Por Alejandro Rosas:
En vísperas de la fundación de Acción Nacional (septiembre de 1939), Manuel Gómez Morin escribió: «No, no es cierto que los males que aquejan a México sean una parte ineludible del destino nacional; derivan de actos positivos o de omisiones del Estado. Derivan, sobre todo, de nosotros mismos, de todos los mexicanos, de esa especial psicología, contra la cual debemos luchar, que nos hace resignarnos ante la falsa fatalidad de los acontecimientos».
El futuro del naciente partido no era prometedor. En el horizonte político de México lo único que alcanzaba a divisarse era la palabra “Revolución” que con su manto cubría la República entera. En 1939, el partido oficial (entonces Partido de la Revolución Mexicana) alcanzaba los diez años de existencia y gozaba de un bastión de legitimidad moral: sostenía a los cuatro vientos que los principios sociales y políticos conquistados por el movimiento revolucionario eran su bandera, de nadie más.
Acción Nacional no negaba la Revolución Mexicana, pero tampoco pretendía santificarla. Intentaba llevar a la práctica el respeto irrestricto de la ley y defender la efectividad del sufragio. Cercano al maderismo democrático y crítico del jacobinismo constitucionalista, Acción Nacional no buscaba convertirse en un partido de masas ni corporativo. Creía en una organización de ciudadanos libres, cívicamente responsables, contestatarios al autoritarismo de la revolución institucionalizada y dispuestos a ejercer y defender el voto. Y rechazaba cualquier forma de autoritarismo; el presidencial, el de los gobernadores que la hacían de cacicques o pequeños señores feudales, y el de los funcionarios menores.
Vasallos o ciudadanos
Junto a la plataforma básica de Acción Nacional (autonomía municipal, reforma agraria sobre bases no partidistas, rendición de cuentas públicas, reforma electoral, ley de servicio civil), el partido intentaba, además, propiciar una transformación en la mentalidad de los mexicanos; buscaba extirpar la actitud del vasallaje y sumisión que se percibía en gran parte de la sociedad y donde se combinaban la apatía, la frustración y la mediocridad.
El derrotismo de los mexicanos no provenía de la conquista ni de tres siglos de dominación española como lo presentaba la historia oficial. Nacía en la renuncia de la sociedad a ejercer su libertades públicas. Cada elección ganada por el PRI desde los dominios de la alquimia electoral abatía el ánimo ciudadano, sin dolor, sin sobresaltos, lentamente y de manera casi imperceptible, tan suavemente que al paso de los años estaba casi exterminado. Acción Nacional se opuso a eso desde un principio y combatió cacicazgos regionales como el de Gonzalo N. Santos en San Luis Potosí.
El tránsito hacia una mentalidad cívica y democrática pasaba forzosamente por el cambio de actitud y la conquista de la plaza pública, «Más para llegar a eso –recordaría tiempo después Luis Calderón Vega, miembro fundador del PAN- se alzaban dos tradicionales enemigos: las bandas de pistoleros municipales -que no pocas veces pusieron un cerco de rifles a los propagandistas y candidatos- y el miedo».
«Lo insustituible de la democracia es la identificación del poder y del pueblo», dijo en alguna ocasión Manuel Gómez Morin. Desde su fundación, Acción Nacional concibió la fórmula para derrotar al Partido Oficial combinando tres elementos plenamente democráticos: conciencia cívica, elecciones transparentes (donde cada sufragio fuera efectivo) y un órgano electoral independiente. La fórmula daría como resultado “La identificación del poder y del pueblo”: el establecimiento de un régimen democrático.
Desde 1929, el PNR-PRM-PRI se empecinó en conservar el poder a costa de lo que fuese. Ante las primeras victorias de Acción Nacional a nivel local, en 1947, en Zamora, Michoacán, el diputado Enrique Bravo Valencia expresó lo que sería un discurso vigente durante décadas: «Si Acción Nacional ganó en las pasadas elecciones para Diputados locales fue porque ustedes son una bola de pencos y de traidores. No podemos permitir que el PAN vuelva a ganar en las próximas elecciones municipales. El PRI es el partido del Gobierno, el Partido Oficial, y por lo tanto, el partido único… El gobierno les dio las tierras y les hizo los sindicatos y por eso ustedes tienen que ser del partido del Gobierno. Si sabemos que ustedes se hacen de Acción Nacional, el Gobierno les quitará las tierras y los echará de los sindicatos».
En ese afán corporativo, el PRI reclutó incluso a los cerdos: «No faltaba ingenio a los agentes de la provocación –recordaría Luis Calderón Vega-. Cuéntase que en la multitud de un mitin…, comentaban la presencia de dos hombres que llevaban en los brazos unos marranitos. ¡Qué espíritu cívico! ¡Qué generosidad, y al mismo tiempo, qué prudencia; no pudiendo dejar de asistir al llamado de la Patria, cuidan de que las crías no se les pierdan! Pero, he aquí que, de pronto, en lo más inspirado del discurso, ¡el chillido de los marranitos! Y un rato después, en otro periodo que amenazaba arrancar aplausos, otro chillido. ¡Eran los marranitos que, al retorcerles la cola, resultaban instrumentos ideales para sabotear un mitin! ¡Y lo lograron!».
«La tarea central, obligatoria e inaplazable, del poder y de los ciudadanos –escribió Gómez Morin en 1962, en un México que parecía no tener futuro-, es ahora como lo fue antes y lo seguirá siendo cada vez con mayor exigencia, la de instaurar, perfeccionar cada vez más y cumplir con iluminada y sincera decisión las instituciones de la democracia… raíz y sustento de las demás instituciones colectivas, condición y camino de desarrollo armonioso y equilibrado de la comunidad y fruto y amparo de la persona humana».
Hoy Manuel Gómez Morin al ver el estado que atraviesa el partido que fundó, volvería bajar a la tumba.