Por Oscar E. Gastélum:
“Hace falta que algo cambie para que todo siga igual.”
Giuseppe Tomasi di Lampedusa
La semana pasada el mundo atestiguó estupefacto el éxito triunfal que Jorge Mario Bergoglio, el artista del performance mejor conocido como “Francisco”, cosechó en su visita a varias ciudades de EEUU como parte de su gira mundial “The Infallible Tour”. Todas las fechas registraron localidades agotadas y sus miles de fans abrevaron de sus bendiciones y sabias palabras cual náufragos existenciales sedientos de sabiduría y humildad. El entusiasmo, colindante con la histeria colectiva, se desbordó de tal manera, que fue inevitable recordar la visita que otros cuatro inmortales íconos del pop: John, Paul, George y Ringo, hicieran al poderoso imperio hace ya cinco décadas.
Pero dejando de lado el sarcasmo, debo confesar que fue descorazonador ver a los habitantes de una ciudad tan sofisticada como Nueva York exhibiendo impúdicamente sus ansias de ser arreados como borregos descerebrados por un “Pastor espiritual”, y comportándose cual fervorosas “directioners” frente a un hombre travestido que, paradójicamente, es uno de los peores enemigos de la diversidad sexual. Pero este despliegue indigno e inédito de servilismo supersticioso tiene un porqué. Y es que Bergoglio es percibido por los rejegos católicos norteamericanos como un reformador liberal de la Iglesia Católica, un hombre cuyas ideas están a años luz de las de su antecesor, el antipático y siniestro Joseph Ratzinger.
Desgraciadamente esto no es más que una gran mentira, el resultado de una elaborada y muy efectiva campaña de relaciones públicas. Sí, Bergoglio ha cambiado superficialmente el tono y ha emitido públicamente un puñado de perogrulladas que su rebaño, tan acostumbrado al decrépito y obtuso primitivismo de su iglesia, celebró como si se tratara de lúcidas y novedosas revelaciones filosóficas. Y así, como por obra y gracia del Espíritu Santo, los crédulos medios de comunicación transformaron prescripciones éticas que cualquier persona decente asimiló desde hace décadas, en continentes morales recién descubiertos por el valeroso y refrescante Papa “progresista”.
Pero en realidad Bergoglio piensa exactamente igual que Ratzinger y Wojtyla, sus cavernarios y fascistoides precursores en el trono de Pedro, y por eso no le ha cambiado ni una coma a la ley canónica, a pesar de que podría y debería hacerlo. Además, cada vez que lanza una de sus tibias obviedades, un vocero del Vaticano se apresura a rectificar las palabras del “santo” “padre”, para evitar malos entendidos y dejar muy claro que, a pesar de lo declarado, nada ha cambiado realmente y todo seguirá igual. Pero mientras que las engañosas declaraciones de Bergoglio logran primeras planas, las discretas y grises aclaraciones de los burócratas del Vaticano se pierden en el bullicio.
Obviamente hay poderosos intereses detrás del nuevo gatopardismo papal. Y es que, según The Economist, en 2012 El Vaticano se encontraba hundido en una profunda crisis financiera y operaba en números rojos. Por si esto fuera poco, una encuesta de Pew Research reveló que el 41% de los norteamericanos criados como católicos habían abandonado en masa la iglesia. Una crisis ocasionada por la cerrazón clerical ante temas como el aborto, la anticoncepción y el matrimonio igualitario. Pero principalmente gracias a los múltiples casos de abuso sexual protagonizados por curas pedófilos, y la espeluznante y vomitiva complicidad de una institución que siempre se mostró más preocupada por su propia supervivencia y por encubrir a los violadores, que por las indefensas víctimas infantiles.
Todos sabemos que la iglesia es prácticamente impotente frente a los católicos occidentales, quienes dejaron de obedecerla ciegamente desde hace décadas. El católico promedio en Europa, EEUU, e incluso en algunas ciudades de Latinoamérica, practica una versión bastante peculiar y diluida de catolicismo a la carta, lo cual le permite escoger los dogmas y prescripciones que más le gusten mientras ignora tranquilamente el resto; usa condón para tener sexo premarital cuantas veces se le antoja, se masturba sin culpa, aborta sin miedo a la excomunión automática, se divorcia sin consultarlo con el señor cura y acude gustoso a las bodas de sus amigos gays. Pero, a pesar de su irrespetuosa e incongruente desobediencia, los católicos occidentales siguen siendo el principal soporte financiero de la Iglesia.
Para llegar a entender qué tan indispensable es el desproporcionado aporte económico del catolicismo estadounidense para las arcas eclesiásticas, solo hay que echarle un vistazo a las siguientes, escalofriantes, cifras: Según The Economist, el mercado espiritual estadounidense genera el 60% de los ingresos de la iglesia a nivel mundial. Mientras que The National Catholic afirma que, tan solo en limosnas, las parroquias norteamericanas recaudan más de 150 millones de dólares a la semana, es decir, aproximadamente ocho mil millones de dólares al año. Siendo exageradamente pesimistas y suponiendo que solo el 10% de ese dinero llega al Vaticano, estaríamos hablando de 800 millones de dólares anuales. De ese tamaño es la crisis financiera que Bergoglio está tratando de evitar.
