En defensa de las travesuras

Por Adriana Med:

La corrección política tiene sus frutos. Quizá nunca se había oído y leído tanto repudio hacia el racismo, el sexismo, la xenofobia, la homofobia, el clasismo y la estupidez en todas sus formas. Gracias a Dios ha caído el mito de que hacer comentarios extremadamente hirientes, imprudentes y de pésimo gusto te convierte en un genio del humor negro. Pero, ¿no estaremos llevando la corrección política demasiado lejos? Y más que nada: ¿es congruente o solo es un intento de quedar bien con los demás?

Sí, sé que hablar de “corrección política” es un lugar tan común de un tiempo para acá que probablemente muchos dejarán de leer este texto de inmediato por el rechazo y el hartazgo que este produce. No los culpo. También sé que más de uno se escuda en la “irreverencia” para decir cualquier barbaridad. A mí la sola frase “corrección política” puede provocarme un enorme bostezo, pero no se me ocurre un sinónimo así que la usaré en este texto. Porque hay algo que he estado pensando mucho últimamente y quisiera sacarlo de mi cabeza.

Las redes sociales se han llenado de personas que se autoproclaman anti-racistas, anti-clasistas, anti-homofóbicas y un largo etcétera a la menor provocación. Me alegra que los prejuicios estén disminuyendo aunque sea un poco, y me da esperanza que se hable de estos temas, pero a veces noto en esos discursos algo de vacío y falsedad. Posturas de dientes para afuera que no son congruentes con las acciones del día con día. Hipocresía en busca del aplauso. Las palabras pierden su significado cuando no son coherentes con los actos.

Sé de buenas personas que han hecho cosas importantes por los demás y son juzgados como los peores monstruos del mundo por hacer chistes desagradables (que sin duda merecen críticas pero no la hoguera), y de personas que se vanaglorian  de ser perfectamente correctas pero que son horribles en sus actos y en sus palabras fuera de los reflectores.

Igualmente he notado que se persiguen más los chistes fuera de lugar que los actos de verdadera discriminación, injusticia y negación de derechos. Siempre nos las arreglamos para distraernos de lo importante, para indignarnos por naderías. Pareciera que hay una multitud a la espera de cualquier incorrección política para regañar, prohibir y justificar la censura. Ya no sé si es consciencia o histeria. Da para pensar que haya ardido Troya con el chiste de Sean Penn en los premios Óscar, por ejemplo, o el de Royal Dutch Airlines en twitter con la salida de la selección mexicana del Mundial. Aunque creo que prefiero ese enojo exagerado pero auténtico que la corrección política forzada y fingida.

Me preocupa que la corrección política se imponga sobre la libertad de expresión, la cual, es importante mencionarlo, tiene límites. Uno no puede andar por la vida calumniando, amenazando o revelando información privada. Pero temo que llegue el momento en el que vivamos con miedo de hacer hasta la broma más indefensa. Suficiente tenemos con tenerle miedo a todo lo demás. En lugar de debatir y criticar con argumentos, cada vez es más común linchar y callar voces. A este paso terminaremos todos por hundirnos en el más completo silencio. O algo mil veces peor: nos convertiremos paulatinamente en Ned Flanders.

La RAE define travesura como una acción maligna e ingeniosa y de poca importancia, especialmente hecha por niños. De adultos seguimos teniendo ese espíritu travieso, sin embargo, lo reprimimos. Ya no nos castigan nuestros padres sino nosotros mismos y los inquisidores de la superioridad moral. Yo por mi parte seguiré criticando lo que considero estúpido y vil, pero también seguiré haciendo travesuras que no le hacen daño a nadie. Ejerzo y defiendo mi derecho a reír mucho y muy fuerte.