En defensa de Israel

Por Oscar E. Gastélum:

Israel is a special fascination for fanatics all over the world, possibly because it was born out of a dream. And the magnitude of a dream created unrealistic expectations from Israel. Israel is expected to achieve world record in high jump morality. It is expected by some people to be the most Christian nation in the world, if not the only Christian nation in the world in terms of turning its other cheek to an enemy. It is expected to perform a universal role model in morality. It cannot live up to those expectations, not in a state of everlasting conflict. Fanatics are quick to jump on Israel. If Israel is not a sample state. If Israel is not a light unto the world, let there be no Israel.

Amos Oz

Israel es uno de los países más jóvenes del mundo, pero en sus casi 67 años de existencia ha tenido que luchar por su sobrevivencia en innumerables ocasiones, y, por fortuna, siempre ha logrado salir victorioso. En 1948, por ejemplo, cuando la ONU decidió que la mejor solución al conflicto árabe-israelí era crear dos naciones vecinas que convivieran una junto a la otra en paz y armonía, Israel decidió aceptar humildemente la resolución aunque al hacerlo quedaba expuesto a un inminente ataque de sus vecinos. Pero, predeciblemente, los líderes árabes rechazaron el veredicto de la comunidad internacional y decidieron (a tres años del Holocausto) tratar de destruir la patria judía conformando una coalición de seis ejércitos: Egipto, Jordania, Irak, Siria, Líbano y Arabia Saudita.

Israel, una nación minúscula, vulnerable y heroica, que acababa de recibir una oleada masiva de inmigrantes sobrevivientes del Holocausto, logró derrotar a los seis ejércitos invasores y terminó consolidándose como un país próspero y como una vibrante democracia, la única en ese mar de satrapías barbáricas conocido como “Medio Oriente”. Gracias a esa guerra imbécil, provocada por la soberbia mezquina de los líderes árabes, sus patrocinadores y aliados, cerca de un millón de palestinos terminaron abandonando Israel y acabaron en campos de refugiados ubicados en varios países.

Sin embargo, lo que pocos recuerdan es que en los años posteriores a esa primera guerra, a la que los israelíes llaman “de independencia” y los palestinos, melodramáticamente, “nakba” (la gran catástrofe), los regímenes derrotados por Israel, y otros países árabes que no participaron en la guerra directamente pero simpatizaban con el antisemitismo abiertamente genocida de sus hermanos musulmanes, desquitaron su resentimiento impotente victimizando a sus respectivas comunidades judías mediante el acoso incesante y la aprobación de leyes discriminatorias que habrían sonrojado al mismísimo Himmler. El resultado de esta cruel venganza fue que casi un millón de judíos que habían vivido durante siglos en naciones árabes tuvieron que exiliarse o fueron expulsados de la noche a la mañana de sus respectivos países y acabaron encontrando refugio en Israel.

Pero la diferencia entre ambas crisis de refugiados no podría haber sido más dramática y elocuente: Mientras que los palestinos fueron tratados como parientes arrimados por sus “hermanos” árabes y terminaron hacinados, aislados y hundidos en una miseria injustificable, los judíos que arribaron a Israel huyendo de la persecución en los países árabes fueron asimilados por su nueva patria con una velocidad y una eficacia asombrosa y conmovedora. Por eso hoy en día millones de palestinos siguen viviendo en campos de refugiados mientras que la mitad de la población israelí está compuesta por los descendientes de quienes tuvieron que salir huyendo de los países árabes tras la Guerra de Independencia.

Pero la comunidad internacional, muy especialmente un sector bastante imbécil y obtuso de la izquierda, ha decidido transformar a Israel en la encarnación del mal absoluto. Nadie niega el derecho que tiene cualquier ciudadano del mundo a criticar los innumerables errores de Israel, una joven democracia constantemente agredida, bajo amenaza de exterminio y asediada por el odio furibundo y la ira asesina y suicida de sus vecinos. Pero cuando las “críticas” degeneran en comparaciones delirantes, ofensivas e hiperbólicas con la Alemania nazi o el apartheid sudafricano, no es una exageración afirmar que esos exabruptos son el rostro postmoderno de los antiguos libelos de sangre.

No es necesario ser paranoico o particularmente perspicaz para saber que esa retórica venenosa es una versión actualizada del más odioso y rancio antisemitismo. Pero también es importante reconocer que hay gente que se traga la propaganda de los enemigos de Israel no por maldad y odio sino de buena fe o por ignorancia respecto a un conflicto tremendamente complejo.

Por eso en ésta y las siguientes entregas aprovecharé este espacio para tratar de contrarrestar modestamente la, muy efectiva, propaganda antiisraelí que ha envenenado la mente de buena parte de la izquierda occidental en las últimas décadas. Pero no con contrapropaganda sino con datos históricos y honestidad intelectual.