Por todo esto es que hace un par de años la arquidiócesis norteamericana decidió contratar a la firma de relaciones públicas McKinsey & Company, y a Greg Burke, un curtido y archiconservador asesor de imagen que pertenece al Opus Dei y trabajó para Fox News, esa aceitada maquinaria de propaganda reaccionaria, encomendándoles la peliaguda misión de diseñar una estrategia capaz de lavar la imagen de la Santa Madre Iglesia, protectora de violadores de niños, ante su pudiente clientela norteamericana. La ridícula histeria colectiva de la que fuimos testigos en estos días es el fruto de sus esfuerzos.
Pero a pesar de este impresionante éxito propagandístico, es muy importante insistir en que Bergoglio es tan misógino, homófobo y reaccionario como sus predecesores y está tan comprometido con el encubrimiento de los curas pederastas como ellos. Para comprobarlo basta con analizar sus acciones y contrastarlas con su farisaico discurso. Sirvan estos botones de muestra cómo evidencia de lo que digo:
- Francisco dice amar a los pobres, pero su obtusa y arcaica postura en contra de cualquier método anticonceptivo condena a millones de personas a permanecer hundidas en la miseria, perpetuando el infernal ciclo de la pobreza.
- Además, el necio anatema contra el uso del condón, combinado con la poderosísima y nociva influencia que la iglesia sigue ejerciendo en el África subsahariana, ha atizado ininterrumpidamente la epidemia de SIDA que durante décadas ha diezmado a ese martirizado continente. Semejante complicidad en la muerte de millones de seres humanos debería ser considerada como un auténtico crimen de lesa humanidad.
- Sobre su tan cacareada tolerancia ante la diversidad sexual, habría que recordar que unos cuantos días después de declarar hipócritamente que no tenía derecho a juzgar a los homosexuales, siempre y cuando se portaran bien y se acercaran a dios, Bergoglio excomulgó sumariamente al sacerdote australiano Greg Reynolds por abogar a favor del sacerdocio femenino y el matrimonio homosexual.
- En el terreno de la misoginia, Bergoglio no sólo descartó tajantemente la posibilidad de ordenar a mujeres sacerdotes, sino que recrudeció el ataque en contra de las valientes monjas norteamericanas que trataban de avanzar la causa de las mujeres al interior de la iglesia, sobre todo en términos de salud reproductiva, y convirtió a Gerhard Müller, su infatigable inquisidor, en Cardenal.
- En el caso de la sádica pedofilia institucional, Bergoglio no ha modificado un ápice la política de encubrimiento que destruyó la reputación de sus predecesores y la vida de miles de niños y adolescentes. Es verdad que no ha escatimado en disculpas huecas y estériles, y que ha creado tribunales eclesiásticos para “investigar” a obispos encubridores, pero los responsables no serán entregados a las autoridades civiles y su “sanción” será interna. Incluso en esta gira triunfal por EEUU, la tibieza hipócrita de Bergoglio logró enfurecer a las víctimas de abuso cuando se le ocurrió ensalzar a los pobrecitos obispos que tanto han sufrido pagando indemnizaciones millonarias, en un par de discursos particularmente vomitivos. La indignación de las víctimas fue tanta que Bergoglio tuvo que recular y volver a reunirse con ellos para leerles un breve discurso, obvia y cuidadosamente diseñado por sus asesores y abogados, mucho más acorde con sus expectativas.
La amarga paradoja detrás de esta grotesca farsa es que, gracias al carisma plástico de un vejete hipócrita y mustio, esa comunidad de falsos, privilegiados y frívolos “creyentes” compuesta por los católicos occidentales, y muy especialmente por los norteamericanos, liberados de las cadenas más pesadas de la iglesia gracias a la prosperidad económica y a la libertad intelectual que los rodea, seguirá financiando irresponsablemente y con buena conciencia a una corporación que aún ejerce una descomunal y nociva influencia en algunas de las regiones más miserables del planeta, y que invierte los miles de millones de dólares que recauda en el incrédulo Occidente, en la perpetuación de la pobreza extrema y en la difusión de un mensaje obscurantista, intolerante y excluyente.
Para muchos es difícil aceptarlo, pero Bergoglio no es más que el CEO de una transnacional al borde de la ruina, tratando desesperadamente de «reposicionar» su marca con un cambio superficial de imagen. Pero no debemos dejarnos engañar, el nuevo envase contiene el mismo producto tóxico de siempre y sigue siendo muchísimo más dañino que los gases venenosos expulsados a la atmósfera por todos los Volkswagens del mundo…