El sismo: lo mejor y lo peor

Por @Bvlxp:

Siempre sucede que el mexicano está muy convencido de su propia excepcionalidad. Los mexicanos somos chingones, Mexico is the shit y demás. Los días posteriores al sismo han reafirmado esta autopercepción y no sin falta de razón: las muestras de solidaridad con los damnificados por el sismo del 19/S son abrumadoras y conmovedoras y han suscitado la admiración mundial. Son muy comunes las escenas de ayuda súbita y desinteresada cuando una catástrofe nos azota, protagonizadas por personas que corren inmediatamente al auxilio de su prójimo. Fuimos por primera vez muy conscientes de nuestro espíritu solidario en el terremoto de 1985, y la respuesta se replicó 32 años después. Soy un poco escéptico de que se trate de una característica consustancial del mexicano y no una respuesta profundamente humana ante la desgracia del prójimo. Siempre desconfío del patrioterismo y el nacionalismo como expresiones tan cursis como peligrosas y tiendo a alejarme lo más pronto que pueda de ellas. Como sea, esta nueva catástrofe ha probado los alcances de nuestra bondad.

Como toda tragedia, la solidaridad empieza por ser conmovedora y sincera, pero pronto comienza a mostrar sus grietas. Igual que en 1985, cuando la respuesta social al sismo fue cooptada por organizaciones clientelares que al día de hoy siguen medrando de la política, ejerciendo y aspirando a cargos de alta responsabilidad (René Bejarano, Dolores Padierna, Martí Batres, Claudia Sheinbaum et al.), la respuesta del 19/S puso de manifiesto lo mejor de nosotros, pero también lo peor. Es preciso deslavar el aura de santidad y las loas autocongratulatorias de la respuesta social para entenderla y no tomarla por algo que no es. Hubo mucho de solidaridad; hubo tanto de otras cosas también.

Llama mucho la atención que los llamados “millennials” se hayan adueñado del crédito de la respuesta social. Como si por fin descubrieran que, contrario a lo que se les ha dicho hasta el cansancio, después de todo sí sirven de algo y le son útiles al prójimo, no se cansaron de pregonar que ellos salvaron a la ciudad y presumieron hasta lo indecible los frutos de su esfuerzo. Llama mucho la atención también que algunos analistas cursis le hayan dado el crédito de la respuesta a “los jóvenes”. En los sitios del desastre, en los centros de acopio, no había millennials, ni jóvenes, ni genexers, ni viejos, ni niños, sino que estaban todos estos juntos unidos por un propósito común. El crédito es de todos. Es de un romanticismo muy rancio achacarles todos los bienes y todos los males sociales a los jóvenes, privándolos de su responsabilidad social e individual: millennials o no, tenían una obligación moral con el otro, nada más faltaba que hubieran permanecido indiferentes ante la tragedia.

Contrario a lo que sucedió en el sismo de 1985 cuando el pasmo del gobierno fue notorio, la respuesta gubernamental el 19/S fue certera, eficiente e inmediata. No faltaron los agoreros del desastre que no se cansaron de repetir que el mérito de la respuesta era exclusivamente de la llamada sociedad civil. Nada más falso; el desastre de los sitios siniestrados hubiera sido otro sin la presencia de las autoridades gubernamentales como el Ejército, la Marina, protección civil, policías, bomberos, ministerios públicos, médicos legistas del Servicio Forense, etc. Es muy políticamente correcto denostar la actuación de los servidores públicos, pero también es muy ruin, máxime cuando no faltaron evidencias de un actuar comprometido, incansable y profesional.

Tampoco faltaron disputas al pie de los escombros por ver quién ayudaba más y mejor. Entre los miles de testimonios conmovedores, también vimos gente que estaba ayudando siendo maltratada por otra gente que estaba ayudando y se había adueñado de la forma de ayudar. Escenas muy lamentables entre gente que uno supone de buena voluntad.

Mención especial merece el agravio que sufrieron algunas autoridades políticas. Fue repulsivo ver a algunos oportunistas insultando y agrediendo al Secretario de Gobernación o al Delegado de Xochimilco. Esta gente, como la que dedicó sus fuerzas a linchamientos de toda índole desde las redes sociales y a menospreciar y sembrar dudas sobre la actuación de las fuerzas armadas, la que aprovechó para sacar raja política contra los depositarios de sus fobias políticas (particularmente Miguel Ángel Mancera), o los activistas que se dedicaron a abusar del juicio de amparo para entorpecer el rescate mediante el uso de maquinaria, es profundamente mezquina y despreciable; gente que pone sus agendas por encima de la tragedia e ignora o de plano es indiferente que con sus acciones lo único que logró fue entorpecer las labores de rescate y poner en riesgo a la gente que esperaba debajo de los escombros.

Cada calamidad es un pretexto para catar nuestra suerte, el límite de nuestras bondades, y nuestras capacidades para afrontar la situación. Las tragedias ponen de manifiesto lo mejor y lo peor que tenemos y que somos como sociedad. Sería engañoso dejarnos llevar sólo por el reflejo de las reacciones bondadosas de las que fuimos testigos en estos días. Hace falta conocernos mejor, dimensionar nuestra solidaridad y hacernos cargo del camino que todavía tenemos por recorrer. La emergencia está detrás de nosotros por ahora, pero delante nos quedan retos que, sospecho, habremos de afrontar con lo peor que tenemos y somos.