El mal de la banalidad

Por Oscar E. Gastélum:

“We live in an environment of banality. For most people, that’s enough. But how do you get through? How do you rip off that coating of banality? You have to make people descend into the depths of themselves.”

Svetlana Alexievich

El pasado 26 de julio, en lo que probablemente fue un intento desesperado por atraer lectores, la decadente revista Forbes decidió engalanar su portada con una foto de Kim Kardashian. Un acto de oportunismo craso y banal sólo comparable a los que han encumbrado a la propia Kardashian y a su esperpéntico clan hasta transformarlos en la nueva familia real de la cultura pop. Que Forbes haya utilizado el poco prestigio que le queda para legitimar el “éxito” sin méritos de semejante personaje, justo cuando Donald Trump y sus seguidores amenazan con destruir al mundo civilizado, hace que su argucia no sólo sea reprobable desde el punto de vista ético o periodístico, sino que además resulte sumamente peligrosa.

Y es que Trump y Kardashian son los productos más acabados de la cultura de los “reality shows”: Personajes huecos, con intelectos paupérrimos y sin ningún talento valioso conocido, pero que lograron treparse a lo más alto de la pirámide social a base de oportunismo, charlatanería, un narcisismo desmesurado y delirante, una ausencia casi absoluta de pudor o escrúpulos, y una innegable habilidad para explotar a su favor las peores pulsiones de un público morboso, aburrido y hambriento de escándalos y fama vicaria. Parte de la labor de la prensa “seria” en un país libre y democrático debería consistir en desenmascarar a farsantes como esos y exhibirlos como las lacras sociales que son, en lugar de legitimar su repelente fama sin atributos.

Es por eso que la portada de Forbes me produjo tanto asco, pero cuando decidí airear mi indignación en Twitter, me topé con que un periodista a quien respeto, y que suele escribir en una de las revistas más prestigiosas de México, me acusó de “sexismo”, pues, según él, el motivo de mi ira era que no podía soportar el hecho de que una mujer “hermosa” fuera “brillante”. Para empezar debo aclarar que la Kardashian nunca me ha parecido atractiva, supongo que la elefantiasis no es lo mío, y en segundo lugar, es más que obvio que se puede tener, al mismo tiempo, talento para el arribismo y el coeficiente intelectual de Forrest Gump, y la mejor prueba de ello es la propia Kardashian quien en cuanto abre la boca demuestra que posee la inteligencia de un nabo. Al hablar de mujeres verdaderamente hermosas e inteligentes lo primero que me viene a la mente es Susan Sontag o Natalie Portman y no una nalgona descerebrada que sólo es famosa por ser famosa.

Quizá haya gente a la que ese lucrativo culto creado alrededor de personalidades vulgares, fatuas e indignas, les parezca una trivialidad inofensiva, pero los héroes de una nación o comunidad solían encarnar y expresar sus valores más sagrados, y esa tendencia a idolatrar a gentuza sin talento o virtudes dignas de admiración revela una profunda crisis en el sistema de valores de nuestra civilización. Sí, siempre han existido ídolos con pies de barro, pero su charlatanería consistía en fingir que tenían alguna virtud apreciada, no en jactarse de no poseer ninguna. Parece una exageración, pero el hecho de que Kim Kardashian lograra forjar una fortuna obscena y construir una celebridad global a base de exhibir su desmesurado trasero a la menor provocación, contribuyó a crear el caldo de cultivo ideal para que un payaso narcisista como Trump emergiera con posibilidades reales de llegar a la presidencia de la nación más poderosa de la historia.

Esto seguramente va a sonar como un lamento histérico digno de la esposa del Reverendo Alegría (¡Alguien quiere pensar en los niños!), pero ¿qué podemos esperar de una generación que ha aprendido a valorar el dinero sobre cualquier otra cosa, y a admirar más la riqueza que el mérito detrás de la misma? Trump y Kardashian son archimillonarios, sí, pero la manera en que forjaron sus fortunas merece más reprobación y mofa que celebración y reconocimiento. Uno es un heredero petulante que ha quebrado varias de sus empresas y se jacta de evadir impuestos y de haber defraudado a sus proveedores y trabajadores en innumerables ocasiones, y la otra saltó a la fama filtrando su propio video erótico y mantiene su equívoca relevancia exhibiéndose constantemente ante sus millones de seguidores en Instagram.

Estoy seguro de que si auditara las finanzas de los cincuenta seres humanos a los que más he admirado en mi vida, descubriría que entre todos ganaron menos dinero del que cualquiera de estos farsantes se embolsa en un año. Pero gracias a sus invaluables aportaciones a la humanidad, todos habitan en el Olimpo de los inmortales al que esta gentuza vulgar jamás podrá ingresar. ¿Quién demonios recordará a Kim Kardashian dentro de cien años como nosotros recordamos a Virginia Woolf o a Madame Curie? Absolutamente nadie. Pero no debemos subestimar el poder corruptor de la banalidad, pues si el electorado norteamericano comete el imperdonable error de elegir a Trump como presidente de su gran nación, es muy probable que su nombre, como el de tantos otros monstruos, sí resuene en la memoria colectiva de la humanidad durante décadas por venir.