Por Oscar E. Gastélum:

“Cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la Fiesta del Grito; y una multitud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el resto del año.”

Octavio Paz

Debo confesar que, en principio, no tengo nada en contra de las fiestas nacionales, eventos anuales e idealmente seculares en los que la ciudadanía de un país democrático celebra sus mitos fundacionales y despliega una dosis moderada de sano orgullo patrio. Los gringos, por ejemplo, cada cuatro de julio cantan The Star-Spangled Banner antes de los partidos de baseball, hacen carnes asadas familiares y por la noche contemplan espléndidos espectáculos pirotécnicos. Mientras que, diez días después, los franceses, paradójicamente más militaristas que sus aborrecidos liberadores norteamericanos, sacan sus misiles y aviones de combate a orear al tiempo que un desfile militar paraliza los Champs Elysées al ritmo de la Marsellesa. He vivido de cerca ambas fechas, además de las mucho más modestas y dispersas fiestas británicas, y terminé contagiado por su inofensivo y jubiloso fervor.

También debo aclarar que no soy un pesimista irredento que se regodea con placer malsano en las miserias de nuestra especie o en sus múltiples fracasos. Creo sinceramente que la civilización es un proyecto heroico, modesto y conmovedor que busca aliviar la tragedia intrínseca a la condición humana buscando soluciones a los males que nos aquejan y diseñando instituciones capaces de domar, o al menos moderar, los demonios que nos habitan, y de fomentar nuestras mejores cualidades.

Por si esto fuera poco, estoy convencido de que los escasos pero preciosos éxitos del proceso civilizatorio valen más que sus innumerables fracasos, pues han enriquecido inconmensurablemente nuestro patrimonio espiritual y nos han permitido vivir existencias más dignas y placenteras. Sobra aclarar que queda mucho por hacer, pero toda la evidencia disponible confirma que nuestra especie va en la dirección correcta.

Así pues, no soy ni un detractor del patriotismo festivo y moderado ni un pesimista mórbido y sombrío que se obstina en ver el vaso medio vacío. Habiendo aclarado lo anterior, debo admitir que de unos años para acá, la ceremonia del “grito” con la que México celebra su “independencia” cada 15 de septiembre se ha transformado en un despliegue de complacencia injustificada y vomitiva que soy incapaz de digerir. Sé muy bien que no existen países perfectos, pero muchos pueden celebrar merecidamente su modesta o generosa aportación al proceso civilizatorio, y sentirse orgullosos de las sociedades imperfectas pero dignas, dinámicas e incansables en su afán de mejorarse a sí mismas, que han logrado construir.

Pero desgraciadamente ese está muy lejos de ser el caso de México, un país inmenso y exorbitantemente rico en recursos naturales y humanos, que además tiene la suerte de compartir una extensa frontera con la nación más próspera de la historia, y sin embargo permanece obstinadamente estancado en un atraso injustificable. Una nación con un potencial infinito que ha preferido transformarse en un auténtico paraíso para los inescrupulosos, los corruptos y los violentos; donde la desigualdad, la miseria, la impunidad, la mediocridad, la fealdad y la injusticia campean a sus anchas y donde una celebración de esta naturaleza apesta a hipocresía, conformismo y autoengaño.

Por ello decidí redactar un “grito” alterno que se corresponda mejor con la inmunda realidad que nos rodea, y en lugar de alimentar nuestro insufrible resentimiento victimista y fortalecer el grotesco delirio de grandeza detrás del cual tratamos inútilmente de ocultar nuestros múltiples complejos, nos confronte con el bochornoso e imperdonable fracaso al que llamamos patria. He aquí pues, el grito que deberíamos dar esta noche triste…

¡Mexicanos!:

¡Viva nuestra clase política! Esa camarilla de bribones impresentables que traicionó la confianza de sus electores secuestrando y adulterando el proceso democrático para perpetuar sus mezquinos privilegios.

¡Viva nuestra oligarquía! Esa deleznable casta parasitaria que, sin necesidad de crear, innovar o competir, ha forjado fortunas obscenas labradas a base de herencias, robos, crímenes y complicidades inconfesables.

¡Viva nuestro deplorable sistema de salud! Infernal antesala del panteón para las masas desamparadas, y negocio redondo e inmisericorde para quienes lucran con la angustia y la desgracia ajena.

¡Vivan los monopolios públicos y privados! Insultantes monumentos a nuestro primitivismo económico, desde donde nuestros burócratas y magnates se burlan impunemente de los indefensos consumidores cobrándoles fortunas absurdas a cambio de productos y servicios deplorables, lastrando sin remedio a la comatosa economía nacional.

¡Viva la guerra contra las drogas! Esa trágica y demencial versión moderna del mito de Sísifo, que ha sembrado el territorio nacional de cadáveres y ha creado bandas criminales alucinantemente sanguinarias y con una capacidad infinita para corromper e infiltrar a un Estado putrefacto.

¡Viva nuestro sistema de “justicia”! Laberinto burocrático fácilmente sobornable por criminales con recursos, y mazmorra infernal atestada de inocentes en la que cualquiera, sin deberla ni temerla, puede caer.

¡Viva nuestro vergonzoso y desvencijado sistema educativo! Esa colección de ruinas públicas y centros de adoctrinamiento confesional privados, donde diariamente se gesta nuestro fracaso y se cancela nuestro futuro.

¡Viva la codicia obtusa, ignorante y cruel de la derecha y el primitivismo mojigato, resentido y estéril de nuestra izquierda!

¡Vivan nuestros líderes sindicales perpetuos, con sus desvergonzadas fortunas, sus colecciones de Ferraris, mansiones, aviones privados, y sus retoños mimados, cínicos y petulantes!

¡Vivan nuestros mendaces, rastreros e improvisados medios de comunicación, vetas inagotables de basura, lambisconería y propaganda burda!

¡Viva la policía mal pagada, corrupta e inepta que, cuando llega a aparecer, provoca más pavor y desconfianza que seguridad o alivio!

¡Viva el racismo soterrado, delirante y lacerante que envenena nuestra convivencia cotidiana!

¡Viva el landronzuelo cobarde, rencoroso y analfabeta que nos “gobierna” y el electorado frívolo y amnésico que votó por él!

¡Viva Virgilio Andrade!

¡Viva el Chapo Guzmán!

¡Viva la verdad histórica!

¡Viva OHL y Grupo Higa!

¡Viva la corrupción, la impunidad, la desigualdad, la Virgencita de Guadalupe y la selección nacional!

¡Viva México!