Por Oscar E. Gastélum:
El único fin, por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectivamente, se entremeta en la libertad de acción de cualquiera de sus semejantes, es la propia defensa; la única razón legítima para usar la fuerza contra un miembro de una comunidad civilizada es la de impedirle perjudicar a otros; pero el bien de este individuo, sea físico, sea moral, no es razón suficiente.
Ningún hombre puede, en buena lid, ser obligado a actuar o a abstenerse de hacerlo, porque de esa actuación o abstención haya de derivarse un bien para él, porque ello le ha de hacer más dichoso, o porque, en opinión de los demás, hacerlo sea prudente o justo. Éstas son buenas razones para discutir con él, para convencerle, o para suplicarle, pero no para obligarle o causarle daño alguno, si obra de modo diferente a nuestros deseos. Para que esta coacción fuese justificable, sería necesario que la conducta de este hombre tuviese por objeto el perjuicio de otro. Para aquello que no le atañe más que a él, su independencia es, de hecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su espíritu, el individuo es soberano.
La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera, en tanto que no intentemos privar de sus bienes a otros, o frenar sus esfuerzos para obtenerla. Cada cual es el mejor guardián de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La especie humana ganará más en dejar a cada uno que viva como le guste más, que en obligarle a vivir como guste al resto de sus semejantes.
John Stuart Mill
La semana pasada la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación concedió un amparo a cuatro ciudadanos mexicanos para que puedan consumir, sembrar, poseer y transportar mariguana con fines recreativos y lúdicos, dando el primer paso en el que será el largo y sinuoso pero inevitable camino rumbo a la legalización no sólo de la mariguana sino del resto de las drogas hoy absurdamente prohibidas.
Predeciblemente, la reacción de los detractores de esta sensata y esperanzadora decisión de la corte no se hizo esperar y volvió a demostrar que el bando prohibicionista es inmune a la evidencia empírica y a la argumentación racional, y que solo puede echar mano de su oxidado e inagotable arsenal de prejuicios, puritanismo histérico y paternalismo condescendiente, para tratar de aplazar lo inevitable, aunque ello implique prolongar por tiempo indefinido la onerosa, inútil, sanguinaria, destructiva y contraproducente “guerra contra las drogas”.
La reacción más lastimosa y ridícula emergió, como era de esperarse, desde la residencia oficial de Los Pinos. Y es que el Señor Presidente de la República, Licenciado Enrique Peña Nieto, decidió continuar su vertiginoso descenso rumbo al basurero de la historia declarando solemnemente y con su característico tono engolado que la legalización de la mariguana: “No es deseable ni estoy a favor”. Y con esa demoledora y exquisitamente confeccionada frase, el hombre que dejó escapar al “Chapo” Guzmán, cerró la puerta a la posibilidad de enmendar la desastrosa estrategia que ha hundido al país en una espiral de violencia insostenible y en un nivel de ingobernabilidad que amenaza con colapsar al estado.
Pero no debería extrañarnos que un hombrecito insignificante, sin los tamaños necesarios para ser un verdadero líder o emprender una auténtica transformación histórica, haya decido adoptar una postura tan cobarde, destructiva y comodina. No podemos olvidar que el tipo llegó a la presidencia gracias a que la oligarquía nacional calculó, correctamente, que su figura de galán de balneario bastaría para convencer a este pueblo ignorante de votar por él, y que el patético régimen con ínfulas “reformistas” y “modernizadoras” que encabeza no ha sido más que una fuente inagotable de primitivismo, corrupción, ineptitud y fracaso.
Entre los argumentos más tontos esgrimidos por los prohibicionistas para oponerse a la decisión de la Corte está la perogrullada de que legalizar el consumo de mariguana no va a acabar con la delincuencia organizada y que ésta buscará otras vías para hacer negocios ilícitos. Cuánta razón, pero me temo que eso no es todo, pues tras la legalización el cordero tampoco podrá yacer pacíficamente junto al lobo, ni la paz mundial descenderá sobre nosotros, ni la imbecilidad desaparecerá como por arte de magia de la faz del planeta Tierra.
