eficientemente, pero creo que eso era casi imposible debido a la fantasiosa inteligencia que recibió el gobierno, y que cualquier otro gobierno hubiera recibido en el futuro: “no te preocupes, tenemos tiempo de sobra porque el ejército afgano que financiamos con dinero de los contribuyentes es una chulada que va a combatir feroz y honorablemente durante años.” Y como dice Fareed Zakaria: “quizá no hay manera de perder elegantemente una guerra”. Pero a pesar de esos desastrosos y caóticos días, y de la humillación imborrable, y de la despiadada, y en parte merecida, tunda que Biden está recibiendo en los medios, sospecho que, si la situación no se deteriora considerablemente,  la opinión del votante promedio sobre la retirada no va a cambiar (el 70% de la población apoya la decisión del presidente, incluyendo al 56% de los republicanos) y Biden no sólo saldrá ileso sino fortalecido políticamente frente a la secta fascista en que se ha transformado el Partido Republicano.

¿Estamos entonces presenciando el ocaso de Estados Unidos? ¿Este papelón destruyó para siempre su imagen y credibilidad ante el mundo? Lo dudo muchísimo. Para empezar, hay que recordar que no estamos frente a un suceso inédito. Vietnam e Irak fueron derrotas infinitamente más costosas en vidas, dólares y en términos reputacionales que el bochornoso ridículo que acabamos de atestiguar. El mundo aprendió desde hace décadas que el gigante es torpe y arrogante, y que a veces tropieza y se hace daño a sí mismo y a quienes trataba de ayudar. Tampoco nos vendría mal una buena dosis de perspectiva histórica: La guerra de Vietnam terminó hace medio siglo, para ese entonces Estados Unidos llevaba una década hundido en la inestabilidad, la polarización y el caos. Diez años que incluyeron constantes disturbios raciales, violentas protestas callejeras, terrorismo doméstico, magnicidios espeluznantes, decenas de miles de muertos y mutilados en una guerra impopular y absurda, y la deshonrosa renuncia de un presidente. Mientras tanto, en Moscú reinaba la estabilidad que sólo el totalitarismo puede ofrecer. Si en ese entonces alguien le hubiera revelado a un grupo de observadores imparciales que una de las dos superpotencias iba a desmoronarse menos de dos décadas después, todos habrían apostado por Estados Unidos. Lo que mucha gente no entiende es que la libertad, la pluralidad y la vertiginosa diversidad que caracterizan al coloso norteamericano no sólo son una fuente inagotable de conflicto e inestabilidad sino que paradójicamente son también su mayor fortaleza y el combustible de sus mejores virtudes.

Estados Unidos seguirá ejerciendo su hegemonía a través del dólar, del ejército y la economía más poderosos del planeta, de ese par de colosos de soft power que son Hollywood y Silicon Valley, y de las mejores universidades del mundo. Y continuará atrayendo a mentes privilegiadas y a los individuos más talentosos de todos los rincones de la Tierra. Si alguien cree que el estilo de vida americano, esa fusión de democracia liberal y libre mercado, ha perdido su lustre y atractivo tras estos años de crisis y polarización (tan parecidos a los sesenta del siglo pasado) debería echarle un vistazo a las fotos de esos pobres afganos que se aferraron a un avión en movimiento tratando de llegar a la “tierra de la libertad”. Mientras China trata de seducir a África y a Latinoamérica con infraestructura barata, Estados Unidos cuenta con aliados del calibre de la Unión Europea, Corea del Sur, Japón y el eje anglosajón. Además, el gigante asiático está al borde de una severa crisis demográfica, mientras que en ese renglón Estados Unidos está fuerte y saludable gracias en parte a la inmigración. Y, para no ir más lejos, esa nación que acaba de ofrecernos un espectáculo tan bochornoso en Kabul, es la misma que en los últimos meses flexionó su músculo biomédico y logístico desarrollando en tiempo récord varias vacunas contra un virus desconocido e implementando una campaña de vacunación que fue la envidia de la comunidad internacional hasta que se topó con el imbécil oscurantismo trumpista.

Y he ahí la verdadera amenaza existencial que enfrenta Estados Unidos en esta delicada coyuntura. Sí, ninguna nación del mundo es capaz de hacerle sombra, y hasta puede darse el lujo de protagonizar tragicomedias como la de Kabul sin mayores consecuencias. Pero el fascismo trumpista es un tumor maligno que podría destruir a la democracia más antigua del mundo desde sus mismísimas entrañas. Porque estamos hablando de un culto reaccionario y nihilista que desprecia todos y cada uno de los valores, virtudes y principios que forjaron la grandeza de Estados Unidos, y que está emparentado espiritualmente con los capítulos y personajes más tenebrosos de la historia del país: desde los esclavistas de la Confederación hasta los aislacionistas de America First que simpatizaban con Hitler, pasando por los segregacionistas que frenaron la Reconstrucción y concibieron las leyes Jim Crow, el macartismo, el Ku Klux Klan, la John Birch Society, la campaña presidencial de George Wallace, y un largo etcétera. Pero lo que distingue al trumpismo de sus predecesores, y lo que lo hace tan peligroso, es que logró apoderarse de uno de los dos grandes partidos políticos a nivel nacional. Y una democracia no puede funcionar sin por lo menos dos partidos que le sean leales.

El pueblo norteamericano no debe olvidar jamás la proverbial advertencia de Lincoln:

From whence shall we expect the approach of danger? Shall some trans-Atlantic military giant step the earth and crush us at a blow? Never. All the armies of Europe and Asia… could not by force take a drink from the Ohio River or make a track on the Blue Ridge in the trial of a thousand years. No, if destruction be our lot we must ourselves be its author and finisher. As a nation of free men we will live forever or die by suicide.

Tengo la impresión de que el actual presidente norteamericano gobierna guiado por esas palabras del sabio de Hodgenville y que está perfectamente consciente del peligro que Trump y su secta representan para el país al que ama. Y es indudable que la decisión de abandonar Afganistán, que nació de una convicción personal, es además parte esencial de su estrategia para devolverle la cordura al país y lanzar al trumpismo a los márgenes. Ojalá tenga éxito, pues si fracasa, la barbarie descenderá sobre el mundo entero, y no sólo sobre el pobre Afganistán…

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