Pero nunca nadie ha dicho que la legalización de las drogas sea una panacea que aliviará todos los males sociales. De lo que se trata es de despojar a los criminales de un negocio extraordinariamente lucrativo con el que han forjado fortunas descomunales que les permiten infiltrar gobiernos y crear ejércitos capaces de enfrentar a las fuerzas del orden en condiciones de superioridad. El crimen organizado existe en todos los países del mundo, pero sólo los carteles del narcotráfico son capaces de carcomer estados vulnerables desde sus entrañas. Además, la legalización impediría que cientos de miles de personas inocentes sigan atestando las cárceles por el imperdonable crimen de consumir la sustancia de su elección sin hacerle daño a nadie.
En el otro extremo del espectro prohibicionista está la corriente paternalista, gente bienintencionada e inteligente que se empeña en atosigarnos con estudios científicos que demuestran todos los efectos nocivos de la mariguana. El problema es que los defensores más serios de la legalización nunca hemos argumentado que la mariguana, o cualquier otra droga, sea inocua, ya que es indudable que su consumo entraña riesgos y su uso excesivo puede desembocar en problemas de salud muy serios.
Pero la mariguana no es más peligrosa o dañina que el alcohol, el tabaco, el azúcar, las grasas saturadas y muchas otras sustancias que son perfectamente legales. La OMS nos acaba de confirmar que la carne procesada produce cáncer y muchísima más gente muere en accidentes automovilísticos o por resbalones en la ducha que por sobredosis de drogas. La mariguana, por cierto, ni siquiera puede provocar sobredosis fatales. Practicar alpinismo o andar en motocicleta son pasiones mucho más peligrosas que fumarse un porro al día y a nadie en su sano juicio se le ocurriría prohibirlas.
Que una sustancia o una actividad entrañe un riesgo para la salud de quien la consume o practica no justifica su prohibición y cada individuo adulto debería tener la libertad de elegir qué riesgos correr sin que un estado autoritario y paternalista intervenga en su vida, con amenazas y castigos desproporcionados, bajo el pretexto espurio de que lo hace “por su bien”. Sobre todo cuando esa intervención no solicitada produce males muchísimo mayores que los que pretende combatir, como en el caso de la fallida guerra contra las drogas y los ríos de sangre que han tenido que correr para tratar de imponer, infructuosamente, una prohibición demencial.
Los prohibicionistas más imbéciles suelen creer, o al menos eso les gusta fingir, que quienes estamos a favor de la legalización de las drogas somos usuarios asiduos de las mismas. Insinuando estúpidamente que solo los consumidores de drogas sufren las terribles consecuencias de su prohibición y serían los únicos beneficiados si la sanguinaria guerra que la acompaña llegara a su fin. Quien cree semejante disparate, seguramente debe pensar que hay que ser gay para protestar contra la homofobia, mujer para combatir la misoginia o que es indispensable tener tez obscura para estar en contra del racismo.
Es muy revelador que el epíteto “mariguano” haya sido usado a diestra y siniestra como arma retórica en los últimos días, en un intento desesperado por tratar de descalificar a los enemigos de la prohibición. Desafortunadamente, los insultos mojigatos y discriminatorios no compensan la ausencia de argumentos e ideas y sólo exhiben la impotencia e indigencia intelectual de quién los emite.
En lo personal, el buen whisky y las cervezas amargas y obscuras son mis drogas predilectas, y nunca le he encontrado el chiste a la mariguana. No me gusta fumar, detesto su olor y su sabor, su efecto narcótico me aburre y por si fuera poco me produce efectos secundarios muy desagradables como dolor de cabeza, sinusitis y ansiedad, así que prefiero rehuir su consumo.
Pero mis preferencias personales no me ciegan ante la realidad atroz de la guerra contra las drogas o ante el terrible daño que la prohibición le ha hecho al mundo y a nuestra putrefacta sociedad. Y a estas alturas del desastre, creo francamente que solo un adicto al derramamiento inútil de sangre y a los errores ridículamente obvios, se atrevería a defender esta tragedia absurda y a negar que la legalización es el único remedio sensato para esta incomprensible locura colectiva…